Lengua y territorio
Ignacio Martínez de Pisón denuncia la marginación por parte de la Generalitat de aquellos autores catalanes que escogieron el castellano como vehículo de su obra literaria: “No sólo es que los escritores catalanes actuales puedan quedar excluidos de la cultura de su tierra según cuál sea su opción lingüística: es que, retroactivamente, algunos de los que murieron hace 25 años han dejado ya de contar como catalanes.”
La reconocida periodista, fallecida en 2006, lanzaba cinco años antes, tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, un diagnóstico objeto de repulsa por parte de los defensores de la multiculturalidad. Sostenía Fallaci: estamos en guerra porque el frente está aquí, en Occidente, y los seguidores del fundamentalismo islámico se multiplican. El choque entre ellos y nosotros es cultural, religioso. Se puede insultar a los cristianos, budistas, hindúes, judíos, pero la gente tiene miedo de ofender a los hijos de Alá. Y nuestras victorias militares no resuelven la ofensiva del terrorismo islámico, lo exacerban. La solución no depende de la muerte de Osama bin Laden porque los mejor entrenados están en el corazón de la sociedad que los acoge, y siempre serán más, exigirán más, nos afligirán hasta sojuzgarnos. Lo peor está todavía por llegar.
Transcurridos catorce años, la clarividencia de Fallaci se hace patente. La eliminación de Osama bin Laden por parte de EE.UU. ha sido en vano, y los terroristas han nacido en nuestros países, viven entre nosotros. El choque es cultural y religioso, señalaba, y vemos que este Estado Islámico que ella no pudo predecir pero sí intuir tacha de idólatras a sus víctimas. También advertía contra las acciones militares por inútiles y multiplicadoras del terrorismo. ¡Cuál no sería ahora su clamor contra los bombardeos en Siria realizados por Hollande, Putin, Obama…! Por contraproducentes, por la mortandad que provocan en la población inocente. Miles de millones invertidos en la guerra en lugar de hacerlo en mejorar la vida de los que se sienten excluidos de la sociedad.
Lo peor estaba por llegar, advertía Fallaci, y ya lo tenemos aquí. Contra lo peor debería actuar Occidente ofreciendo una auténtica igualdad de oportunidades a todos sus ciudadanos. Y deberían ser los estados islámicos los primeros en luchar contra el terrorismo, en su territorio. Abrir un doble frente en que tendría que ejercerse la prohibición de vender armas a los terroristas y tendría que desaparecer la hipocresía occidental de confraternizar con las teocracias petroleras. Y otro frente en que los valores de la democracia penetraran en el universo islámico con sus rasgos particulares. Nada de eso está sucediendo, y el precio son atentados, miedo y pérdida de libertades en nombre de la seguridad.