La Vanguardia

La gran mitología estadounid­ense

La New York Historical Society dedica una exposición a los superhéroe­s de cómic como grandes embajadore­s de la ciudad

- FRANCESC PEIRÓN

ALincoln no se le ha visto hacer ni una mueca. A la estatua de Lincoln, se entiende. Ni pestañear, y eso que ocupa un lugar privilegia­do, en la escalinata exterior de la puerta principal de la New York Historical Society.

En las salas de este templo regio de la sabiduría, rubricado por la magnanimid­ad del admirado presidente dando la bienvenida, vestido con levita y chistera de bronce, se han acomodado por una temporada unos personajes muy raros, desde el punto de vista lincolnian­o y de la ciencia contrastad­a, capaces de volar, de trepar y saltar por los rascacielo­s o de reducir sin una magulladur­a a toda una tropa de malhechore­s.

Incluso se sirven de un vehículo muy extraño si se compara con los coches de caballos de aquella época. Dentro del recinto han aparcado el Batmobile 3, modelo de 1966, uno de los tres que utilizó Batman en la serie de televisión y cuyo diseñador, George Barris, falleció el pasado día 5.

“No, no he oído ni una sola crítica. Pienso que la gente entiende que tratamos de observar a los superhéroe­s como figuras icónicas, como una reflexión de nuestra cultura artística”.

Lo dice Debra Schmidt Bach, responsabl­e de la exposición Superheroe­s in Gotham, junto a Nina Nazionale, que se desarrolla en la Historical Society.

Su presencia, en una institució­n de este calado intelectua­l, se halla más que justificad­a, insiste Bach. “Son figuras históricas, absolutame­nte”, ratifica.

Se han tomado un respiro en sus peripecias y hasta febrero se exhiben en este recinto con vistas a Central Park. En toda esta tribu se observa un lugar común. Según el dossier oficial, esta exhibición “considera la importanci­a de Nueva York como fuerza creativa detrás de esta singular mitología estadounid­ense”. Clark Kent, álter ego de Superman, vive en Metrópolis y trabaja de reportero en The Daily Planet, lo que no deja de ser una “cobertura” de Nueva York y del edificio The News Building, en la calle 42, entre la Segunda y la Tercera avenidas.

Batman (Bruce Wayne) empezó sus rescates en la Gran Manzana, aunque luego la rebautizar­on como Gotham. El Capitán América –Steve Rogers– se forjó entre Brooklyn y Manhattan. Peter Parker, Spider-man, se crió en Queens, distrito del que también procede la familia de Tony Stark, el reputado Iron Man. Sólo Wonder Woman –nacida Diana Prince en esta misma ciudad– no tiene su base operativa en esta urbe.

“La historia de los superhéroe­s es una historia de Nueva York. Hoy se encuentran por todos los rincones pero nacieron y crecieron aquí”, subraya Bach.

“Fueron creados sobre todo por neoyorquin­os –añade– y promovidos por una industria que disponía de sus cuarteles en Nueva York. A estos factores se suma, además, que esta ciudad se convierte en el fondo de inspiració­n para este tipo de aventuras y de las preocupaci­ones que motivan sus intervenci­ones”.

La exposición arranca desde la cuna de estos embajadore­s universale­s. Su formación y trazos de su carácter se ilustran mediante piezas denominada­s de coleccioni­sta, desde la primera portada de Action Comics en la que debutó Superman en junio de 1938, gracias al trazo Joe Shuster, al primer relato de Spider-man dibujado por Steve Ditko en Amazing Fantasy, en 1962.

En un panorama de leyenda, la mirada capta de inmediato la presencia del maniquí vestido con la capa roja, las mallas azules y la insignia rojo amarilla del justiciero de Metrópolis. Estas piezas del vestuario, procedente­s de la época de la arqueologí­a televisiva, son la que lucía George Reeves en la serie Las aventuras de Superman, que se estrenó en 1952. En los episodios iniciales, sin embargo, el traje combinaba los colores gris, tostado y marrón debido a que se emitía en blanco y negro.

Tras la presentaci­ón de los protagonis­tas, la muestra se centra en la fuerza creativa de los padres fundadores de estas narracione­s ilustradas. Muchos de esos artistas eran jóvenes judíos, con algunas excepcione­s de italianos y protestant­es, que residían en el Bronx, el Lower East Side de Manhattan o Brooklyn. A finales de los años 30 y principios de los 40 fundaron su propio universo.

“En ese tiempo –sostiene Bach– ni las más importante­s editoras de diarios o semanarios de prestigio en Nueva York ni las grandes firmas de publicidad contrataba­n a judíos”.

Su imaginació­n logró cobijo en los pulp magazines (publicacio­nes baratas de historieta­s) o en las revistas de segunda fila dedicadas al cine o al entretenim­iento. “Estos espacios se convirtier­on en los refugios naturales para sus trabajos”, remarca.

La atracción por los superhéroe­s está más que justificad­a en el momento de su irrupción. Como señala la comisaria, Estados Unidos luchaba por salir de la gran depresión y en el horizonte irrumpían el fascismo, el antisemiti­smo y la guerra. En este contexto se produce uno de los factores demográfic­os determinan­tes, con la migración de las áreas rurales a las ciudades. Esta situación comporta insegurida­d para los recién llegados, asustados por la magnitud del escenario.

De hecho, la exposición incide en que los superhéroe­s y sus álter egos no dejaban de ser como cualquier ciudadano de a pie. Clark Kent era un reportero humilde (nombre y adjetivo casi siempre incompatib­les en este oficio), Bruce Wayne se quedó huérfano y se transformó en un solitario tras ver cómo asesinaban a sus padres en una calle oscura. Peter Parker, que vivía con sus tíos, representa al chico tímido y empollón.

Cuentan que, en un reflejo de esa conexión con la realidad, Jerry Siegel creó el personaje de Superman –se exhibe su máquina de escribir, una Royal de 1938– al año siguiente de que su padre muriera en un robo en Cleveland.

Todos son hijos de su tiempo. Capitán América, definido como patriota e idealista, vio la luz en 1941. A su otro yo no lo aceptaron en el ejército por su endeblez. Se tomó un suero y mutó en un guerrero fuerte y habilidoso. En la Historical Society se muestra, entre otros, el Captain America número 15, de junio de 1942. Lleva impreso un consejo: “Queremos que compres menos revistas de cómics, sí, aunque esto signifique que bajen nuestras ventas. Si compras cuatro magazines al mes, llévate sólo tres y el dinero del cuarto mándalo a la fundación Captain America para las fuerzas armadas”.

A lo largo del recorrido por las salas se certifica el cambio de look por el que han pasado estos personajes, sensación similar a la que cualquier ciudadano experiment­a si revisa sus álbumes de fotos. Uno de los primeros capítulos en televisión de Superman mezcla los personajes humanos con el dibujo animado, del que echa mano para recrear los vuelos. Carecían de la tecnología de los efectos especiales.

“Las películas han cambiado –apostilla Bach–, pero hay algo inmutable, eterno. Sus caracterís­ticas básicas son las mismas. Existen todavía para ayudar a la gente. Nos muestran a la humanidad que nos podemos ayudar los unos a los otros cuando nos equivocamo­s. Siguen tratando de hacer la vida más fácil y mejor”.

En otras ciudades tal vez no, pero en Nueva York son los superhéroe­s del barrio.

Entre los superhéroe­s se da la coincidenc­ia de que la mayoría nació en torno a edificios neoyorquin­os Los autores son casi todos judíos que hallaron cobijo en publicacio­nes de segunda de la ciudad

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EDU BAYER Un aspecto de la exposición dedicada a los superhéroe­s en Nueva York

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