Confusión, sorpresa, desorientación
Miles de parisinos caminaban sin rumbo por el centro de una capital bajo estado de excepción
Confusión, sorpresa, desorientación a medianoche alrededor de la estación de metro Opéra, en el límite de los distritos segundo y noveno, en pleno corazón de París. En una de las zonas con mayor concentración de cines de la ciudad, las sesiones del viernes por la noche fueron súbitamente interrumpidas. La gente salió a la calle buscando la cobertura de sus móviles; atentados por la ciudad, mensaje de Hollande, estado de excepción…
Había un tránsito burlesco entre las fantasías de las pantallas y la súbita realidad. En mi caso doblemente burlesco: Une histoire de fou (Una historia de locos) se llama la película de Robert Guédiguian. Sobre la ola de terrorismo armenio de los años setenta. Justo cuando el terrorista y la víctima están dialogando, se encienden las luces y una voz anuncia que se evacúa el cine por atentados. ¿Una broma? ¿Dónde? ¿Cuándo? “Por todo París”, “cuatro o seis focos”, “en este momento…”.
Frente a la Opéra Garnier, un tráfico desordenado, distraído, de coches y peatones que aún deja lugar para la solidaridad y la ayuda. ¿Dónde van?, preguntan unos parisinos a otros. “Al norte”, “Al XVIII”, “Al sur”. “Tenemos el coche aquí mismo, podemos llevarles”. “En metro, mejor que no”, aconseja otro. La gente que ha salido de los cines Gaumond enfila a pie los bulevares teléfono en mano, respondiendo a llamadas y mensajes acumulados y no contestados a lo largo de una hora de película. De película…
“Tenemos el coche aquí mismo; podemos llevarlos”: hubo escenas de solidaridad en el centro de París
Todos los expertos lo decían desde los atentados del pasado enero, el asunto sólo puede ir a peor. Las instituciones, responsables de seguridad, ministros competentes lo repetían, el grado de alerta es extremo. El portaaviones Charles de Gaulle se aprestaba a zarpar el miércoles de Toulon rumbo al Golfo. Creían aún tener la guerra allá lejos, pero el frente está en casa. Bien implantado en casa.
Escenas de desconcierto se vivían en Saint Denis. “Estamos todos horrorizados y conmocionados. Estamos pasando mucho miedo y consternación”, declaraba Oliver Bierhoff, director deportivo de la selección alemana, pasada la medianoche. El equipo cerraba en los vestuarios del estadio una jornada que ya había empezado revuelta. Por la mañana, la selección alemana ya se había visto desalojada de su hotel, en el centro de París, por una amenaza de bomba.
Mientras los jugadores se apiñaban en el vestuario, a la espera de acontecimientos, miles de espectadores bajaban al césped en busca de refugio. El estallido de las bombas había podido oírse a lo largo del partido, tal como certifican algunos de los vídeos que circulaban de noche. Horas después del pitido final, muchos aficionados se resistían a salir afuera: media un largo recorrido en metro o en autobús desde el estadio hasta el centro de París, y las confusas noticias informaban de que algunos de los autores de los atentados permanecían sueltos.
Volver al centro de París reconfortó a muy pocos. Convoyes militares descendían por la Rue Faubourg-Saint Antoine. Mientras las radios comunicaban que centenares de militares se habían desplega- do en los distritos 10 y 11 de la ciudad, los teletipos vomitaban cifras de muertos y heridos, de forma confusa. Se hablaba de explosiones en diversas zonas de la ciudad: se revivieron episodios de desconcierto muy similares a los que se habían experimentado a principios de año, con el atentado a Charlie Hebdo.
Los bulevares se fueron vaciando poco a poco, y los taxistas se ofrecieron a llevar a la gente a sus domicilios sin cobrarles la carrera. Cinco de las dieciséis líneas de metro parisinas permanecían cortadas al cierre de esta edición. Avanzar a pie y a pecho descubierto por las avenidas de la ciudad era un ejercicio de alto riesgo.