El otro lado
Acabo de tropezar en internet con una página que vende zapatos de marca falsos, aunque son iguales a los auténticos. Fascina contemplar su perfección y luego comprobar su precio, son diez o quince veces más baratos. La copia es una variedad del original, su reflejo en un espejo. Un bolso de Loewe fielmente pirateado sería una imagen especular. Y quien dice un bolso dice un disco, un perfume de Chanel, un abrigo de Guess, unas Nike... Medio mundo es ya el reflejo, más que copia, del otro. Hay quien prefiere la réplica al original como hay a quien le gusta más el otro lado del espejo.
Una modelo australiana ha sido noticia estos días por revelar los engaños de las redes sociales. Essena O’Neill se había pirateado a sí misma creando una copia mejorada en Instagram. Comenzó a ser “la otra” en su adolescencia y ahora, con 19 años, se ha dado cuenta de que la réplica había devorado a la original.
La falsificación era, incluso, más valorada que la Essena genuina, ya que la muchacha había conseguido tener más de 700.000 seguidores. Ni una foto suya era improvisada. Ni siquiera las sonrisas. Cada imagen estaba editada. Cada postura, ensayada y repetida cien veces. Los vestidos que llevaba no estaban en su armario, se los prestaban las marcas a las que hacía publicidad. Nunca estuvo en los lugares paradisiacos en los que dijo estar, ni era tan feliz como parecía... Una gran mentira. “Tenerlo todo en las redes sociales no significa nada en la vida real”, dijo en un vídeo que subió a la red. Vaya, la sopa de ajo. Miles de personas la han entronizado por su valentía. Otros, entre los que me cuento, creen que su arremetida contra Instagram sólo es otra impostura, una magnífica operación de lo que en marketing se conoce como rebranding.
Si alguien cree que lo real pasa por las redes sociales es un ingenuo. Aplicaciones como Facebook o Instagram, más que utilizarse para ser parte de una conversación,
Las redes sociales se están llenando de falsificaciones de nosotros mismos; hay quien prefiere la réplica al original
sirven para afirmar que uno es algo: soy de los que viajan mucho y a lugares fantásticos, soy fanático del yoga, soy un intelectual de pro, soy un entusiasta de Sócrates y Platón, que son dos filósofos de la antigua Grecia que están por ahí, en la red, al alcance de cualquiera. Soy esto. Soy lo otro. Soy. Soy...
Quién no conoce a ese amigo que va a discusión por semana con su esposa pero que cuelga en Facebook las fotos de los momentos felices de la pareja. O al adolescente que sube su selfie “espontánea” cada dos días, que es el tiempo que tarda en prepararla. O a ese compañero de oficina que nos hace espectadores de su intensa vida única. Todo un delirio, pero como es colectivo no se nota.
No creo que debamos llevarnos las manos a la cabeza por esa inflación de la identidad, aunque sea falsa, en las redes sociales. Seguro que usted mismo, cuando se mire en el espejo, notará que le gustaría ser “el otro”, “la otra”, su réplica. Qué importa que el clon tenga una vida más hermosa y brillante que la nuestra siempre que no sea porque nos hayamos cansado de ser nosotros mismos.