Silencio al pie de Marianne
Los parisinos regresaron anoche a la plaza de la República para repudiar el odio
Sin decirse nada, en un desgarrador silencio, esperaron los parisinos que se apagara la luz del día en el que nunca quisieron estar para iluminar la noche con velas en la plaza de la República. Sobre las pintadas aún frescas de la matanza en el Charlie Hebdo volvieron otra vez las flores, las consignas y las cartas de amor y de despedida. “La vie continue”, escribió un joven a mano.
La plaza de la República, santuario de los franceses, volvió a quedarse pequeña para acoger tanta impotencia, tristeza y dolor. Pese a estar prohibidas las concentraciones, los parisinos caminaron como autómatas hasta los pies de Marianne, la imponente estatua que tantas veces les ha visto luchar por la libertad, la igualdad y la fraternidad y que ahora acoge la rebeldía frente a los que quieren arrebatarles la paz.
A los pies del pedestal circular del monumento, se fueron depositando flores y velas. En un silencio que paralizaba el tiempo. La noche, mucho más fría que la del viernes que sacó a los parisinos en tropel de sus casas para disfrutar de la calle, invitaba a guardar las manos en los bolsillos y buscar el calor en los abrazos. Al llegar al santuario, la gente lo rodeaba sin prisas, siguiendo el camino que marcaba la luz de las velas.
En el lado opuesto del león, hacía un rato Rachid se quemaba las manos con la cera de la vela que se derretía sobre su pena. Periodista freelance, en paro, rezaba por él y por todos. Llevaba dos días sin poder llorar ni cerrar los ojos. Aún no había pasado por su casa. El odio y la sinrazón le sorprendieron cerca de la terraza del restaurante Le Carillon. “Corrí, corrí, corrí hasta que no pude más”, contó en voz muy bajita a este diario. Después se vino a los pies de la madre de la República a iluminar con velas la ceguera de los que el viernes aplaudieron a los que empuñaron kaláshnikovs en el corazón del alegre París.
De vez en cuando el aire soplaba un poco más fuerte y apagaba un tramo de velas. Con todo el tiempo de la noche por delante, se reiniciaba el ritual de volver a encenderlas. Unas formaban palabras: “Liberté”. Otras ahuyentaban el miedo: “Pas peur”. Pero la mayoría servían de homenaje a los muertos. El vasco David Julià, de 23 años y estudiante de Fotoperiodismo, daba vueltas y vueltas al monumento buscando atrapar en su cámara todo el sentimiento y el respeto que se concentraba en aquella plaza: “Me cuesta hasta disparar. Es una ceremonia tan íntima la que están viviendo, que siento entorpecer ese duelo”.
En una de las patas del león, con esparadrapo de hospital, le engancharon más flores y mensajes. Dos jóvenes le amarraron una bandera de Líbano, país tocado también por el sinsentido de ese odio que anoche conjuraron los parisinos con decisión y el más triste de los silencios.
Sobre las pintadas aún frescas de la matanza en el ‘Charlie Hebdo’, los parisinos volvieron a escribir lamentos