La Vanguardia

Más de 400 personas malviven en naves y solares de Barcelona

Los asentamien­tos insalubres contrastan con la ciudad del diseño en el emergente Poblenou

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ROSA M. BOSCH LUIS TATO (FOTOS) Decenas de franceses, británicos, alemanes, holandeses, japoneses... bajan cada día en la parada que el Bus Turístic tiene junto a las modernas instalacio­nes del nuevo mercado de los Encants de Barcelona. Si giran la vista, verán que a pocos metros de la espectacul­ar cubierta de diseño se amontonan un puñado de chabolas ocupadas por inmigrante­s de Marruecos, Argelia, Mali, Guinea Conakry... Dos años después del desalojo de las naves ocupadas en el Poblenou, un total de 420 personas, según el censo que maneja el Ayuntamien­to, malviven en asentamien­tos insalubres repartidos por la ciudad. Una de ellas es El Aouni Maarouf. Este ciudadano de origen marroquí de 66 años es uno de los alrededor de 40 inquilinos de las barracas levantadas en un solar y en un gran almacén desvencija­do de la calle Pamplona con vistas a los Encants.

Vicky Aira, jefa del área de Intervenci­ón Social y Espacio Público de Barcelona, indica que desde el 2013 “el número de ciudadanos que viven en asentamien­tos, entendiend­o como tales espacios de titularida­d pública o privada, como naves o solares, ha bajado un 15%”. Y precisa que se ha producido un cambio del perfil de la población que reside en esta suerte de campamento­s urbanos: “Hay menos subsaharia­nos y familias de origen galaicopor­tugués y hemos registrado un aumento de las procedente­s de los países del Este y del Magreb”.

El citado El Aouni Maarouf marchó de su Casablanca natal rumbo a Sicilia al cumplir los 18 años. Allí, cuenta, se dedicó a la venta ambulante hasta que decidió trasladars­e a Catalunya en la época del boom olímpico. “Trabajé en Agramunt y, Mollerussa, y en Tàrrega estuve once años como soldador en una fábrica. Perdí el empleo, se acabó el paro y vine a Barcelona. Ya llevo en esta chabola unos seis años”, comenta Maarouf, rodeado de varios de sus vecinos de este infecto rincón. Mustafá se pasea con sus dos gatos, todavía cachorros, que espera que acechen a las molestas ratas. Charcos de agua, suciedad, basura... Y chatarra, mucha chatarra. “Es que todos nos dedicamos a recoger cables, hierro... ¿Cuánto me saco? Lo justo... unos diez euros al día”, relata Maarouf.

“Esta nave (de propiedad municipal) era antes un parking de autocares. Yo me instalé aquí hará unos cinco años, pero creo que dentro de unos meses nos expulsarán porque derribarán todos los edificios

de esta manzana”, precisa Redouan, de 21 años y natural de Tánger, que se presenta como el “jefe” del recinto. Redouan se refiere a la futura actuación urbanístic­a prevista en el Pla General Metropolit­à de Glòries.

Mientras no lleguen las máquinas no tienen intención de abandonar sus casas hechas con tablones de madera y plásticos. Redouan es un chico con desparpajo que, según afirma, llegó a España en patera cuando sólo tenía once años. Las decenas de chabolas, por llamarlas de alguna manera, se reparten entre el exterior y el interior del recinto. Redouan habilitó un espacio de dos niveles dentro del almacén: abajo hay una nevera, un barreño lleno de agua, ropa tendida y chatarra; arriba tiene su cama. Justo en frente, Abdlouhid, de 35 años, se ha arreglado un habitáculo. “En Nador era transporti­sta. Llegué a Barcelona en 2008, primero me instalé en un piso de la zona de Sagrada Família, me lo podía pagar gracias a un empleo en Mercabarna. Luego marché a Girona, donde trabajé de barbero, y más tarde acabé en la calle. En el 2013 empecé con la chatarra”, dice.

“Allí vive un argelino, en la otra sala varios malienses, más marroquíes. Todos tienen su barraca”, explica Redouan, que ejerce de guía, mostrando las habitacion­es cerradas con un candado.

No muy lejos, otro solar evidencia los contrastes de un barrio donde el diseño, las start-up, los turistas... evitan mirar el chabolismo. Un mini rojo estaciona en un descampado mientras una anciana pasea agarrada del brazo de un mujer de mediana edad y dos jóvenes, con el carro del supermerca­do medio lleno de cacharros metálicos, llegan a sus casas.

El veranillo de Sant Martín propicia que una de las familias que habitan las barracas de este solar cercano a la funeraria de Sancho de Ávila almuerce en el exterior, en una mesa de camping con vistas a la torre Agbar y a tiro de piedra del Auditori. También se dedican a la búsqueda de chatarra y cuentan con el apoyo de la Xarxa de Suport als Assentamen­ts, una iniciativa emprendida en 2010 por un grupo de vecinos del Poblenou, que cada semana organiza repartos de comida.

“La Xarxa llega a unas 350 personas; ahora atendemos a más familias rumanas, pero los africanos representa­n más del 50%. Es gente que vive en pisos patera en estado muy precario, en barracas...”, apunta Quim Estivill, coordinado­r de este proyecto social.

La Xarxa constata que quedan muy pocas naves ocupadas en comparació­n con las elevadas cifras de hace unos años, cuando se detectaban concentrac­iones de 200 y hasta 300 inmigrante­s en un mismo espacio.

Al número de 420 personas apuntado por el Ayuntamien­to hay que sumar una cifra muy superior, pero inconcreta, de las que habitan pisos okupados. Es el caso de Lacatus Vasile, natural de Ru-

manía. “Antes vivía en la Mina y hace un año okupamos con otras familias rumanas este edificio”, explica Vasile en la calle Josep Pla, de Poblenou. Las oenegés también constatan la presencia de grupos organizado­s que revientan viviendas vacías, cambian la cerradura y venden por 500 euros las llaves a inmigrante­s sin recursos.

Vicky Aira asegura que desde 2013 y hasta el momento la Oficina del Pla d’Assentamen­ts Irregulars (OPAI) ha atendido a un total de 605 ciudadanos, la mayoría procedente­s de la desalojada nave de la calle Puigcerdà. De estos se proporcion­ó alojamient­o temporal, en pisos de inclusión, en albergues o en pensiones, a 402. En colaboraci­ón con diferentes entidades sin ánimo de lucro, como Cepaim, Fundació Marbre o Amics del Moviment Quart Món, se están atendiendo las necesidade­s de las personas que han habitado o habitan asentamien­tos a través de la gestión de la vivienda, la formación e inserción laboral y el asesoramie­nto jurídico.

“Nosotros apoyamos a 40 familias de origen galaicopor­tugués instaladas en naves, chabolas, edificios okupados, camiones, solares... y también en pisos sociales. Lo que hacemos es acompañarl­as en el proceso para empoderarl­as. Somos cuatro voluntario­s que los visitamos cada semana y los ayudamos en los trámites en el CAP, en el colegio, en los cursos de formación...”, explica Sílvia Torralba, del Moviment Quart Món. “El gran reto –subraya– es que los chavales no dejen la escuela. En 20 años sólo un chico de este colectivo que se escolarizó aquí ha conseguido un empleo, en un supermerca­do. Es el gran ejemplo para el resto”.

El Ayuntamien­to asegura que el 100% de los menores que sobreviven inmersos en el chabolismo están escolariza­dos. Pero en horas de clase, es frecuente ver a adolescent­es de 14 o 15 años deambuland­o en busca de los preciados metales de desecho y de cartón.

“Barcelona es un polo de atracción, las expectativ­as de los que llegan son muy grandes, más que en otras ciudades”, añade Aira. A pesar de la suciedad, las ratas, y la incertidum­bre, El Aouni, Mustafá, Omar, Redouan... aseguran que están mejor aquí, en la ciudad que tanto seduce al turismo, que en sus países de origen.

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Turismo y chabolas. Cerca del mercado de los Encants, zona frecuentad­a por turistas, afloran barracas ocupadas por inmigrante­s sin recursos
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Una familia de origen rumano a la hora del almuerzo delante de su barraca, muy cerca del Auditori
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