El cáncer sirio
Andreu Claret
Escribo con dolor, porque nací en Francia, y en Francia me crié, con lo que la masacre de París me resulta aún más cercana, aunque no sea un atentado contra ciudadanos franceses por el hecho de serlo, sino contra todos nosotros. Y lo hago con indignación, porque he vivido los últimos siete años en Egipto, entre árabes, y sé que muchos de mis amigos egipcios se despertaron tan consternados como nosotros, haciéndose la misma pregunta que nos hacemos todos: ¿Por qué? Si acertásemos en la respuesta, habríamos ganado media batalla contra el terror, pero la respuesta no es fácil, y muchas de las explicaciones que he oído desde que empezaron los disparos en las calles de París y secuestraron a los espectadores del Bataclan, me parecen insuficientes. No me refiero tanto a quienes pretenden aprovechar la matanza para seguir con la letanía de un islam maldito, o a quienes, desde la otra orilla, todo lo ven como la torna de las maldades intrínsecas de Occidente. Dejemos de lado estas interpretaciones, no tanto por necias, que suelen serlo, sino por poco útiles a la hora de plantar cara a uno de los mayores desafíos que tienen la humanidad y la libertad, y vayamos al corazón del asunto. ¿Por qué?
Fuera de las aproximaciones esencialistas no hay una respuesta fácil, y esto es lo que hace difícil la lucha contra el terrorismo que se reclama de una matriz islamista. Esto que llamamos yihadismo. La respuesta es compleja, ciertamente, pero a fuer de serlo, corremos el peligro de perdernos en disquisiciones históricas y causalidades políticas que podrían acabar justificando el horror bajo el pretexto de captar todos sus matices. Seguro que hay mil derivadas, que pueden y deben buscarse en las relaciones complejas que Occidente ha tejido con Oriente, y en la historia no siempre edificante de las relaciones que Europa ha mantenido con la otra orilla del Mediterráneo. Pero siempre ha sido así cuando la humanidad ha tenido que hacer frente a una amenaza. El campo de la libertad siempre ha tenido un momento, una parte, de culpa, en el despertar de la barbarie. Así ocurrió con el nazismo. Pero siempre que la bestia del fascismo o del terrorismo empieza a rugir, lo determinante es saber donde está su cabeza, para no dar palos de ciego que enfurecen aún más al monstruo y provocan pánico y desánimo entre los ciudadanos libres.
Si creemos que los terroristas de París piensan como nosotros, como ciudadanos europeos o árabes que pretenden vivir en paz y, si es posible, en libertad, estamos equivocados. Así nunca podremos entender qué les conduce a cometer semejante salvajada, sea en París, Nueva York, Madrid, Londres, o en cualquiera de los países árabes donde, por cierto, cometen la mayoría de sus crímenes. Los asesinos de París viven en otro mundo. Vienen de otro mundo. Tanto si acaban devolver de Siria o Iraq, como si están en la lista de espera de un viaje a la yihad de Oriente Medio, son seres cuyas moléculas, todas, están marcadas y activadas por la guerra que conoce esta región desde que empezó la metástasis del cáncer sirio. Y mientras este cáncer esparza sus células malignas por los países de la región, financiado por países terceros o alentado por intervenciones unilaterales como la de Rusia, no habrá muros capaces de protegernos.
Todos somos responsables. Hace cuatro años, cuando los jóvenes sirios salieron a las calles de Deraa, pidiendo libertad y dignidad, como habían hecho los de Túnez y Egipto, lo celebramos, incluso les alentamos. Cuando el régimen de Asad los detuvo y los torturó, hicimos un par de declaraciones. Cuando amigos de estos jóvenes se lanzaron al monte, para huir de la represión o para intentar organizar la resistencia, les dimos ánimo, y poca cosa más. Y así fue como se pasó de una revuelta democrática a una guerra civil sectaria que centrifugó a los moderados y atrajo a los radicales y los aventureros de medio mundo. Decenas
En Siria está el principio de todo y sólo en Siria (y en Iraq) encontraremos la manera de poner fin a esta lógica infernal
de miles. Más de los que integraron las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española. Aquí termina la analogía, porque los brigadistas se fueron a las barricadas contra los nazis cuando volvieron a sus países y los yihadistas volverán para hacerse explotar ante multitudes de ciudadanos libres.
En Siria está el principio de todo y sólo en Siria (y en Iraq) encontraremos la manera de poner fin, o coto, a esta lógica infernal. No estamos ante un ejército. Estamos ante unos miles de hombres que han enloquecido luchando contra un régimen sanguinario y que sólo podrán ser atajados si la acción es concertada e inteligente, sin piedad con ellos, pero sin contemplaciones contra el régimen contra cuyo terror se han forjado. Por esto han escogido París. Porque Francia los equipara al régimen que les ha dado una razón de ser. Acabar con la locura de Siria no resolverá todo el problema, por supuesto, pero sin acabar con esta guerra, el yihadismo dispondrá de una base de operaciones mental y física de la que seguirán saliendo asesinos como los de París.