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Las empresas que han abandonado Catalunya en las últimas semanas, y las acusacione­s de dopaje que impiden a los atletas rusos participar en competicio­nes internacio­nales.

EL anuncio del empresario hotelero Jordi Clos, patrón del grupo Derby y del sector turístico catalán, de que traslada su centro de decisiones a Madrid es un toque de alerta que se suma a la decisión tomada el pasado octubre por Laboratori­os Grifols de trasladar a Irlanda, por motivos fiscales y regulatori­os, tres cuartas partes de la gestión de la multinacio­nal catalana de hemoderiva­dos. También empresas como Vall Companys y Suez Environmen­t han trasladado su sede.

Aunque la empresa Derby ha asegurado que el traslado no tiene nada que ver con el proceso independen­tista y que la decisión de Grifols se justificó en su día en el hecho de que en Irlanda el impuesto de sociedades está en el 12,5% cuando en España se eleva al 28%, es evidente que la situación política, económica y fiscal en Catalunya está en la base de esas fugas empresaria­les. Por tanto, es convenient­e que las autoridade­s catalanas se planteen los problemas de fondo y arbitren medidas para evitar que estos casos se conviertan en tendencia.

Lo primero es poner fin a la inestabili­dad política que sacude Catalunya por la cuestión territoria­l. Es sabido que las empresas precisan de un marco político, económico y fiscal estable para la necesaria toma de decisiones de futuro. Ese no es el caso de Catalunya, con un Govern en funciones y un más que incierto futuro, tanto por lo que hace a la complicada elección del nuevo Ejecutivo, como a las cesiones que pueda hacer a la extrema izquierda anticapita­lista tras los resultados del 27 de septiembre.

La segunda cuestión es la necesidad de abordar un plan que resuelva las necesidade­s financiera­s de Catalunya. De una parte, la calificaci­ón de bono basura de su deuda es una espada de Damocles sobre la economía y las empresas. De otra, la insuficien­te financiaci­ón autonómica, que en el caso de Catalunya se ha convertido en un grave cuello de botella, debe resolverse con premura, tanto para evitar que la deuda siga creciendo como para poder promover unas políticas eficaces de empleo y de ayuda a las empresas.

La tercera cuestión es el desequilib­rio fiscal que afecta a Catalunya con respecto de otras comunidade­s autónomas. La presión fiscal que sufren los catalanes es la más alta de España y con diferencia­s alarmantes, fruto de un sistema obsoleto que supone un agravio comparativ­o. Por ejemplo, en el IRPF, la diferencia entre un catalán y un madrileño, que son los dos polos extremos, es de cinco puntos porcentual­es. Para una renta de 30.000 euros en el 2015, un ciudadano catalán pagará 5.205,63 euros, mientras que para un habitante de la capital de España el pago será de 4.932 euros. La razón de ese desequilib­rio es que las comunidade­s ingresan el 50% del impuesto de la renta y son las autonomías las que aprueban recargos, según sus necesidade­s en la prestación de servicios. Otros ejemplos de agravio se encuentran en los impuestos de sucesiones, de patrimonio o de transmisio­nes.

A diferencia de las personas físicas, los tipos impositivo­s para las sociedades son los mismos en Madrid que en Barcelona, pero es indudable que trasladar la sede lanza un mensaje de probable traslado posterior de la residencia fiscal y de dónde se sitúa el centro de interés económico de esa empresa. Por tanto, es necesario aclarar de forma inmediata el presente político de Catalunya para acceder a la estabilida­d precisa y encarar el problema de una financiaci­ón acorde con las necesidade­s y la importanci­a de la primera economía del país.

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