El predicador laico
Boualem Sansal, la nueva sensación francesa, amplía la obsesión por una dictadura islámica en París
Dormid tranquilos, buena gente, todo lo que sigue es perfectamente falso y además está controlado”. Advertencia al lector de 2084. La fin du monde, la nueva novela de Boualem Sansal –Premio de la Paz 2011 de los libreros alemanes–, el argelino que desafía gobierno, islamistas radicales y nuevos ricos sin moverse de Argel. ¿Su querencia? “Esas naderías que hacen que la vida sea vida: el sol y la ausencia de estrés”. Pero de vez en cuando, como ahora, desembarca en París porque Gallimard acompaña la publicación de su 2084 con Romans 1999-2011, en Quarto/Gallimard, que reúne las seis novelas que le publicó entre 1999 y 2011.
Entonces Sansal adopta su voz de predicador laico para explicar a los franceses, a los europeos del sur, que el Mediterráneo es una escueta frontera líquida. Del otro lado, las premisas de una dictadura mundial.
“Querido amigo francés, quisiera ponerle al tanto –escribió en Le Figaro, del 16 de septiembre– de la guerra mundial que hierve aquí y allá y salpica justo debajo de tu ventana. ¿La del vecino, dices? Puede ser. Pero cuando un edificio se desploma el barrio entero lo sufre”.
Ese barrio puede ser Abistan, universo 2084 con su Big Brother y una dictadura religiosa que es y no es el islamismo, en el paroxismo de su apogeo. El desierto, las peregrinaciones continuas y enmarcadas dan las pistas de “un entorno perfectamente halal y que no admite siquiera la duda: la nueva casta de vigías hurga en el cerebro ajeno. ¿Tiene en realidad ese súper poder? Ya quedó dicho que en el Abistan no se admiten dudas.
Y sin embargo, existen. Las padece, consecutivas a una tuberculosis que le confinó en un sanatorio de montaña que debiera cambiar la “s” inicial por una “t”, el joven Ati. Con su amigo Koa intentará conciliar dudas y fe, descubrirá el confort del mundo viejo –sillas, mesas, comidas, vino- en secretos museos, se codeará con la nomenclatura y sus negocios y, es una correcta dictadura halal, ni Ati ni la novela verán más que la sombra de las mujeres.
Sumisión es una palabra clave en 2084. Sansal no leyó el libro de Michel Houellebecq, alertado por la coincidencia y para evitar que le influyera, cuando precisamente terminaba su novela.
Y en cualquier caso, la sumisión no es lo suyo. “Si hablas, te matan. Si no hablas, te mueres. Por lo tanto, habla y muere”. Lo proclamó el escritor y periodista Tahar Djaout días antes de caer asesinado por los islamistas. A sus 66 años, Sansal toma el testigo, “sin la más mínima vocación de mártir, pero consciente de que callarse es suicida”. Su bocaza se abrió hace tres lustros, por escrito, con Le serment des barbares (El juramento de los bárbaros; Alianza editorial), alto funcionario aún del ministerio de Industria, indignado con “los que nos traen tinieblas”.
Con su eterna coleta y una semisonrisa clavada en el rostro (“casi de Buda”, según el novelista Jean-Marie Laclavetine, en el prólogo al Quarto que le editó), Sansal no parece funcionario. Ya no lo es: fue revocado el 2003. Desde entonces sale poco de casa –vive en Boumerdès, a 50 kilómetros de la capital–, “no por miedo al gobierno, que sólo me dedica silencio y desprecio, sino al primer desaforado que quiera desquitarse, conmigo, de la carga compuesta por la guerra civil, la crisis económica y la arrogancia de los parvenus”.
Mejor así: “Yo nací para leer y la sovietización e islamización de Argelia, desde los 1980, nos había dejado sin libros. Ahora me desquito. Mi vida es leer y escribir”. O buscarse líos, como con su participación en el festival internacional de escritores, en Israel, hace tres años, que lo convirtió en traidor ante la prensa oficial argelina. Dice que por supuesto no publica sus declaraciones en Francia. Porque “Argelia tiembla y el tsunami, si cae, destruirá Magreb y Sahel, cruzará el canal de la Mancha”.
Small Brother llama a su presidente, “agonizante loco, pero inteligente, convencido de que Argelia desaparecerá con él, porque no quiere dejarla a los generales, a los que aborrece, ni a los islamistas, a los que ve inseguros. Pero sólo el pueblo será condenado. Los generales tienen piso en las capitales europeas y los islamistas sus campos allí donde brilla el sol de Alá. La ventaja de la guerra santa es que se la puede hacer en todas partes mientras que el dinero sucio sólo está a gusto en los paraísos fiscales”.
Entre tanto, su Abistan acecha. “En 2084 lo imaginé como algo muy absurdo, infinitamente más siniestro que Daech, Afganistán, Boko Haram, Somalia y Libia juntos. Y más demoníaco que todas las maquinaciones actuales de Arabia y Qatar. Y más majara que la megalomanía de esos imperios resucitados que son Irán y Turquía. ¿Dónde y cómo esos pobres islamistas aprendieron a planificar tan bien y tan lejos? Y nosotros, pesados, adormecidos, apenas si vemos pasar sus ideas como estrellas fugaces”.
Sansal, que vive en Argel, dice que no leyó el libro de Houellebecq, alertado por la coincidencia