Un acto de guerra
DESPUÉS de poco más de 12 horas de los atentados coordinados contra diversos objetivos en pleno centro de París, el presidente de la República, François Hollande, calificó la embestida terrorista de “acto de guerra”. Una frase cuya contundencia, por la solemnidad con que fue proferida, abre un tiempo nuevo en la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico, que es la organización que ha asumido los ataques del viernes por la noche. Una expresión que debe mover a la reflexión de los europeos y de sus líderes ante la grave amenaza de que la noche parisina del pasado viernes no es un hecho aislado, sino que es un golpe a Europa.
Francia y los franceses, como la mayoría de los europeos, estaban advertidos de la inminencia de un ataque de estas características que ha dejado, por el momento, 129 muertos según el recuento provisional oficial y más de 350 heridos, de los cuales un centenar muy graves. La mayor y más grave matanza ocurrida en Francia después de la Segunda Guerra Mundial fue perpetrada por un grupo de terroristas, siete de los cuales se suicidaron, otro fue abatido por la policía y el resto logró huir. Los objetivos no podían ser más significativos en una noche de viernes: un estadio de fútbol donde se celebraba un encuentro de selecciones, varias terrazas de bares y restaurantes en el corazón de la capital y una sala de fiestas donde tenía lugar un concierto de rock de un conjunto californiano y en la que los asaltantes dejaron más de setenta cadáveres antes de que la policía liberara el recinto. Ocurrió en París, pero la matanza tenía el foco puesto en el amedrentamiento de Europa.
Desde que el terrorismo yihadista hizo acto de presencia en el mundo, sus objetivos se han destacado por su significado: las Torres Gemelas y el Pentágono, en Nueva York y Washington (11 de septiembre del 2001); los trenes de cercanías en Madrid (11 de marzo del 2004); el metro de Londres (7 de julio del 2005); Charlie Hebdo (7 de enero del 2015), un símbolo de la libertad de expresión, y un supermercado judío en París (9 de enero del 2015), y, ahora, algunos templos del ocio occidental y europeo. Pero lo ocurrido la noche del pasado viernes en París, más allá de la lógica carga emocional que supone una matanza de estas características, es sin duda un paso más en la conciencia de que Europa se halla ante un enemigo cierto al que debe presentar batalla. Lo dijo el presidente François Hollande, cuando, después de referirse al “acto de guerra organizado desde el exterior con complicidades en el interior”, añadió que Francia será implacable en la lucha contra el Estado Islámico, “con todas las armas del Estado de derecho” y “en coordinación con los aliados”. Y apostilló que es la hora de “tomar decisiones”.
¿Qué decisiones? Por supuesto que la primera y más urgente es reforzar los sistemas de seguridad e inteligencia para luchar contra el terrorismo yihadista en el interior de los estados europeos, que deben coordinarse para que su labor sea mucho más eficaz. El hecho de que un grupo de terroristas pudiera organizar y ejecutar siete atentados al mismo tiempo y en diversos puntos de la capital francesa indica una cierta ineficiencia de los servicios de seguridad para prevenirlos y reprimirlos que deberá analizarse y remediarse. Hay otro hecho significativo: el jueves, día 5 de noviembre, era detenido por la policía alemana un ciudadano montenegrino que circulaba por la autopista de Salzburgo a Munich con un coche cargado de explosivos y armas y en cuyo GPS figuraba París como destino. Aunque la investigación oficial no confirma la relación del detenido con los atentados de la capital francesa, algunas fuentes sugieren que formaba parte del comando. De ser cierto, la pregunta es si hubo el necesario intercambio de información entre servicios policiales.
Otra posible decisión que tomar concierne a los europeos. La Unión Europea no pasa por un buen momento. La crisis de los refugiados, la otra cara de la moneda del terror que siembra el Estado Islámico, ha provocado graves diferencias entre los socios, con la construcción de barreras y vallas para contener el alud de inmigrantes y, lo que es peor, el aumento de la islamofobia en algunos países. Un factor muy peligroso, por cuanto no sólo conduce a la marginación de las comunidades musulmanas europeas, sino que además provoca la radicalización de sus jóvenes. O Europa cuenta con los colectivos islamistas moderados, que son la mayoría, para luchar contra el Estado Islámico, o corre el riesgo de fracasar en su intento. Por tanto, la UE debe dar un paso adelante en la lucha contra el yihadismo terrorista implicándose no sólo en la coordinación de sus servicios de inteligencia y contando con la necesaria colaboración de los colectivos musulmanes, sino también en la busca de una respuesta más contundente en su política exterior frente al Estado Islámico. Si conviene, interviniendo en la forma más conveniente en la lucha en el origen del conflicto, es decir, en Siria y en Iraq, así como en un cambio de orientación respecto a Turquía. Europa y los europeos deben tomar conciencia de que se hallan ante un momento histórico crucial que exige respuestas inteligentes y razonables y, por tanto, coraje.
En España y en Catalunya se sabe muy bien el dolor que causa el terrorismo. Desgraciadamente, existe una larga experiencia en el daño provocado por la sinrazón. Es conocido también que desde hace unos años es un objetivo del terrorismo yihadista que ya asoló los trenes de cercanías de Madrid el 11 de marzo del 2004, con cerca de doscientas víctimas mortales. Los atentados de París, como en su día otros, afectan y conciernen de forma muy directa a Catalunya y a España y, frente a ese fenómeno, sólo cabe unidad de objetivos, coordinación policial y de los servicios de inteligencia. Cierto que la amenaza de ese terrorismo no es nueva, pero llega en un momento delicado por el conflicto territorial planteado. Ni falta hace decir que ante este riesgo cierto, en el que además Barcelona es un objetivo, es preciso aunar esfuerzos policiales y políticos por encima de las diferencias y los desencuentros. París, Londres, Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad o región europea se enfrentan a un enemigo común que exige el mayor entendimiento y colaboración. Pasar esa realidad por alto constituiría una gravísima irresponsabilidad.