Convivialidad
Me ha gustado un concepto del que el papa Francisco ha hablado esta semana: la convivialidad, la calidad de las relaciones, en palabras textuales suyas “el termómetro seguro para medir la salud de las relaciones”. Ahora mismo a muchos nos gustaría poder tener un utensilio objetivo –porque a primer vistazo no parece que nada vaya demasiado bien– para medir la calidad y el grado de convivencia en muchos ámbitos de nuestra vida, y no quiero nombrar el que nos tiene, a la mayoría, la cabeza ocupada con respecto a la convivencia colectiva.
El Papa no se refiere a la política, aunque ya no podemos decir que aquello que es privado no sea público; aplica el concepto a la familia por la preocupación que le genera el hecho de que no nos sentamos a la mesa juntos para compartir las comidas y que, en caso de hacerlo, estemos acompañados del telefonino.
Esto, que dicho en italiano suena incluso bien, no es otra cosa que el móvil que nos acompaña e interacciona con nosotros –de hecho nosotros con él– de manera insidiosa y recurrente, también en la mesa. Hay quien convive con él a todas horas comunicándose con el mundo pero aislándose del entorno más inmediato. Y no son sólo los adolescentes o jóvenes los que muestran este comportamiento. Sin ir más lejos, el jueves cuando hablábamos de ello en La tribu, en Catalunya Ràdio, uno de los mensajes era de una madre que confesaba sentarse a comer pendiente del teléfono.
Con teléfono de por medio o sin, es cierto que las maneras de convivir han cambiado y que a pesar de que está muy bien –en los casos en que así sea posible, compartir comidas con la familia, no es esta la cuestión de fondo. Sí que lo es la convivialidad, la calidad de la relación que establecemos no sólo entre padres e hijos, también entre los dos miembros de la pareja y –en el grado adecuado–, con los amigos, vecinos e, incluso, compañeros de trabajo y conciudadanos desconocidos.
Con respecto a la familia, no es necesario que sea una comida lo que aglutine la comunicación entre sus miembros. La cuestión es que esta se produzca de manera continua –lo que no quiere decir que esporádica y/o intensa no sea buena o efectiva y útil– y que sea libre y sincera; ya sea en paralelo entre padre y madre e hijos, o cualquier otra combinación; y ya sea de camino a la escuela, o en cualquier otro lugar y ocasión.