Un eje, dos ejes, tres ejes...
Algunas noches despierto sobresaltado, mientras resuenan en mi mente ecos del Confiteor: Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Me ocurre desde que releí un artículo titulado “Nuevo orden” (La Vanguardia ,3 de marzo del 2013). En él sugerí disolver el sistema catalán de partidos, basado en el clásico eje derecha-izquierda, para a continuación reorganizarlo sobre el eje nacional. CDC y ERC tuvieron, al parecer, una idea similar, y acudieron al 27-S de la mano, anteponiendo su afinidad soberanista a sus discrepancias sociales. Y ahora ambas formaciones han asumido a regañadientes exigencias anticapitalistas de la CUP en pos de su objetivo nacional.
Vistos los efectos del vendaval independentista en aquel orden de partidos, me pregunto por mi parte de culpa en el estropicio, que ha sido grande. En los últimos dos años y medio, PSC, Unió y CiU se han roto; CDC está resquebrajada y suspirando por una refundación que tendrá su cuota de bajas; e incluso Junts pel Sí, el pabellón de conveniencia bajo el que se enrolaron CiU y ERC para abultar su victoria, está ahora hecho jirones y va a ser arriado para las generales del 20-D. Queda muy poco del viejo orden. Podríamos decir que la reordenación del sistema catalán de partidos en clave nacional lo ha triturado. Y tiene al conjunto del país empantanado e inquieto. Salta a la vista, por todo lo dicho, que mi idea no fue buena.
Entonado el mea culpa, añado que otros han hecho más que yo para transformar el oasis catalán en este país atrapado en una huida hacia delante y en unas urgencias que nada bueno auguran. Entre ellos sobresale Artur Mas, que como presidente de la Generalitat se situó al frente de la manifestación independentista, dando alas –y acaso más que alas– a organizaciones como la ANC u Òmnium Cultural para que fortalecieran la fe de los creyentes y evangelizaran a los ilusos. Y que, si bien inició su navegación en clave garantista, está ahora dispuesto a desafiar el orden constitucional. El Mas que años atrás situaba en el 66% el consenso mínimo para emprender un proceso secesionista, y que alardeaba de su talante democrático y legalista, es el mismo que ahora se empecina en seguir adelante con menos del 50% de los votos, afirma que ya expiró la hora del diálogo, y trata de burlar la legalidad como un joven antisistema, sin ser una cosa ni otra. Ha mutado. Y da por hecho que todos los que le seguían han mutado con él. Pero quizás no sea así.
Días atrás, un lector subrayaba en una carta al director una doble paradoja de nuestra escena política: Rajoy, con su irresponsable quietismo, ha echado a mutantos chos catalanes en brazos del soberanismo; y ahora son las fuerzas insurgentes de la CUP, en cuyo regazo se ha abandonado Mas, las que están devolviendo a esos catalanes a posiciones más prudentes.
Regreso al principio. El eje de debate político derecha-izquierda, vigente durante años, ha propiciado conflagraciones sangrientas, pero también una dialéctica de progreso para el conjunto de la sociedad. El eje nacional puede haber deparado alguna satisfacción a determinados colectivos, pero también conflictos internacionales. Ahora bien, el desplazamiento de la lucha política hasta un hipotético tercer eje, el que enfrenta a quienes respetan la ley con quienes prefieren desobedecerla, difícilmente dará a estos últimos una posición mayoritaria. Hace dos milenios largos, Pitágoras escribió: “La libertad dijo un día a la ley: ‘Tú me estorbas’. Y la ley le respondió: ‘Yo te guardo’”. Mas puede acudir al Parlament, como ha hecho esta semana, a intentar la investidura atropellando el orden constitucional, reiterando que está legitimado para llevar adelante su iniciativa porque le asiste el mandato popular. Pero todo eso es más que discutible cuando los votos favorables a la independencia no alcanzan el 50%; y cuando el grueso de los catalanes, y de los europeos, desaprueban las decisiones fuera de la ley. Ahí pinchará en hueso. Ya ha habido indicios de eso en escenarios diversos, desde el Consell Executiu hasta el Camp Nou, pasando por el propio Parlament. No avanzamos por el buen camino. Y no se descarta que el resultado del proceso soberanista sea al fin opuesto al perseguido, y nos deje en herencia más subordinación y menos libertad.
El primer eje –derecha-izquierda– ha propiciado, como decíamos, avances. El desplazamiento del primero al segundo –el nacional–, que tiene al país en suspenso, dilapidando fuerzas y complicidades, nos lleva rumbo de colisión. Y la fuga hacia el tercero –el legalilegal– es inaceptable para la mayoría de los catalanes y suicida para los independentistas: les resta legitimidad, diezma sus apoyos y está propiciando la intervención del Estado. No seré yo quien proponga esa fuga en un artículo titulado “Nuevo desorden”. Y no quiero ni imaginar qué tipo de dialéctica nos traería el paso a un cuarto eje de enfrentamiento, que –me temo– podría ir más allá del desacato de la ley. Con tres ejes basta y sobra.