Por una estrella
Si la Navidad se nos echa encima, la Michelin todavía está más cerca. Que se lo digan a quienes ya tienen hechas sus porras y cruzan los dedos con disimulo. Dirán, o diremos, que no puede ser que en España los de la guía francesa administren las estrellas con cuentagotas; dirán, o diremos, que es injusto que casas como la de fulano o la de mengano no tengan aún la primera o la segunda o la tercera. Pero en el mundillo de la alta cocina nadie se quedará indiferentes ante lo que ocurra la noche del 25 de noviembre en el Parador de Santiago de Compostela, donde se anunciarán las novedades del 2016.
Los de Michelin le han tomado el gusto a las presentaciones hollywoodienses y este año se estrenan con fiesta por todo lo alto en un territorio bien conocido por los inspectores (además de percebes, grelos o unas empanadas para chuparse los dedos, Galicia ha dado rigurosos inspectores de la guía roja).
Lo bueno de Michelin es que lleva tantos años de trayecto, fiel a sus propios criterios, que no se rinden al qué dirán. Por ello, pase lo que pase el 25, nada alterará el equilibrio de sus constelaciones. Caerán las estrellas que para ellos tengan que caer y los chefs volverán a casa con caras largas o contentos como unes pascuas. Pero no rechistarán. El derecho al pataleo queda para los periodistas y para los críticos quejosos. Cocineros y cocineras regresarán a sus cocinas y, si lo hacen con premio, se sentirán felices. Si les ha tocado seguir esperando, tratarán de pensar en otra cosa, como si lo de las estrellas no fuera tan importante. Y tal vez compren número de la lotería esperando tener más suerte. O para quitarse el disgusto. Y si no, que levante la mano quien no quiera estrellas. O que, quien ya las tiene, devuelva las que le sobren.