André Glucksmann
JOAN DE SAGARRA
Nuestro corresponsal en París, Rafael Poch, firma la necrológica (La Vanguardia, 11 de noviembre) del filósofo André Glucksmann, fallecido esta semana. Necrológica que Poch titula: “Un neocon de la gauche”. Poch no se muestra nada cariñoso con Glucksmann (Boulogne–Billancourt, 1937). Empieza presentándonoslo como “uno de aquellos jovencitos excitados” del Mayo del 68 que, tras abrazar la revolución cultural del presidente Mao, acabó por hacerse “directamente de derechas, tras caer del caballo gracias al Archipiélago Gulag, Alexánder Solzhenitsin, editado (en Francia) en 1973”. Luego le reprocha haber defendido “todas las intervenciones militares americanas u occidentales en el mundo, de Serbia a Siria, pasando por Iraq y Libia (no ha habido disculpas por ello)”. “Protestó –escribe– por los desmanes rusos en Chechenia (a veces la propaganda acierta), apoyó el regreso a las pruebas nucleaposible res de Jacques Chirac y la candidatura presidencial de Nicolas Sarkozy”. Es decir, acabó cometiendo el peor error –¿o habría que llamarle pecado?– de su vida, de la vida de un jovencito del Mayo del 68. Algo que, incluso para nosotros, no es ninguna novedad: yo conozco a un maoísta que acabó de miembro de la FAES y a otro que acabó de conseller de un gobierno presidido por el señor Artur Mas.
Es evidente que a nuestro corresponsal en París, André Glucksmann no le despierta ninguna simpatía, hasta tal punto que silencia –algo poco usual en una necrológica– su origen judío y su infancia en la Francia de Vichy, con una madre comprometida con la lucha contra el nazismo. Pero lo que escribe sobre Glucksmann nuestro corresponsal es cierto, con algunos matices, y el mismo Glucksmann no se lo habría negado, de hecho nunca lo negó.
Rafael Poch escribe en su necrológica: “Contemplada en perspectiva, la gran paradoja francesa que Glucksmann encarna es cómo fue que después de la generación de gente tan grande como Bourdieu, Aron (del que Glucksmann fue asistente), Braudel, Barthes y tantos otros –curioso que Poch no mencione a Sartre-, se produzca tal degeneración”. Y acto seguido cita a un historiador británico, Perry Anderson, que hace unos años, a propósito de Bernard-Henri Lévy, escribía lo siguiente: “Resulta difícil imaginar una inversión más extraordinaria de los estándares nacionales de inteligencia”. Para Poch, la frase del británico resulta “perfectamente aplicable a Glucksmann” y concluye su necrológica con estas palabras: “El presidente de Francia, François Hollande, mencionaba el nombre del autor fallecido junto a los de Sartre y Aron. Le Monde le dedica dos páginas –no, eran cuatro más la portada– en su edición de hoy (jueves, 12 de noviembre). La atención que la esfera pública francesa otorga a estos personajes –la cursiva es mía– es algo que merece estudio”.
No seré yo quien discuta sobre la “degeneración” de la intelectualidad francesa –los “nuevos filósofos” para ser más concreto– con respecto a aquella “gente tan grande”. Sólo quisiera apuntar un pequeño detalle. La fotografía que ilustra la necrológica, toda una página, que Poch escribe sobre Glucksmann nos muestra al joven filósofo junto al anciano Sartre y a su viejo condiscípulo Raymond Aron. El diario no da ninguna información sobre dicha foto (y el texto de Poch tampoco la da), pero, para mí y espero que para muchos otros lectores, es harto conocida. La foto en cuestión fue tomada el 20 de junio de 1979 cuando Glucksmann logró que la gauche (Sartre) y la droite (Aron) fueran juntas al Elíseo (Giscard d’Estaing era entonces el presidente de la República) para apoyar la causa de los boat people vietnamitas. Yo me hallaba entonces en París –escribía crónicas para este diario– y recuerdo con una cierta emoción cuando, en la tele, en el noticiario de la noche, apareció esta imagen.
Fue Glucksmann quien hizo que se reencontrasen los viejos condiscípulos y enemigos acérrimos. Puede que no fuera tan inteligente como ellos, pero logró unirlos por una causa justa. Y creo adivinar por qué. Aron ya le conocía, fue su asistente, como reconoce Poch, pero ¿y Sartre? Para Sartre, Glucksmann, además de ser un tipo la mar de atractivo, no dejaba de ser un normalien (École Normale Superieure) y un agrégé (catedrático) de Filosofía, igual que él.
Entre aquella “gente tan grande” y los “nuevos filósofos”, como Glucksmann y Bernard–Henri Lévy, todavía había un cierto parentesco, una cierta relación de viejos y jóvenes alumnos. Es por ello que no me extrañan las palabras del presidente Hollande, más nostálgicas que otra cosa, y la portada –el célebre retrato que el fotógrafo Richard Avedon le hizo al filósofo con su hijo Rafael, en Nueva York, en 1992– y las cuatro páginas que le dedica Le Monde. Páginas sin amagar nada, pero respetuosas y también nostálgicas. Porque se acabó el tiempo en el que los filósofos, viejos o nuevos, escribían en los periódicos: Hoy se exhiben descaradamente en la tele. La “más extraordinaria inversión de los estándares de inteligencia”, que decía el historiador británico, no se produce entre Sartre, o Aron, y Glucksmann, sino entre los normaliens de la calle de Ulm y los Onfray y los Zemmour que hoy triunfan en la tele. Vamos, lo que el etnólogo Jean-Loup Amselle llama en L’Obs (5 de noviembre) “la revancha de la plebe intelectual”. P.S. Recomiendo la lectura de
Voltaire contre-attaque (Robert Laffont, 2014), el último libro de Glucksmann. Allí queda claro que, de izquierdas o de derechas, era un tipo decente.
Logró que la ‘gauche’ (Sartre) y la ‘droite’ (Aron) se unieran por la causa de los ‘boat people’ vietnamitas Se acabó el tiempo en el que los filósofos, viejos o nuevos, escribían en los diarios; hoy se exhiben en la tele