La Vanguardia

El cielo nos cae encima

- Paris FRANCESC-MARC ÁLVARO

Habíamos andado todo el día y estábamos en el hotel. Hacer el turista tiene eso. Leemos y fisgoneamo­s por las redes y, de repente, descubrimo­s una alerta según la cual en París se han producido “dieciocho muertos en un atentado”. ¿Qué? Inmediatam­ente, conectamos los canales franceses. Estamos en un hotel muy céntrico, en la plaza Marguerite de Navarre, en el Marais, en el meollo, El Pompidou nos pilla a pocos minutos a pie. Llegamos el miércoles por la noche y no percibimos más seguridad de la que es habitual. Sólo hemos visto refuerzo de policías en lugares de la comunidad judía además de los edificios oficiales. Abrimos la ventana y oímos sirenas. Al cabo de poco, me llaman de Catalunya Ràdio: de momento puedo explicar poca cosa. Todavía no somos consciente­s de la magnitud del ataque de los fanáticos.

Después de escuchar en directo por TF1 la intervenci­ón del presidente Hollande, decidimos salir del hotel. Ahora ya sabemos que hay más de un atentado y que alguno se ha producido a sólo media hora andando de donde estamos nosotros. En las calles por donde pasamos, hay muy poca gente, grupos de jóvenes que iban de fiesta y que van saliendo de los bares, además de turistas despistado­s y mendigos. Mientras andamos en la misma dirección de los coches policiales, recibo la llamada de RAC1. Jordi Basté me pide un primer apunte al natural del ambiente que voy captando a medida que sigo el rastro de las sirenas. Poco después de hablar con Basté, empezamos a encontrarn­os en medio de no sabemos exactament­e qué: varios automóvile­s de la policía aparcan en la calle Pierre Lescot y los agentes que salen de ellos se preparan con chalecos antibalas, armas automática­s y cascos. Una vez así equipados, avanzan en formación, recuerdan a los legionario­s romanos.

Mientras ocurre todo eso, los cafés y los restaurant­es van cerrando y la gente que observa el despliegue de las fuerzas de seguridad hace fotografía­s y vídeos. Somos curiosos. La escena parece de ficción, pero no se trata de ninguna película. El cielo de París nos ha caído encima de golpe, una noche de noviembre sin frío. Hoy, bajo el cielo parisino, no vuela ninguna canción, lo que hay es tensión y confusión, muerte. Desde el lugar donde estamos, la sensación es de ciudad tomada por la policía, hemos topado con una guerra en la cual no se ve dónde se esconde el enemigo. Este cielo de París no es el que cantaba Piaf o el que hoy canta Zaz.

Hacemos fotos, intentamos atrapar el instante. De momento, nadie nos dice nada, pero al cabo de unos minutos nos obligan a circular. Decidimos rodear una manzana para ver la misma escena desde otro ángulo. Cuando estamos a punto de llegar, somos testigos de este hecho: cinco policías vestidos de paisano –algunos con un brazalete naranja como único distintivo– detienen a dos jóvenes que llegan corriendo. Los obligan a ponerse boca abajo y los registran. Aguantamos la respiració­n. Los sueltan. Falsa alarma. Los chicos huyen con el pasmo en la cara.

Seguimos andando y damos con tres policías apostados en una calle, armas en mano, como si esperaran la aparición inminente de un terrorista. No es una pesadilla, está pasando. Nos preguntan qué hacemos. Respondemo­s que vamos ha-

El cielo de una ciudad libre nos ha caído encima y nos vamos repitiendo que no queremos vivir con miedo

cia el hotel y, entonces, nos dicen que no nos detengamos más y nos quedemos allí. Hacemos caso. Al poco, me llaman de TV3: explico lo que he visto.

El sábado salimos a primera hora. La ciudad funciona a medio gas. Contención de la tristeza y el estupor. Hay poca gente en las terrazas, sólo los turistas que se hacen

selfies son un recuerdo de la normalidad perdida. Varios mercados han suspendido la actividad y muchas tiendas –incluidas las de lujo de la Rue Royale– han cerrado. En la plaza de la République, espontáneo­s ponen velas y flores al pie del monumento, donde todavía hay carteles de condena del atentado a Charlie Hebdo. Dolor sobre dolor. En el Boulevard Voltaire, cerca del Bataclan, las cámaras de todo el mundo buscan la huella de la masacre. El cielo de una ciudad libre nos ha caído encima y nos vamos repitiendo que no queremos vivir con miedo.

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