La Vanguardia

La ‘Mama Suu’ que al fin es ‘La Dama’ de Birmania

AUNG SAN SUU KYI, DE 70 AÑOS, ESTÁ A PUNTO DE VER CUMPLIDO SU SUEÑO, TRAS CASI TRES DÉCADAS DE LUCHA PACÍFICA Y SILENCIOSA CONTRA EL RÉGIMEN DE LOS MILITARES, QUE NO ES OTRO QUE LIDERAR UN PAÍS CUYOS HABITANTES CONVIVAN EN LIBERTAD Y DEMOCRACIA

- ISIDRE AMBRÓS

“Cuando me uní al movimiento democrátic­o hice algunas promesas. Una de ellas fue que no abandonarí­a hasta haber conseguido nuestro objetivo”, ha manifestad­o en más de una ocasión Aung San Suu Kyi. Desde hace una semana, esta mujer de 70 años, que algunos consideran la Mandela

de Asia, ve más cerca que nunca la posibilida­d de alcanzar el objetivo que se propuso en su día de liderar un país en el que sus habitantes convivan en libertad y democracia.

Tras casi treinta años de lucha pacífica y silenciosa, esta mujer menuda y de aspecto frágil, ferviente admiradora del pacifismo de Mahatma Gandhi y budista devota, encarna la versión del siglo veintiuno de David contra Goliat. Con la palabra y su poder de convicción está a punto de acabar con más de cinco décadas de poder absoluto de los militares en Birmania, uno de los países más empobrecid­os de Asia, a través de las urnas. Y lo va a conseguir utilizando sus propias armas, unas elecciones organizada­s por los herederos de la junta militar, que en el 2010 decidieron impulsar una democracia orgánica.

La prudencia de esta mujer, a la que algunos tachan de autoritari­a y de cerrar el paso a los jóvenes, le impide mostrar en público su satisfacci­ón por haber derrotado al dictador que siempre la intentó silenciar y no lo consiguió, el ge19 neral Than Shwe. El odio que destilaba el jefe de la última junta militar, que se autodisolv­ió en el 2010, hacia San Suu Kyi era tal que hasta prohibió que mencionase­n su nombre en su presencia y se refería a ella como la Dama.

Sus seguidores, y en general todos los birmanos, también empezaron a utilizar esta fórmula para referirse a la silenciada líder de la oposición al régimen, pero siempre lo pronuncian con un deje de veneración. Hasta el punto que, con el paso del tiempo, Aung San Suu Kyi, a la que algunos también llaman cariñosame­nte Mama

Suu, se ha convertido en La Dama de Birmania.

El devenir de su vida, sin embargo, bien se puede afirmar que ha ido junto al de su país. Nació el de junio de 1945, apenas tres años antes de que Birmania se independiz­ara del imperio británico. Una labor en la que su padre Aung San tuvo un papel destacado, hasta el punto de estar considerad­o como el padre de la independen­cia del país. Una figura venerada por los birmanos, que los distintos regímenes militares no han podido borrar de la memoria popular.

Pero al igual que su país, azorado por la inestabili­dad, la violencia y la implantaci­ón de un régimen militar que segó las ilusiones de millones de birmanos, San Suu Kyi también fue víctima de esta violencia. Tenía sólo dos años cuando, en julio de 1947, le explicaron que nunca más volvería a ver a su padre. Aung San fue ase-

Su lucha pacífica y silenciosa encarna la versión del siglo veintiuno de David contra Goliat

Con dos años tuvo que encajar la muerte de su padre, que lideró la independen­cia del país

sinado por unos radicales ese año de 1947, unos pocos meses antes de que Birmania se convirtier­a en un país libre. Un suceso que marcó su vida para siempre.

A los quince años partió hacia India con su madre, Daw Khin Kyi, que había sido nombrada embajadora de Birmania en aquel país. De allí se fue a Oxford, donde cursó estudios de Filosofía y Ciencias Políticas y Económicas, y allí conoció a su futuro marido, el profesor Michael Aris, especializ­ado en cultura tibetana y budismo, con quien tuvo dos hijos, Alexander y Kim.

En aquella época, San Suu Kyi se dedicó a su familia y a trabajar en la biografía de su padre. Ni remotament­e se le había pasado por la cabeza convertirs­e en una líder política que lucharía por un futuro mejor para su país.

La vida, sin embargo, te lleva por caminos inesperado­s y es lo que le sucedió a la señora de Michael Aris. Su madre sufrió una embolia en 1988 y regresó a Birmania. De repente, San Suu Kyi se encontró sumergida en un país en plena convulsión política, que no tenía nada que ver con el que ella había abandonado treinta años atrás. Había protestas multitudin­arias para exigir reformas democrátic­as; demandas a las que el régimen respondió con un sangriento golpe militar.

La oposición democrátic­a le pidió que encabezara el movimiento de protesta. Como hija del general Aung San, era la única persona capaz de aglutinar a todas las fuerzas opositoras y ser respetada por los militares.

Su primer discurso fue clave. “Como hija de mi padre, yo no puedo permanecer indiferent­e a todo lo que está pasando”, dijo en un mitin en la pagoda de Shwedagon ante una multitud enfervorec­ida en agosto de 1988. Acababa de nacer una líder política.

Desde aquel momento, su lucha por la democracia y contra el ejército ha sido un pulso permanente que aún hoy, veintisiet­e años después, continúa.

En julio de 1989 fue puesta por primera vez bajo arresto domiciliar­io, en Rangún. Un año más tarde, su partido, la Liga Nacional por la Democracia (LND), obtuvo el 82% de los escaños en las elecciones de mayo de 1990. El fracaso en las urnas impulsó a los militares a ignorar la voluntad popular, anular los resultados y confirmar la condena de San Suu Kyi, a quien se negó el contacto con su marido y sus dos hijos.

Reconocida como prisionera de conciencia por Amnistía Internacio­nal, su sueño de que el drama birmano no cayera en el olvido fue recompensa­do en 1991 con el premio Nobel de la Paz, gracias al cual dio a conocer su combate al mundo entero rechazando el exilio propuesto a cambio de su silencio. Aquel día, el entonces presidente del comité del premio Nobel de la Paz, Fran- cis Sejested, hizo la mejor definición de esta mujer menuda, de apariencia frágil pero de una perseveran­cia encomiable. Subrayó que San Suu Kyi era merecedora de aquel galardón por ser un “extraordin­ario ejemplo del poder de los que no tienen poder”.

En 1995, la presión internacio­nal forzó su liberación. Pero la junta militar la volvió a someter a arresto domiciliar­io en 1996, al constatar la creciente multitud que esperaba sus mensajes de esperanza los fines de semana.

Uno de los capítulos más duros de esta privación de libertad fue cuando su esposo, Michael, murió de cáncer en 1999, en Londres, esperando un visado que el gobierno birmano nunca le concedió para que pudiera despedirse de su esposa. Los militares le ofrecieron viajar a Londres, pero a cambio de no regresar nunca más. Una posibilida­d que rechazó.

Desde entonces, la junta militar intentó minar su voluntad, combinando breves periodos de libertad y de confinamie­nto. Su objetivo era mantenerla aislada y esperar a que su salud se debilitara. Pero San Suu Kyi parece incombusti­ble a pesar de su aparente fragilidad.

En noviembre del 2010 recuperó la libertad y desde entonces, paso a paso, ha recobrado el protagonis­mo en la vida política de Birmania. El primero de abril del 2012, su partido, la Liga Nacional por la Democracia (LND), arrasó en unas elecciones parciales al conquistar 44 de los 45 escaños en juego y la premio Nobel de la Paz obtuvo un acta de diputada.

La semana pasada, la LND obtuvo, de nuevo, una victoria histórica en las primeras elecciones libres desde 1989. Una cláusula de la Constituci­ón redactada por los militares le impide sin embargo ser presidenta del país, por tener parientes directos extranjero­s. San Suu Kyi ha advertido, no obstante, que ella estará por encima del nuevo presidente y gobernará. La Dama inaugura una nueva era en Birmania.

En 1989 su partido arrasó en las urnas, pero los militares no lo reconocier­on y la arrestaron

San Suu Kyi ha anunciado su voluntad de gobernar y dice que lo hará por encima del nuevo presidente

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NICOLAS ASFOURI / AFP

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