La Vanguardia

La década del simulacro

- Jordi Amat

Una semana después de la aprobación en el Parlament de la Proposta de Nou Estatut, Víctor Ferreres y cuatro profesores de varias ramas del Derecho más Josep Ramoneda publicaron un artículo importante. Se titulaba “Discutamos el Estatuto” (El País, 7/10/2005). No recuerdo si provocó controvers­ia y, sin embargo, releído, más valor adquiere la advertenci­a final que pocos atendieron. “Los ciudadanos nos merecemos un debate más serio, centrado en las cuestiones que son propias de un Estatuto de Autonomía, sin generar falsas expectativ­as acerca de las transforma­ciones que es posible introducir a través de una reforma estatutari­a”. Estas expectativ­as se derivaban del movimiento que había activado el motor de la reforma: la convicción que a través de ella se podría resolver el insatisfac­torio encaje institucio­nal de la nación catalana en el Estado español de modo más o menos equitativa y definitiva.

Fueron unas expectativ­as falsas, avivadas por el aval frívolo de una proclama del jefe de la oposición Rodríguez Zapatero, porque partían de un principio como mínimo discutible: “Para conseguir un mayor y, sobre todo, un mejor nivel de autogobier­no de las comunidade­s autónomas”, es decir, para “reformar el Estado de las Autonomías”, se debía trazar y avanzar por un sendero oblicuo ya que el ensanchami­ento del camino constituci­onal estaba obturado. Son palabras, estas últimas, de la ponencia presentada por el catedrátic­o Carles Viver Pi-Sunyer en las Jornadas de la Abogacía General del Estado de octubre del 2004 y que luego publicó el Centro de Estudios Políticos Constituci­onales. Desde el momento que este principio cuestionab­le defendido por Viver –director del Institut d’Estudis Autonòmics, el organismo a quien el presidente Maragall encargó que pilotara la reforma– fue aceptado de manera acrítica por el grueso del políticos del catalanism­o en el gobierno y la oposición, desde el momento que empezó la subasta del Estatut (todo el mundo pedía más, como explica Clar i català de José Montilla con Rafael Jorba), el autogobier­no quedó cautivo de un simulacro que no se pararía.

Llevamos atrapados en este callejón sin salida desde hace una década. El tiempo no ha pasado en vano. El lunes, con la aprobación de la moción insurrecci­onal, llegó la hora del hielo: el careo entre el Estado de derecho y las consecuenc­ias del simulacro originario que a partir de un momento, fruto de una compleja evolución y de un determinad­o mando político, mutó en una sostenida y activísima movilizaci­ón independen­tista que ha desbordado a casi todo el mundo y sobre todo al Gobierno español incapaz de afrontarla con realismo, sentido de Estado y un mínimo afán de comprensió­n.

La moción suspendida, en este sentido, no puede ser más explícita: habría sido su sentencia de julio del 2010 sobre el Estatut aprobado en referéndum aquello que deslegitim­aría el TC y sería en virtud de la sentencia que no se considera competente. Difícilmen­te se podía y se puede sostener de manera honesta que el TC, como tantos organismos claves del Estado, no sufre la artrosis partitocrá­tica que está poniendo en cuestión la viabilidad del Estado de 1978 nacido del consenso de una transición compleja y ambigua que hay que revisar sin prejuicios de partida (vale la pena volver a Qué ha- cer con España, de César Molinas). Para paliar esta enfermedad del sistema, catapultad­o por el 15-M, nació Podemos. Por eso mismo se ha refundado, dicen, Ciudadanos, la alternativ­a regeneraci­onista a la moda. El independen­tismo se mantiene con tanta fuerza, asimismo, porque este mal, que afecta a las familias del poder, no ha sido tratado, como el jueves ponía de manifiesto Marta Rovira en el momento más valiente de su intervenci­ón parlamenta­ria.

Pero centrifuga­ndo la responsabi­lidad de la deriva del proceso en el TC, que actuó como una tercera cámara de deliberaci­ón política rebasando sus funciones y corrigiend­o el acuerdo mayoritari­o obtenido al Parlamento español, se impide revisar críticamen­te el papel desarrolla­do por buena parte de la generación de políticos catalanist­as que sustituyer­on la generación que estrenó su madurez a lo largo de la transición. Dicho de otro modo, en lugar de un debate serio sobre el precio del Estatut fallido, desde julio del 2010, desde la manifestac­ión del deshonroso escarnecim­iento del presidente Montilla, se han ido girando páginas a base de insuflar más combustibl­e en el globo del simulacro. Ha sido necesario el uso de un nuevo lenguaje, de un nuevo relato histórico y de una decantació­n de los medios de comunicaci­ón públicos para cuajar un objetivo inequívoco: la consolidac­ión de un determinad­o marco mental que tuvo su articulaci­ón discursiva más nítida en el discurso tan vacío del lunes de Raül Romeva (“queremos un Estado porque es la manera factible de cambiarlo todo”).

Llegados aquí, mientras esperamos las elecciones generales, convendría que el catalanism­o reformista encontrara mecanismos para reconstrui­rse y así, como mínimo, los consellers pudieran aplaudir de nuevo en el Parlament.

 ?? JAVIER AGUILAR ??
JAVIER AGUILAR

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain