La Vanguardia

El infierno comenzó a las 21.19 horas

Supervivie­ntes de la matanza del distrito X recuerdan los minutos más terribles de toda su vida

- RAÚL MONTILLA

Siempre se le quedará grabada la hora que marcaba su móvil: las 21.19. El momento en el que mandó un escueto mensaje a una amiga: “Estoy en Le Carrillon”. Lo escribió en su iPhone con la cerveza a medias encima de la mesa. Había ido a ese café porque sabía que allí hay wifi y los dueños no ponen demasiados problemas en dar la clave. A las 21.19 horas comenzó el infierno. “Escuché petardos, me di la vuelta. Vi a un solo hombre vestido completame­nte de negro con una gran ametrallad­ora”, explica M.P. en una conversaci­ón telefónica con La Vanguardia. ¿Cuánto tiempo estuvo disparando? “Uno o dos minutos, tiempo suficiente para hacer una carnicería”.

Este testigo fue uno de los pocos clientes de Le Carrillon que salieron ilesos. “Me tiré al suelo, aquel tipo vestido de negro no paraba de disparar: quería matar a todo el mundo. Miré al señor que estaba a mi lado. Le pregunté por el teléfono de la policía, ni él ni yo lo sabíamos en aquel momento. No podíamos pensar”, añade.

Se acabaron los disparos y comenzó un silencio que lo envolvió todo. “Ese silencio no era un silencio normal, ese silencio era... el terror”. De pronto, casi en bloque, comenzaron los gritos, los lamentos de los heridos. “Los que estaban en la parte de la ventana del café... Cuando se acabaron los disparos, todos los que estaban sentados en las mesas que iban desde el fondo hasta la puerta estaban muertos. Mataron a mucha gente en la terraza. Toda la pared donde yo estaba sentado estaba llena de agujeros de balas”, recuerda este testigo, que salió a la calle sin saber adónde ir. Había un bombero que no daba abasto. Apareció un policía y de, pronto, centenares de curiosos. Este testigo se fue caminando sin rumbo un par de calles hasta que llegó a otro café, Le Marine. “Dejé atrás una matanza. Allí al principio no me creían, llegué antes que la noticia. Le Carrillon estaba lleno de muertos, y unas calles más allá, la vida seguía”, recuerda.

M.P. está en shock. Muchas imágenes, a cuál más terrible, rondan por su cabeza. Una es la de aquel desconocid­o herido en una pierna justo delante del local, la misma imagen que recuerda

“Me tiré al suelo, aquel tipo vestido de negro no paraba de disparar: quería matar a todo el mundo”

María Mallol, una española residente en París que también estaba en Le Carrillon el viernes. “Yo me puse debajo de una silla; mi hermana, detrás de la barra”. Ella también habla de un único atacante avanzando por la calle Alibert disparando a ambos lados, contra las terrazas de Le Carrillon y el restaurant­e Le Petit Cambodge. Cuando cesaron los disparos, las dos se escondiero­n en la parte de detrás del café. “La gente estaba muy nerviosa. Una chica se acabó desmayando”, apunta María en declaracio­nes recogidas por Europa Press.

Pascal habla todavía titubeante, nervioso. No acaba de creerse lo que ha pasado. Por eso esta mañana ha vuelto a la zona del tiroteo para comprobar que todo aquello había sido una pesadilla, una pesadilla real. Recorriend­o las calles del entorno del canal de Saint Martin se ha encontrado a un vecino que le ha asegurado que vio llegar a dos de los asesinos en coche y que desde dentro del vehículo comenzaron a disparar a todo. A todos. Pascal estaba en la cola del McDonald’s que está en la Rue Fontaine du Roi a punto de pagar cuando comenzó todo. “Entró una mujer con varios niños dentro del restaurant­e, gritando que estaban matando a gente en la calle”, explica este francés pareja de Jonathan, un catalán afincado en París desde hace dos años.

Delante de su casa está ese local de comida rápida. Delante de su casa, el viernes asesinaron a cinco personas.

“Los trabajador­es del local nos hicieron entrar en la cocina. Bajamos a un sótano”, prosigue Pascal. Unas treinta personas apretadas por el calor y la humedad. Los lloros ahogados, la incertidum­bre ante lo que les podía pasar. Pascal comenzó a contar los disparos que llegaban hasta aquel escondite mezclados con gritos en el exterior. Cuando había contado más de medio centenar de detonacion­es, dejó de hacerlo. “A mí me llamó desde allí –apunta Jonathan–. Me dijo que estaban matando gente en la calle”. A los diez minutos los kalashniko­v se callaron. En silencio, todos regresaron hasta el exterior. “Vi a tres personas muertas, dos hombres y una mujer”, relata Pascal, que había ido a buscar comida mientras Jonathan se había quedado en casa con unos amigos. Iban a salir a tomar algo fuera, pero a última hora, estaban cansados, decidieron quedarse tranquilos en su piso. “El silencio –relata también–. Aquel silencio hasta que llegaron los primeros equipos de emergencia­s era diferente... Cuando llegué a casa, al principio no me creían. Pero comenzaron a dar imágenes por la tele”.

Raquel de Pamplona y su pareja, Borja, que es de Irun, estaban el viernes por la noche con dos amigas, con Elisa, de Zamora, y Valentina, de Módena. Viven a tan sólo unos siete minutos caminando de Le Petit Cambodge. Tenían pensado ir a ese restaurant­e. “Vamos mucho”, apunta Raquel. “Toda esta área del canal está muy de moda, siempre está llena de jóvenes y de familias con niños pequeños. El viernes había mucha gente, pero, de hecho, todos los días la hay”, explica esta trabajador­a de la OCDE. Ellos también optaron por quedarse en casa. Se enteraron de lo que estaba pasando a través de una llamada hecha desde Hendaya, por el padre de Borja. El piso en el que residen es una antigua tienda de fotografía. Apagaron todas las luces y se ocultaron en el antiguo cuarto oscuro. “Creímos que era lo más seguro. Al rato decidimos salir. Fuimos al comedor, pero seguimos sin encender las luces y nos quedamos sentados en el suelo, por si alguien disparaba. Esto es una planta baja”, apunta Raquel. La noche comenzó a llenarse de sirenas que no se callaron hasta que el reloj de sus móviles marcaba que era más tarde de las 4 de la madrugada.

“Entró una mujer con varios niños dentro del restaurant­e, gritando que estaban matando a gente en la calle”

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Flores y velas colocadas como homenaje a las víctimas de los atentados de París, ante Le Carillon
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IAN LANGSDON / EFE

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