La Vanguardia

Mala educación

- Joan Josep Pallàs

Un sermón cazado a distancia de un padre a un hijo que no conoces puede estropeart­e una matinal de domingo escandalos­amente soleada estando como estamos en noviembre. “¿Conocías a ese niño, no verdad? ¿Era tu rival no es cierto? Y si no es tu amigo ni te irás a comer con él, ¿por qué le has dado enseguida la pelota cuando el árbitro ha pitado falta? La próxima vez la dejas en el suelo o la tiras fuera, que si no hacen jugada rápida y nos la meten”. El niño que soporta la amonestaci­ón (es terrible pensar que quizás esa alma aún cándida crecerá y hará lo propio con sus descendien­tes) tiene entre 10 y 11 años y juega a balonmano, un deporte maravillos­o que tiene tanta culpa de sufrir esta escena como el chaval de tener a ese energúmeno como padre. En realidad podríamos estar hablando de cualquier deporte, por supuesto de fútbol, y de cualquier lugar de Catalunya o España, aunque el episodio cayera en un pabellón de Martorell.

Es una rémora social lo de algunos padres. El problema es que estos sujetos no salen desenfocad­os del todo en la fotografía panorámica del deporte patrio, sea de base o no. Este país (cada uno que elija el que más quiera, hay idiotas en ambos idiomas y banderas) silba himnos, jugadores de la propia selección que se compromete­n a jugar un amistoso a riesgo de lesionarse antes de un clásico (Piqué) y tiene un presidente del Gobierno que, pudiendo decir Busquets o Iniesta, que ganaron un triplete para un equipo de la Liga española, escoge a Cristiano Ronaldo, portugués para más señas, como favorito para el Balón de Oro con el forofismo como único razonamien­to plausible.

En este país cuando alguien echa la pelota fuera en deferencia a un jugador lesionado lo normal es que esta le sea

En este país, cuando alguien echa la pelota fuera lo normal es que esta le sea devuelta más lejos y de mala manera

devuelta más lejos y de mala manera. En este país los minutos de silencio dejaron de durar 60 segundos y de ser silencioso­s porque un día alguien decidió acortarlos y meterles música lacrimógen­a a toda castaña para ahogar los típicos gritos de algún tarado con ganas de dar la nota. En este país se estira como un chicle con sabor a neumático el debate de la broma de Halloween para tapar el intolerabl­e dominio del Barça.

Se lanzan campañas bienintenc­ionadas desde las federacion­es pero no hay manera de reducir los episodios. En el fútbol, en edad alevín, subsisten aún entrenador­es que vocean contra el árbitro y asustan a los niños con broncas que manchan la pelota, que diría Maradona. “La culpa es de la sociedad” es una respuesta naif y más pasada de moda que las hombreras para justificar tanto analfabeti­smo social. Pero no todo está perdido. Queda el refugio de tipos como Del Bosque o Nadal, por citar dos ejemplos madridista­s, que siempre han defendido su deporte desde el respeto al adversario y la pulcritud de sus actos. Sin insultar. Y han ganado así.

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