Estado Islámico: ha llegado la hora
El Estado Islámico, con su espantoso ataque contra simples objetivos civiles en París, ha instaurado nuevas realidades sobre su naturaleza, capacidad e intenciones.
No cabe dudar por más tiempo de la necesidad de su eliminación. No se trata de que las vidas parisienses tengan más importancia que otras, sino de que París cambia las reglas de juego.
El EI ha demostrado que es capaz de cambiar en serie las situaciones existentes durante los últimos 18 meses, desde que por primera vez apareció a la vista de la opinión pública al crear su autodenominado Estado Islámico a través de las desiertas regiones fronterizas de Siria e Iraq. Sus acciones repugnantemente exhibidas en medios de comunicación y sus macabras ejecuciones estaban concebidas especialmente para causar conmoción y pavor. Pero actuaba en el ámbito local.
Ahora ha alterado los análisis de numerosos observadores, entre los que me incluyo, que tendían a considerarlo un intento (inviable) sobre todo en el plano regional y territorial de crear un Estado. Se trataba de crear un califato y de apuntar contra enemigos a escala regional más que de operar a una escala mundial más extendida. Los recientes atentados de Beirut, la destrucción de un avión ruso en pleno vuelo y los execrables atentados de París han elevado ahora el nivel de amenaza a nuevas cotas.
Lo que todavía no queda claro es hasta qué punto la acción de París es obra de una estructura de mando centralizada procedente de la capital del EI en Siria o bien se trata de una acción de franquicias u operaciones salvajes inspiradas por el EI para actuar a escala local.
Sea como fuere, estas series de episodios apelan a favor de una actuación internacional más amplia y profunda. El EI debe ser eliminado. Advierto que llego a este punto de vista con sentimientos encontrados. Con el paso de los años, me he convencido crecientemente de que las intervenciones militares y las guerras occidentales para arreglar Oriente Medio no sólo han fracasado, sino que han agravado casi todas las situaciones existentes en la región.
Washington, al final, en efecto, ha perdido todas sus últimas guerras en Afganistán, Iraq, Yemen y otros lugares. Occidente ha sido tanto el problema como la solución.
Debemos recordar que el EI no existiría en la actualidad si Estados Unidos no hubiera invadido y destruido el gobierno, las instituciones, las elites, las fuerzas armadas, las infraestructuras y el orden social de Iraq.
Debemos recordar que la historia de Oriente Medio no comenzó con el 11-S. Por el contrario, el 11-S fue la culminación de años de políticas occidentales anteriores basadas en intervenciones y en manejos políticos. No podemos proceder a adoptar una línea de acción más vigorosa sin tener grabadas en nuestras frentes estas dos proposiciones. Sin embargo, algo hay que hacer en estos momentos por más que no haya nada en nuestras acciones pasadas que represente mucho fundamento para la seguridad y la tranquilidad.
No obstante, hasta la fecha el EI es la única fuente y origen de inmediata alteración estratégica en Oriente Medio con implicaciones globales. Ni Iraq, ni Irán, ni Siria, ni Libia, ni Yemen, ni Líbano, ni Somalia –o cualquiera de esas guerras opcionales lanzadas por Washington y sus aliados– han supuesto nunca el potencial global desestabilizador que presenta el EI en la actualidad.
El EI promueve y perpetúa la clase de discurso encarnado por el islam contra Occidente –mito de resonancias heroicas y sin fundamento– aunque es el señuelo que mucha gente se traga de forma habitual en Occidente.
El EI pone en práctica la división sectaria brutal y salvaje, una ideología promovida principalmente por Arabia Saudí que ahora se propaga y expande a través de conflictos en Yemen, Baréin, Iraq, Siria y en otros lugares. No es intrínsecamente el problema fundamental de Oriente Medio, aunque esté concebido para serlo.
El EI no es un verdadero Estado a pesar de todas sus aspiraciones: nunca será un Estado viable, y no debe ser tratado como tal.
El EI demuestra a la vez el intento y la capacidad de extender su violencia, sus represalias mucho más allá de sus arenas desérticas.
El EI desvía y radicaliza los problemas interestatales propios de la región.
Las operaciones del EI incitan la islamofobia y amenazan la seguridad de los musulmanes que viven fuera de Oriente Medio.
Si alguna vez ha habido un motivo para una auténtica –repito, auténtica– acción internacional en Oriente Medio, es esta. Pero si Washington y Riad siguen interpretando el caso de Siria principal y preferentemente como un campo de batalla por delegación o parte interpuesta contra Irán, o contra Rusia, entonces la auténtica acción internacional indudablemente fracasará; el acuerdo sobre el estatus final de Siria nunca se alcanzará.
La eliminación del EI exige que todas las partes interesadas estén presentes en la iniciativa: las Naciones Unidas, Estados Unidos, la UE, Canadá, Rusia, Irán, los kurdos, Arabia Saudí, Turquía, Iraq, Qatar, Egipto y otras. China, que aspira a desempeñar un importante papel mundial, tampoco puede quedar fuera. Esta convocatoria exige verdadero peso y envergadura para imponer un plan general de acción. Sobre todo, las Naciones Unidas deben encabezar futuras operaciones que incluyan las indispensables operaciones terrestres futuras. Si alguna vez ha existido una instancia imparcial esencial, es esta.
El objetivo esencial es la destrucción del EI como organización dotada de territorio, infraestructura, estructura de mando y control administrativo. Pero hay que reiterar que no es un auténtico Estado en el plano territorial, étnico, geopolítico, económico, histórico, incluso religioso. Puede entregarse al terrorismo internacional –como hizo Al Qaeda– en la medida en que vea desvanecerse su futuro.
El territorio actual en poder del EI debe revertir a la situación previa en cuyo territorio ha operado. Eso significa, por el momento, el régimen sirio de El Asad.
Durante numerosas décadas, la Siria de El Asad fue simplemente un Estado regional molesto, pero distaba de ser el peor. Incluso entonces, sin embargo, Estados Unidos siempre intentó derrocarlo secretamente. Pero El Asad mostró su rostro execrable e implacable contra las rebeliones internas contra él, empezando por la primavera árabe en el 2011. No obstante, aún hoy los sirios están divididos sobre quién representa la amenaza mayor, El Asad o sus enemigos. Sea cual fuere el debate, la sangre en las manos de El Asad exige ahora simbólicamente el decomiso de su liderazgo, y habrá que negociar los detalles de la transición.
Es una ironía que la magnitud de la alternativa del EI/Al Qaeda a El Asad haya provocado ciertas dudas occidentales a la hora de intentar su derrocamiento. Pero ahora, mediante sus atentados en París, el EI puede haber asestado a El Asad el golpe de gracia. Porque sólo una auténtica y convincente coalición con autoridad aplastante tendrá el peso y la influencia suficientes para eliminar el EI y para decirle que él personalmente está acabado, que algún tipo de supervisión internacional es precisa para implantar un nuevo orden en Siria.
Este nuevo orden dará lugar inevitablemente a ganadores y perdedores a escala regional que complicarán enormemente la creación de cualquier consenso internacional. Pero, dado el creciente desafío y caos, es menester
Ni Iraq, ni Irán, ni Siria, ni Libia, ni Somalia, ni Yemen han tenido el poder desestabilizador que hoy tiene el EI El EI crea islamofobia y amenaza la seguridad de los musulmanes que viven fuera de Oriente Medio No cabe dudar por más tiempo de la necesidad de la eliminación del EI: París cambia las reglas de juego
forjar de forma gradual alguna jerarquía de objetivos.
En primer lugar, el EI debe ser eliminado como entidad territorial.
Las Naciones Unidas deben sostener el liderazgo operacional y legal de la operación; no Estados Unidos u Occidente o la OTAN, que provocan reacciones de inestabilidad.
Desarmar las milicias y restablecer el orden. El orden es la base sobre la que asentar cualquier avance futuro.
El Estado sirio como tal no debe ser desmantelado a lo Washington en un arrebato de locura como en el caso de Iraq, cuyas desastrosas repercusiones pesan aún sobre nosotros. No hay que enarbolar el programa de una desbaasificación de Siria.
Establecer el marco de unas elecciones generales de forma gradual. Sí, Irán, esto significa que la minoría gobernante alauí sobre el país no sobrevivirá a unas elecciones generales: podrían crearse autoridades regionales y los alauíes y otros podrían administrar sus propias regiones.
De cualquier forma, las relaciones entre iraníes y sirios siempre han descansado sobre mucho más que sobre esos dudosos vínculos sectarios.
¿Que existen problemas y complicaciones en relación con este panorama? Naturalmente. Yo mismo puedo pensar en tantos problemas y dificultades inherentes a este proyecto como cualquier lector. Y hay que añadir muchas otras cosas. Sin embargo, en algún punto hemos de ponernos en marcha. Se ha cruzado un Rubicón.