Pistorius, Ícaro moderno
El fiscal reclama a la justicia que el exatleta paralímpico, en prisión domiciliaria, vuelva a la cárcel
Cuando le preguntan por Oscar Pistorius, a Jordi Vidal (70) le asaltan las dudas.
Entiende que vamos a navegar sobre tierras pantanosas.
Está claro: Pistorius (28) suscita sentimientos encontrados. Entre otros motivos, porque todo en su vida es excesivo. Perdió ambas piernas en la infancia (nació sin peronés) y a su madre en la adolescencia. Apenas tuvo relación con su padre, un ejecutivo multimillonario que abandonó a la familia. Supo abrirse paso en el mundo del atletismo catapultado por sus muelles, las populares cheetahs. Causó un altercado moral y deportivo a cuenta de las cheetahs y de su deseo de acceder a los Juegos Olímpicos. Logró correr los 400 m y el relevo largo en Londres 2012, pese al recelo casi unánime que su acreditación generaba entre los expertos: los muelles son muelles, y en la última recta ayudan, y mucho. Y luego, tras haber tocado el cielo, cayó a los infiernos. Disparó y mató a su novia, la modelo Reeva Steemkamp (dijo que la había confundido con un ladrón), y por eso hoy duerme en la casa de su tío, bajo prisión domiciliaria, a la espera de que el juez que revisa el caso decida si debe o no regresar a la cárcel. Le quedan cuatro años de encierro, siempre y cuando la pena no se eleve a los quince años.
–Vamos a ver. Que nadie entienda mal lo que voy a decir –dice Vidal–. A Pistorius se le convirtió en un dios cuando no lo era. Se le dio entrada a un lugar que no era el suyo. ¿Dejarle correr en los Juegos Olímpicos...? ¡Es como si un disminuido psíquico fuese académico! ¡O doctor en Medicina...!
Vidal, que fue abogado de profesión, es contundente en sus argumentos, y al plumilla no le extraña. Ambos se conocen desde hace años: Vidal siempre ha sido Vidal. Que se lo pregunten a cualquiera de sus discípulos.
Tras probar todas las disciplinas atléticas (desde los 400 m hasta los 1.500 m, pasando por la pértiga o el decatlón), Vidal lleva años preparando atletas. Se cita con ellos cada mediodía desde hace un cuarto de siglo, a la una en las pistas del Club Universitari de la Diagonal, y allí les aprieta las tuercas. Va duro en sus palabras y en sus instrucciones, y a menudo tiene razón. Nadie le discute una orden. El lunes, el día que se reúne con
La Vanguardia, la sesión ha sido intensa. Una hora de pesas con un kilómetro de trote entre circuito y circuito. En total, cuatro ruedas. Luego nueve de los atletas y Vidal se sientan a comer, en un tentempié aderezado con cerveza. Y conversan. Hablan de lo divino y lo humano. Hoy toca Pistorius: lo divino y lo humano, nunca mejor dicho. –En esta sociedad somos buenistas –dice Vidal, que se ha bajado unas carrilleras de cerdo y una jarra y ahora va por el café–. No conozco a un solo entrenador que aplaudiera la presencia de Pistorius en unos Juegos Olímpicos. ¡A ninguno! Y sin embargo, un tribunal le dio carta blanca. Todos tenemos derecho a hacer deporte. Por supuesto, también los minusválidos. Pero todos deben ocupar su lugar. A Pistorius se le protegió porque tenía las facultades mermadas. Buenismo.
Al cronista se le cruza una reflexión. Pistorius llegó a correr los 400m en 45s07. Una marca magnífica. A un paso del récord de España (los 44s96 de Gaietà Cornet) y razonablemente próxima a la plusmarca mundial de Michael Johnson (43s18).
Ahí va la pregunta: ¿Y si Pistorius, aupado a sus cheetahs, hubiese llegado a superar la marca de Johnson...? ¿El hombre más rápido en la historia de los 400m sería un atleta sin piernas...?
–En una carrera en bajada, cualquier hombre en silla de ruedas ganaría al que corre sobre sus piernas, ¿no? –se plantea Vidal, que ahora se levanta para pagar la cuenta, mientras se plantea qué entrenamiento va a calzar a sus chicos al día siguiente.
Como atleta, la singularidad de Pistorius estribaba en su forma de correr. La vuelta a la pista es una prueba en desaceleración. El peor parcial se registra en la última recta. Todos los especialistas van perdiendo velocidad conforme avanzan. Todos, menos Pistorius.
–Había algo en él que no funcionaba. Los muelles evitaban que entrara en deuda de oxígeno. Eran una ayuda extraordinaria, y de ello carecían sus rivales.
Ya lo ven: Vidal habla de Pistorius en pasado. Para él, es evidente que blade runner (así se le apodaba) no volverá a pisar el tartán, al menos en una competición oficial.
Dejamos atrás el restaurante. Al salir, bordeamos la pista de atletismo del club. Mientras avanza la tarde, una joven trota sobre una de las calles exteriores de la pista. Vidal se detiene y la observa. –Bien, bien, esa chica corre bastante bien –dice–. Pero abusa del talón. Si entrara de puntillas, se desplazaría con más facilidad. No tendría que usar los hombros. Sería todo más natural.
“Al dejarle participar en los Juegos, se le encumbró; le dieron acceso a un lugar que no era el suyo”