La Vanguardia

EL GRAN CRONISTA, SIN PLACA

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Entre diversas placas –centro de estudios psicoanalí­ticos modernos o club de ajedrez Marshall– se echa una de menos. En este islote de paz de la calle 10 residió Joseph Mitchell, llamado “el mejor cronista de Nueva York”.

De su pluma salió para el The New Yorker el extraordin­ario retrato del bohemio Joe Gould –Professor Sea Gull, 1942, y Joe Gould’s secret, 1964–, que se había propuesto redactar el gran libro de la humanidad y que tituló The oral history of our time.

Lo enterraron en 1957 y su supuesta obra jamás vio la luz. Su espíritu tomó posesión de Mitchell. Murió en 1996. No faltó una jornada al trabajo, pero no publicó ni una línea en sus últimos treinta años.

No tiene placa. En ese mismo edificio, pero en época reciente, residió cinco años Eduardo Lago, que prepara una edición conmemorat­iva por el décimo aniversari­o de su novela Llámame Brooklyn (premio Nadal 2006).

“Cada portal es una obra de arte”, comenta sobre esta calle, paseándola de nuevo. “Es mucho más silenciosa que las otras y su luz... Nueva York tiene una luz muy especial y aquí es como una galería”.

Cuenta que un día, después de trabajar en un artículo durante varias horas, se fue a dar una vuelta. Al salir del edificio se dio de bruces con E.L. Doctorow (fallecido el pasado julio), que disponía de un despacho en el número 58. Lago acababa de escribir un texto dedicado a Doctorow.

En esta calle embrujada, queda sin resolver el misterio de lo que no sucedió en 1897.

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