Proteger la libertad
JEAN Cocteau sostenía que en París todo el mundo desea ser actor, porque nadie se resigna a ser espectador. París invita como pocos lugares en el mundo a sentirse protagonista, a disfrutar de los placeres de la vida. La ciudad es demasiado bella como para que sólo sea un paisaje. Stendhal se sintió convulsionado por el encanto de Florencia, que es el síntoma del amor a primera vista, pero acabó viviendo en París, que es la pasión en la edad madura. Los viernes por la noche París se convierte en una fiesta, un gran espacio compartido. Un escenario en el que los parisinos se confunden con los turistas, porque todo el mundo se siente ciudadano de ella.
Pero anteanoche, la capital francesa vivió la peor de las pesadillas. El horror del terrorismo más enloquecido, fanático y mortal. El islamismo radical utilizó un grupo de jóvenes convenientemente adoctrinados para que el mundo occidental se sintiera atacado, compartiera el miedo, mostrara su incapacidad para entender nada. El escritor argelino Boualem Sansal lo advirtió: detrás de un imán que defiende el salafismo no hay una representación de una cultura o religión; hay un delincuente, un ideólogo de la opresión y un fascista. Sansal avisa que se está produciendo una islamización del islam y una ideología totalitaria está devorando la identidad plural de las tierras musulmanas.
Escribe Pilar Rahola en su último libro, recién aparecido en librerías –¡Basta! (RBA)–, que de todas las cadenas con las que se nos puede esclavizar, la que nace del miedo es la más difícil de destruir. Los totalitarismos de todo signo buscan aterrorizar a los ciudadanos porque es la forma más fácil de paralizarlos y también el camino más sencillo para conseguir la complicidad. La primera batalla que hay que vencer es pues la del miedo, y la segunda, la de los discursos buenistas. Debemos proteger la conquista de la libertad antes de que sea necesario reconquistarla.