Humos y espejos
Un buen negociador no muestra nunca las cartas que lleva. En una negociación difícil hay que estar muy atento al frente externo, al tira y afloja con la otra u otras partes, pero también al frente interno, a las aspiraciones de las personas en cuyo nombre se negocia, porque llegar a un acuerdo con la otra parte puede servir de muy poco si luego estas personas no lo aceptan. La gestión de las expectativas y el acierto en la presentación pública de lo que se quiere conseguir son fundamentales.
Por ello, el político hábil, cuando tiene que negociar, se fija unos objetivos realistas y trata de que sean vistos como muy difíciles, para que el resultado sea considerado un éxito a poco que consiga lo que se ha propuesto. El riesgo, lógicamente, es que los ciudadanos se den cuenta de la jugada y consideren que el negociador está haciendo trampas y les está intentando vender como éxito un resultado más bien pobre o muy alejado de las expectativas iniciales. Entonces, cualquier resultado se verá como un fracaso.
No hay ninguna duda de que David Cameron es un político hábil y de que ha tenido todo esto muy en cuenta a la hora de redactar la carta al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, en la que especifica los objetivos que quiere obtener en la negociación con la Unión Europea con el fin de recomendar el voto favorable en el referéndum que, según prometió, se celebrará antes de que concluya el 2017.
Cameron ha tardado mucho en dar a conocer su shopping list porque no se quería atar las manos. Si se ponía el listón demasiado alto, se arriesgaba a no superarlo. Si lo ponía demasiado bajo, el ala euroescéptica de su partido le podía acusar de no proponer un cambio suficientemente profundo en las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea. Ha concretado las aspiraciones británicas tras semanas de tanteo, urgido por los otros miembros de la Unión, que querían saber qué pretendía el Reino Unido, y con bastante vaguedad para poder argumentar que son unos objetivos suficientemente ambiciosos y, a la vez, para salir políticamente indemne si no los alcanza al cien por cien.
Básicamente, como explicaba el miércoles en este diario el corresponsal en Londres, Rafael Ramos, Londres pide garantías para la City, que se excluya al Reino Unido del objetivo de una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa y medidas para aumentar la competitividad y para limitar el acceso a las ayudas sociales de los inmigrantes de otros países de la Unión.
La pregunta, ahora, no es únicamente si logrará estos objetivos en las negociaciones con los otros miembros de la Unión, sino si bastarán para evitar la victoria del no. Hay que imaginar que, si tras sondear la opinión de los demás miembros no hubiera considerado que estos objetivos eran posibles, no los habría anunciado. Pero a la vez también se puede imaginar que ha forzado un poco las cosas para no quedarse corto.
Para un primer ministro británico, las relaciones con la Unión Europea son un tema tóxico. Margaret Thatcher y John Major, los dos predecesores tories de Cameron, perdieron el poder principalmente por culpa de la división del partido en este campo. Cameron sabe que juega con fuego. Sabe que toca el nervio de la identidad del Reino Unido y de su papel en el mundo, y que, pase lo que pase, es muy difícil que nadie quede contento del todo.
El margen de maniobra que tiene es bastante limitado. La inmensa mayoría de los ciudadanos británicos son contrarios a renunciar a la libra esterlina en favor del euro y están decididos a permanecer en el mercado único aunque salgan de la Unión. Esto quiere decir que, si gana el sí, el Reino Unido seguirá siendo un país secundario dentro de la Unión. Y si gana el no, no se alejará del todo de la órbita de Bruselas. Es decir, que si se queda en la Unión el Reino Unido seguirá siendo una especie de gran Suecia, un país miembro relevante pero no tanto como Alemania o Francia, y si sale se convertirá en una especie de gran Noruega, un vecino muy vinculado a la Unión y sometido a las reglas comerciales europeas.
Por eso las percepciones son cruciales. Cameron tendrá que jugar con humo y espejos –si se me permite el anglicismo– para
Cameron sabe que juega con fuego; sabe que toca el nervio de la identidad del Reino Unido y de su papel en el mundo
convencer a sus compatriotas de que ha conseguido transformar en serio las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea y de que vale la pena seguir siendo miembros. Para lograrlo, tendrá que magnificar el resultado de las negociaciones. Necesitará que haya un poco de drama y suspense, hacer como el prestidigitador que mantiene a todo el mundo pendiente de lo que hace con una mano mientras con la otra saca del bolsillo la carta crucial. Es decir, deberá hacer política, porque la política también consiste en eso. Esperemos que se salga con la suya –sin merma de los principios europeos– y que los ciudadanos británicos decidan mayoritariamente seguir siendo miembros de la Unión, porque todos saldremos ganando, la Unión, los ciudadanos británicos y todos nosotros.