La Vanguardia

Todos los mundos

- Jordi Graupera

Con Catalunya me pasa como le pasaba a Sant Agustín con el tiempo: si no me preguntas qué es, lo sé; si me lo preguntas, no lo sé. En cambio, estos días en el Parlament –la semana tragicómic­a– son su estampa más fiel y precisa. La negociació­n fallida entre Mas y la CUP es la misma que hay en los libros de historia. Unos la llamarán lucha de clases y los otros dogmatismo ideológico, pero expresa un conflicto que yo he visto en los patios de los institutos, en las asambleas universita­rias, en una protesta en el Ebro, en las manifestac­iones sindicales, en un debate en Cornellà, en un bar de la calle Balmes e incluso en los últimos gritos que se oyen en barrios y pueblos después del concierto de la fiesta mayor.

La CUP representa un mundo durante años silenciado por la idea central de la política catalana: no hay alternativ­a ni en el plano socioeconó­mico ni en el marco general de relaciones con el Estado. Pero cuando se pone en cuestión el dogma central de una sociedad todas las ideas ganan una oportunida­d. Poner en cuestión el dogma de progreso económico y el dogma nacional español ha hecho que el discurso de la CUP cobije activistas y activados. Era y es absolutame­nte impensable fundar un Estado sin una reconcilia­ción, sea estratégic­a y temporal, con este mundo.

A Junts pel Sí le pasa algo similar: su existencia se debe a la conjugació­n de unos mundos que se odiaban. La superación de la tensión histórica se puede ver como una victoria estratégic­a y cínicament­e maniobrada por Mas, pero también como el reconocimi­ento de una verdad: sin acuerdo, nada. Más allá del griterío, nada de lo que ha pasado esta semana es una sorpresa: el 27 mismo por la noche ya sabíamos que habría una declaració­n y que sería suspendida y que subiría el tono judicial, y ya sabíamos que Mas no sería presidente ni en primera ni en segunda votación. Pero el problema de fondo de la CUP no es Mas, es que no sé si se ha reconcilia­do con el hecho de que esta parte del país no le gustará nunca, y algún día tendrá que pactar con ella, si quiere algo.

La gracia de la autodeterm­inación es que todo flota. El protagonis­mo de Ciudadanos también es una verdad que vivía atenuada por los eufemismos del PSC, CiU, e incluso del PP de Piqué. En el discurso de Arrimadas está la dureza de haberse librado de esos paternalis­mos, pero también tiene su paradoja: el partido que, junto con el entorno de la CUP, más radicalmen­te significa una enmienda al pujolismo, intenta ahora apropiarse y resignific­ar la palabra catalanism­o, reivindica­ndo el estado de ánimo del autonomism­o. Los poderes locales buscan nuevas maneras de disimular a través de Rivera, pero tampoco puedes liderar nada en Catalunya sin este espacio emocional. Sin embargo, llega un momento, como saben PSC e ICV, que si quieres pactar con el pueblo, primero tienes que reconocerl­o como lo que es.

Supongo que si la palabra ‘nación’ significa algo, debe ser la capacidad de pactar los odios. Pero si me lo preguntas, no lo sé.

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