Rezar por París (y por todos)
En estas horas de duelo mundial por los atentados de París, los países europeos se preguntan qué deben hacer para evitar las masacres terroristas causadas por el yihadismo. Y no hay respuestas contundentes porque la porosidad de las fronteras europeas y la concepción de las libertades públicas forman parte del entendimiento de la manera de vida en las democracias liberales. En todo caso los países occidentales están pagando un altísimo precio por equilibrar la libertad con la seguridad.
El debate sobre nuestras formas de vida colectiva se desató en Estados Unidos con motivo del atentado del 11 de septiembre del 2001 que se saldó con millares de víctimas; continuó en España a propósito de los atentados del 11-M del 2004, que causaron 191 asesinados y cientos de damnificados, siguió en Londres, el 7 de julio del 2005, fecha de otros atentados terroristas que se cobraron 56 víctimas, se acentuó más aún con la matanza de Charlie Hedbo y con la que se produjo en un supermercado kosher el 7 y 8 de enero de este año (17 fallecidos), y nos lo volvemos a plantear hoy a poco más de veinticuatro horas de la matanza de París que, con el aterrador balance de más de 125 muertos y decenas de heridos, establece una evocación entre el Madrid del 11-M y la capital de Francia el 13-N.
Las sociedades libres que padecen estos atentados quedan traumatizadas. España lo está aún con el 11-M del 2004. El pasado año, cuando se cumplieron los diez años de la masacre, se produjeron expresiones contenidas durante mucho tiempo: hubo actos memoriales, edición de libros, reinterpretación de aquellas horas aciagas, pero, sobre todo, quedó claro que la sociedad española registraba una muesca histórica en su conciencia colectiva. En París desde el atentado contra Charlie Hedbo ocurre algo parecido. Hay inquietud, temor, inseguridad y movimientos sociales activos que se desenvuelven en la duda sobre sus propias convicciones éticas y cívicas en relación con la inmigración desde países musulmanes, también en referencia al alcance de las libertades públicas (la de expresión, por ejemplo) y sobre cómo hacer para ganar seguridad sin lesionar legítimos derechos ajenos.
Los atentados del viernes en París han provocado una reacción proporcional a su magnitud y aparece ya una consigna digital que se encomienda a la trascendencia: “Pray for Paris”. Rezar por París es el regreso a la espiritualidad del temor y a la invocación de un Dios protector, al comprobar que los estados más modernos, solventes y preparados son incapaces de evitar estas masacres. Es ilustrativo que no haya –al menos cuando redacto estas líneas– reclamaciones al Estado que cuestionen su eficacia, sino que la campaña de grandes celebridades de distintos ámbitos en las redes sociales remita a la oración, al sentido trascendente del hombre, a la búsqueda en el más allá de la seguridad que no se experimenta en el más acá. Estas terribles convulsiones, además, agudizan los sentimientos solidarios. El hashtag que arrasa en las redes sociales es el #Puertas Abiertas para acoger en París a los que necesiten techo y asistencia, sean naturales de la ciudad y del país, sean turistas o necesitados. Otro ejemplo de que la solidaridad se convierte en un remedio consolador porque agrupa a los ciudadanos en los mejores valores humanos.
Que las cosas sean así –expresión de impotencia y de temor– no quiere decir que podamos soportar por mucho más tiempo este estado de cosas. Europa no hace política internacional en los lugares donde se gestan estas barbaries y, sobre todo, no federaliza su seguridad de un modo sistemático. Ahora se cierran las fronteras para acontecimientos sobre los que se suponga la existencia de riesgos. En París se va a celebrar –¿se mantendrá el evento?– la conocida como COP21, la cumbre patrocinada por las Naciones Unidas sobre el cambio climático que superará con mucho la de Kioto de 1997. La ciudad estaba, pues, en alerta y pese a todo ha sido posible que una decena de terroristas kamikazes sembrasen de muertos una de las zonas más bulliciosas de la capital de Francia.
En España el pasado mes de febrero, el Gobierno, el PP y el PSOE firmaron “El acuerdo para afianzar la unidad en defensa de las libertades y en la lucha contra el terrorismo”, porque el Ejecutivo y los partidos se sentían “especialmente concernidos por acontecimientos como los recientes atentados de París que han vuelto a poner de manifiesto la grave y real amenaza del terrorismo yihadista a la que ningún país puede permanecer ajeno, sean cuales fueren sus manifestaciones o formas de actuación, incluyendo los actores solitarios y los combatientes terroristas retornados”. Es reconfortante –en la desolación de estas horas– subrayar que, al menos, nuestros dirigentes tuvieron la crepitación ética y política de sellar este pacto.
Aparece ya una consigna digital que se encomienda a la trascendencia: “Pray for Paris”