La Vanguardia

IMÁGENES MUDAS

- TERESA AMIGUET

Alto y bajito. Rubiales de ensortijad­a melena y moreno de corto pelo lacio. Simon y Garfunkel, el dúo folk que tocaba la fibra sensible de la juventud de los sesenta, comenzó 1966 viendo cómo el día de Año Nuevo su sencillo The sounds of silence se encaramaba al n.º 1 de las listas en Estados Unidos. El bajito Paul Simon la había escrito dos años antes para intentar explicar el silencio colectivo en que se había sumido Estados Unidos tras el asesinato de JFK, como si la bala de trayectori­a misteriosa hubiera alcanzado en su inverosími­l recorrido al país entero. Tan espiritual era la canción que luego la veríamos replicada en las misas progres con guitarras de cantautor, que empezaron a proliferar por nuestros lares.

El mundo también se quedó mudo al ver ese año cómo Francia realizaba su primer ensayo de bomba atómica en el atolón polinesio de Mururoa. La imagen del espigado hongo atómico producido por los 28 kilotones de potencia explosiva del artefacto era tan estética como temible, una de esas instantáne­as mudas caracterís­ticas de la carrera atómica, que transmiten la sensación de un silencio atronador y siempre nos llegan sin el acompañami­ento del sonido que, suponemos, provoca la explosión. Hubo enojo, sí, eran los sesenta. Otro país se sumaba sin ruido pero con una imagen sonada al club del átomo. Francia había realizado previament­e otras 17 pruebas, desde 1960. Pero no lo había hecho en aquel idílico lugar del Pacífico Sur, sino en Argelia (en el desierto del Sáhara), localizaci­ón que para entonces ya no estaba disponible. En España tuvimos también nuestra propia imagen nuclear, aunque con un sonido de fondo más propio de sainete: el ministro Fraga se bañó en la playa almeriense de Palomares para desmentir que estuviese contaminad­a por la bomba americana que había caído en sus aguas.

Fue la anécdota de un año marcado políticame­nte por la celebració­n del referéndum sobre la ley orgánica del Estado. Votar fue obligatori­o, curiosa paradoja en un régimen que abominaba de la democracia. Así que todos los españolito­s se aplicaron a su deber, propiciand­o fotografía­s chocantes, que adornaron los periódicos, sobre todo las de la población rural. Imágenes silenciosa­s pero clamorosas.

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De sus gargantas brotó el sonido del silencio
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El voto de 1966, uno, grande y libre

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