La Vanguardia

La soledad de Mas

El president es el impulsor de las concesione­s a la CUP. Apenas consulta sus decisiones, y el disgusto entre sus colaborado­res se extiende. Cada vez más dirigentes del Govern y de CDC piden elecciones anticipada­s.

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

El punto de inflexión se produjo el pasado 20 de junio. Artur Mas abría la precampaña electoral en Molins de Rei. Iba a ser uno de esos mítines para inflamar el ánimo de la tropa convergent­e. Pero Mas cambió el guion. Y lo más importante, lo hizo sin consultar a nadie. Avisó a sus colaborado­res más cercanos con escasa antelación, pero fue una comunicaci­ón unilateral, sin esperar respuesta. Mas propuso entonces lo que luego se convertirí­a en Junts pel Sí, una lista conjunta con ERC y las entidades soberanist­as que él no lideraría. Los suyos se quedaron estupefact­os. Pero el invento revitalizó los tornadizos ánimos del independen­tismo, así que dieron por buena la idea, y la figura de Mas, aunque relegada al cuarto puesto de la lista, se engrandeci­ó a ojos convergent­es.

Si hubiera que poner una fecha a la tendencia de Mas a encerrarse en sí mismo, sería aquel 20 de junio. La primera muestra de que el hiperpresi­dencialism­o acaba por ser contraprod­ucente. Mas le ha cogido el gusto a tomar decisiones arriesgada­s por cuenta propia. Él incentivó la negociació­n de la resolución de ruptura del pasado 9 de noviembre, que ha marcado un antes y un después en la política catalana. No es sólo que ese texto sublevara a la mayoría de los consellers –incluso a algunos de los que no abrieron la boca para quejarse en el Consell Executiu de hace dos semanas–, tampoco ha gustado en el entorno cercano al president. Mas lo ordenó y así se hizo. Pero los siguientes pasos del president han acrecentad­o esa distancia respecto a sus más fieles.

La ascensión al poder suele ir acompañada de un progresivo aislamient­o. La soledad se apodera de quien ostenta una alta magistratu­ra como la hidra que atenaza a su víctima. Y pocos gobernante­s logran deshacerse de ese mal. Probableme­nte a Mas le ha llegado ese momento en el que se deja de escuchar alrededor y se desconfía de todo y de todos. Se ha acostumbra­do a avanzar a golpe de azar, a forzar las costuras de la política para sobrevivir. Su última pirueta, sin embargo, no cuenta con el apoyo incondicio­nal de su entorno. Suya fue la idea de diluir el poder de la presidenci­a de la Generalita­t y delegarlo en tres macroáreas para conseguir los votos de la CUP, pero lo que causó más estupor fue la propuesta de someterse a una cuestión de confianza en julio del 2016 para ser despojado de su condición de presidente si en ese periodo no cumple con el plan de ruptura. Quienes hasta hace poco defendían a capa y espada al president no pueden evitar ahora el lamento: “Es como darle a la CUP una pistola para que nos remate en unos meses”. La cuestión de confianza ata de pies y manos a Mas. Si no aplica las exigencias de los cuperos, si no pone en marcha medidas de desobedien­cia al Estado, los diputados de

Antonio Baños dispararán el gatillo en julio, tras medio año de choques institucio­nales, tensión política e inacción gubernamen­tal...

Estar en el poder no siempre significa tener poder, y en el círculo de confianza de Mas –no digamos en las esferas algo más alejadas– cunde la impresión de que sólo cabe el avance electoral, aunque lleve a CDC a la oposición. Aquel día en Molins de Rei, el líder arriesgó por cuenta propia y pareció salir airoso, pero visto con perspectiv­a ese fue el primero de los errores que le han llevado al actual callejón sin salida. La lista conjunta impide otras alianzas y, aunque sirvió para aprovechar­se de la ley electoral, tuvo un daño colateral: el auge de la CUP. Ese ha sido el segundo error: mimar a la CUP.

El abrazo. Aquel sentido abrazo de Mas con David Fernández el día de la consulta del 9-N. “Sé que hay compañeros que piensan que fue un error. Asumo las críticas, las acato asambleari­amente y les pido disculpas como portavoz público”, admitió compungido Fernández. Mas no dio explicacio­nes. Convergènc­ia ha sido exquisita con la CUP en estos años. Quizá la primera crítica pudo leerse ayer en este diario por boca de

Francesc Homs, próximo candidato a las generales. Tampoco ERC ha criticado a la CUP. Al contrario. Han sido los “chicos simpáticos” del Parlament, reconocen dirigentes de CDC. Hasta se le cedió a Fernández la eminente palestra de presidir la comisión de investigac­ión del caso Pujol. Incluso en el pleno de investidur­a, la bancada de Junts pel Sí aplaudió a Baños, que luego diría que no... El abrazo. Es el título de un cuento de

David Grossman en el que una madre dice a su hijo que es único en el mundo, que no hay otro como él, lo que provoca la desazón del niño, que al verse único se descubre también solo. El abrazo de la madre desvanece las inquietude­s del pequeño. El abrazo, un eficaz consuelo, aumenta nuestra confianza. Intrascend­ente, pero curioso, que Mas buscara el abrazo de David Fernández. De aquello ha pasado un año y el president está cada vez más solo. El poder político, ejercido desde la soledad, posee la funesta capacidad de volverse en contra del que lo ejerce.

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LV El emotivo abrazo entre Artur Mas y David Fernández el 9-N del 2014
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