Mala educación
Un sermón cazado a distancia de un padre a un hijo que no conoces puede estropearte una matinal de domingo escandalosamente soleada estando como estamos en noviembre. “¿Conocías a ese niño, no verdad? ¿Era tu rival no es cierto? Y si no es tu amigo ni te irás a comer con él, ¿por qué le has dado enseguida la pelota cuando el árbitro ha pitado falta? La próxima vez la dejas en el suelo o la tiras fuera, que si no hacen jugada rápida y nos la meten”. El niño que soporta la amonestación (es terrible pensar que quizás esa alma aún cándida crecerá y hará lo propio con sus descendientes) tiene entre 10 y 11 años y juega a balonmano, un deporte maravilloso que tiene tanta culpa de sufrir esta escena como el chaval de tener a ese energúmeno como padre. En realidad podríamos estar hablando de cualquier deporte, por supuesto de fútbol, y de cualquier lugar de Catalunya o España, aunque el episodio cayera en un pabellón de Martorell.
Es una rémora social lo de algunos padres. El problema es que estos sujetos no salen desenfocados del todo en la fotografía panorámica del deporte patrio, sea de base o no. Este país (cada uno que elija el que más quiera, hay idiotas en ambos idiomas y banderas) silba himnos, jugadores de la propia selección que se comprometen a jugar un amistoso a riesgo de lesionarse antes de un clásico (Piqué) y tiene un presidente del Gobierno que, pudiendo decir Busquets o Iniesta, que ganaron un triplete para un equipo de la Liga española, escoge a Cristiano Ronaldo, portugués para más señas, como favorito para el Balón de Oro con el forofismo como único razonamiento plausible.
En este país cuando alguien echa la pelota fuera en deferencia a un jugador lesionado lo normal es que esta le sea
En este país, cuando alguien echa la pelota fuera lo normal es que esta le sea devuelta más lejos y de mala manera
devuelta más lejos y de mala manera. En este país los minutos de silencio dejaron de durar 60 segundos y de ser silenciosos porque un día alguien decidió acortarlos y meterles música lacrimógena a toda castaña para ahogar los típicos gritos de algún tarado con ganas de dar la nota. En este país se estira como un chicle con sabor a neumático el debate de la broma de Halloween para tapar el intolerable dominio del Barça.
Se lanzan campañas bienintencionadas desde las federaciones pero no hay manera de reducir los episodios. En el fútbol, en edad alevín, subsisten aún entrenadores que vocean contra el árbitro y asustan a los niños con broncas que manchan la pelota, que diría Maradona. “La culpa es de la sociedad” es una respuesta naif y más pasada de moda que las hombreras para justificar tanto analfabetismo social. Pero no todo está perdido. Queda el refugio de tipos como Del Bosque o Nadal, por citar dos ejemplos madridistas, que siempre han defendido su deporte desde el respeto al adversario y la pulcritud de sus actos. Sin insultar. Y han ganado así.