Radiografía entre elecciones
Un dietario, político y personal, de Francesc-Marc Álvaro ofrece claves para entender un triunfo electoral no exento de incertidumbres y dificultades
El territorio incierto en el que se mueve la política catalana y la rapidez a la que se suceden los hechos dificultan la compresión de la situación actual. Y no perder el hilo argumental ante la catarata de información diaria parece tarea imposible. Francesc-Marc Álvaro ha escrito un dietario que abarca el periodo entre las elecciones municipales del 24 de mayo y los comicios del 27 de septiembre. Un intento de explicar el proceso soberanista por dentro, en el que se descubren escenas, jugadas y maniobras hasta ahora desconocidas. Per què hem guanyat. 127 dies que van canviar Catalunya (Editorial Comanegra), describe el recorrido de Junts pel Sí hacia la amarga victoria electoral.
VIERNES 29 DE MAYO
“Desayuno con una persona que conoce muy bien a Artur Mas y que tiene al mismo tiempo una visión panorámica y precisa del tablero político del país. Hay la intención –me explica– de reabrir el debate de la lista unitaria. Eso iría ligado a otro movimiento: posponer las elecciones catalanas a febrero del 2016. Lo escucho y le digo que lo veo muy difícil, por no decir imposible. Añado que una jugada de este tipo es muy arriesgada: crispará más el entorno de Junqueras y puede hacer que Mas sea más antipático ante aquellos que dudan sistemáticamente de su compromiso. A mi interlocutor estas consideraciones le parecen secundarias ante la posibilidad que el 27-S sea un desastre para el soberanismo. “Si no ganamos, nos pasarán por encima”, repite varias veces. Es indudable que la división del soberanismo alimenta pronósticos preocupantes en la mayoría de gente partidaria de una Catalunya independiente. Reabrir la cuestión de la lista unitaria a la luz de los resultados de las municipales tiene un punto de dramatismo que quizás debe ser subrayado, una apuesta que también alimentará muchos nervios y muchas paranoias, que podría incrementar la agrura de las relaciones entre convergentes y republicanos. Pero dejar las cosas como están es asumir con resignación que Madrid tiene el viento de cara gracias a nuestras decisiones.
La conversación continúa, ahora sobre el hombre que se ha convertido en el enemigo número uno del Estado español. “Mas se ha cansado de hacer de mascarón de proa mientras le van dando patadas en los cojones”. He ahí la descripción exacta del estado de ánimo del presidente catalán en esta hora incierta. ¿Cómo se puede liderar una revuelta democrática mientras tu retaguardia lanza constantes sospechas sobre tu credibilidad? Hablamos del territorio pantanoso donde la política inteligente cede el terreno al sectarismo y el rencor. El liderazgo de Mas será estudiado algún día como un caso único de resiliencia. Son muchos los elementos que trabajan para debilitar este liderazgo, de una manera consciente o inconsciente. (…)
LUNES 15 DE JUNIO
Según una persona muy bien situada dentro del soberanismo civil, “no vamos nada bien, no hay ningún comandante del proceso”. Mientras comemos, va desgranando las debilidades de un movimiento que, visto desde fuera, parece muy eficaz y poderoso. Primera debilidad: la ANC no habla de estrategia, sólo de montar actos. Segunda debilidad: la pulsión antipolítica y miope de los que dicen que “el 9-N el presidente nos robó el protagonismo”. Tercera debilidad: hay un exceso de plataformas y chiringuitos soberanistas que hacen las cosas sin ninguna visión de conjunto. Mi interlocutor está desfibrado por estas circunstancias, que no acostumbran a trascender. Nos acompaña un tercer amigo, que añade un argumento incómodo a la conversación: “¿Qué día la parroquia soberanista dejó de estar contenta y motivada? Después de la conferencia de Junqueras en respuesta a la conferencia de Mas del 25 de noviembre del 2014”. Es cierto. Aquel no del líder de ERC nos sumió en un estado extraño, en una especie de melancolía, en un bosque de sentimientos contradictorios y pensamientos negativos, como si todo el mundo hubiera entrado en una sala de espera vacía y fría. Después de la conferencia de Junqueras, “se acabó el periodo de excepción abierto por el 9-N” y hoy haría falta que los republicanos quisieran volver a reabrir aquel ambiente. El enfriamiento de la parroquia soberanista es un efecto directo del desacuerdo entre Mas y Junqueras. Por debajo del proceso, como una corriente incontrolable, está muy presente un anhelo muy fuerte, una pulsión que determinados grupos no pueden abandonar: liquidar a la derecha catalana y a su máximo representante, Artur Mas.
Un político catalán que ha visitado los centros de poder de París hace pocos días me explica que el presidente Hollande le ha hecho tres preguntas: ¿Qué pasa en Barcelona? ¿Rajoy perderá o ganará? ¿Los catalanes votaréis la independencia? Por su parte, la alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo, ha lamentado que Trias no continúe al frente del Ayuntamiento de Barcelona. El socialismo francés tiene muy clara la diferencia entre la izquierda clásica y la izquierda radical y –a diferencia de lo que sucede en Catalunya– sabe que no son intercambiables ni coincidentes.
MIÉRCOLES 9 DE SEPTIEMBRE
Me llega, de buena fuente, que los responsables de campaña de Junts pel Sí han conseguido un clima excelente de trabajo, lo cual tiene mucho mérito si tenemos en cuenta que, hasta hace cuatro días, las relaciones entre CDC y ERC eran más que malas. Oriol Soler es quien engrasa la máquina cuando los otros dos directores de campaña –el convergente Quico Homs y el republicano Lluís Salvadó– tienen alguna discrepancia. Al día siguiente de los registros policiales en las sedes de Convergència y de la Fundación CatDem, hubo muchos nervios en el equipo de coordinación, los republicanos estaban especialmente nerviosos. Después de aquel episodio, se incorporaron a las reuniones diarias de coordinación dos de los hombres de más confianza personal y política de Junqueras: Sergi Sol, jefe de comunicación, y Lluís Juncà, jefe de gabinete del líder republicano. Los actos de precampaña han funcionado muy bien y el problema quizás es un exceso de confianza, según algunas voces.
Desde hace unos días, me encuentro a varias personas que apuntan la posibilidad de que Neus Munté, consellera de Benestar y flamante vicepresidenta del Govern, tenga un papel destacado en el futuro de Convergència o del partido que, quizás con otro nombre, refunde este espacio. Cuando hablan de Munté, muchos la sitúan en la órbita institucional más que en funciones orgánicas o internas, donde pesan los nombres destacados de Josep Rull y Jordi Turull. De momento, sin embargo, nadie piensa seriamente en el día siguiente, cuando Mas se haya retirado y haga falta encontrar liderazgos nuevos. Dado que el presidente ha dicho varias veces que no quiere continuar más allá de esta etapa de transición –que no sabemos cuánto durará exactamente– parece obligado que los convergentes empiecen a prever con quién cuentan. Lo que todo el mundo tiene claro es que, a diferencia de lo que hizo Jordi Pujol con Mas, esta vez no funcionará la designación desde arriba. La regeneración de las rutinas políticas exige también una selección abierta dentro de los partidos, con la celebración de primarias de verdad y la confrontación de proyectos y personalidades. La política que viene tiene que romper radicalmente con unas maneras de ejercer las responsabilidades máximas que ni son aceptables ni eficaces ni creíbles. No hay ningún otro camino.
JUEVES 24 DE SEPTIEMBRE
Hago una copia de unas llaves en un establecimiento regentado por una familia que conozco de toda la vida. El propietario –un votante convergente prototípico– me dice que no está nada seguro de votar Junts pel Sí, porque ya se sabe que hay que liarse la manta a la cabeza y que hay que remover las cosas y que si esto y lo otro... ¿Qué votarás, pues?, le pregunto. “La CUP”, me responde. Repregunto: ¿Te has leído el programa de la CUP? El tendero –que ya debe de tener casi sesenta años– me contesta que no. Cuando intento decir algo sobre la necesidad de reforzar la opción central del soberanismo, la única que tiene reales posibilidades de ganar las elecciones, entra una compradora y la conversación se termina. Me marcho. El episodio me hace pensar mucho. Apunto ideas: habrá votantes de CiU que pasarán a la CUP por una decantación poco ideológica, más de actitud; una parte de votantes de viejos partidos están enamorados de la pureza que ofrece la CUP, como un remedio que se toma; Junts pel Sí se ha equivocado al no pedir más claramente el voto útil del soberanismo y este fenómeno debilitará la mayoría holgada que se necesita para gobernar y arrancar la nueva fase del proceso; la CUP es percibida por nuevos votantes, más que como una izquierda radical, como una especie de vigilante de la ruta correcta de la desconexión.
Somos un país extraño. Tenemos nostalgia de un paraíso que nunca ha existido. Mucha gente que no tiene nada de anticapitalista votará ahora la CUP por la misma pulsión que los llevaba a admirar al desaparecido Lluís Maria Xirinacs. Son personajes y organizaciones que nos regalan una imagen idealizada y bonita –adánica– de nuestra colectividad. Al funeral de Xirinacs, en agosto del 2007, acudió mucha gente, incluidos muchos líderes políticos que él había criticado duramente. Jordi Pujol –que encarna el pragmatismo político más clásico y es la antítesis de Xirinacs– tuvo palabras de gran elogio hacia el viejo activista que se había dejado morir. Los votantes moderados que ahora cogerán la papeleta de la CUP (más o menos decepcionados oficialmente por recortes, corrupciones y herencias escondidas) están como aquel Pujol ante el cadáver de Xirinacs: parece que añoran otra vida, que, en realidad, no quieren de ninguna manera.
Lamentable y absurda batallita de banderas en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona durante la jornada castellera de la Mercè. Algún dirigente independentista parece que no acaba de ser consciente de que el domingo nos jugamos mucho y que cualquier error puede ser un boomerang contra los partidos del sí.