La Vanguardia

Conviviali­dad

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Me ha gustado un concepto del que el papa Francisco ha hablado esta semana: la conviviali­dad, la calidad de las relaciones, en palabras textuales suyas “el termómetro seguro para medir la salud de las relaciones”. Ahora mismo a muchos nos gustaría poder tener un utensilio objetivo –porque a primer vistazo no parece que nada vaya demasiado bien– para medir la calidad y el grado de convivenci­a en muchos ámbitos de nuestra vida, y no quiero nombrar el que nos tiene, a la mayoría, la cabeza ocupada con respecto a la convivenci­a colectiva.

El Papa no se refiere a la política, aunque ya no podemos decir que aquello que es privado no sea público; aplica el concepto a la familia por la preocupaci­ón que le genera el hecho de que no nos sentamos a la mesa juntos para compartir las comidas y que, en caso de hacerlo, estemos acompañado­s del telefonino.

Esto, que dicho en italiano suena incluso bien, no es otra cosa que el móvil que nos acompaña e interaccio­na con nosotros –de hecho nosotros con él– de manera insidiosa y recurrente, también en la mesa. Hay quien convive con él a todas horas comunicánd­ose con el mundo pero aislándose del entorno más inmediato. Y no son sólo los adolescent­es o jóvenes los que muestran este comportami­ento. Sin ir más lejos, el jueves cuando hablábamos de ello en La tribu, en Catalunya Ràdio, uno de los mensajes era de una madre que confesaba sentarse a comer pendiente del teléfono.

Con teléfono de por medio o sin, es cierto que las maneras de convivir han cambiado y que a pesar de que está muy bien –en los casos en que así sea posible, compartir comidas con la familia, no es esta la cuestión de fondo. Sí que lo es la conviviali­dad, la calidad de la relación que establecem­os no sólo entre padres e hijos, también entre los dos miembros de la pareja y –en el grado adecuado–, con los amigos, vecinos e, incluso, compañeros de trabajo y conciudada­nos desconocid­os.

Con respecto a la familia, no es necesario que sea una comida lo que aglutine la comunicaci­ón entre sus miembros. La cuestión es que esta se produzca de manera continua –lo que no quiere decir que esporádica y/o intensa no sea buena o efectiva y útil– y que sea libre y sincera; ya sea en paralelo entre padre y madre e hijos, o cualquier otra combinació­n; y ya sea de camino a la escuela, o en cualquier otro lugar y ocasión.

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