Rusos fuera de juego
RUSIA está en el ojo del huracán de un enorme escándalo deportivo. Ahora mismo no puede organizar competiciones internacionales ni enviar a sus atletas a las que se celebren en otros países, donde no serían admitidos. Días atrás, se dio a conocer un demoledor informe independiente, encargado por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). En él se desvelaban prácticas inadmisibles de la Agencia Rusa Antidopaje (Rusada) y también presiones de los servicios secretos rusos para que las realizara y silenciara. Ayer la AMA remachó el clavo al suspender a la mencionada agencia por no cumplir las reglas. La Rusada podría haber auspiciado el dopaje de cientos de atletas rusos y destruido más de mil muestras de sangre y orina para eludir controles comprometedores.
Las agencias antidopaje de Argentina, Ucrania, Bolivia, Andorra e Israel fueron asimismo señaladas ayer, junto a Rusia, como organismos que incumplen las normas de la AMA. Y las de Brasil, Bélgica, Francia, Grecia, México y España fueron incluidas en la lista de las que serán sometidas a estrecha vigilancia en los cuatro próximos meses. Precisamente ayer, el Tribunal Arbitral del Deporte, a instancia de la Federación Internacional de Atletismo –que no de la Española–, suspendió por tres años a la atleta palentina Marta Domínguez, en un caso que ilustra bien las diferencias de criterio entre los organismos globales y los nacionales.
Pero, de momento, es Rusia la que carga con el baldón de haber visto todo su atletismo cuestionado. Si no renueva sus políticas y convence a la AMA de que en adelante jugará limpio, sus atletas pueden quedar fuera de los Juegos Olímpicos de Río, en el verano de 2016.
El deporte es, en origen, una actividad física ejercida como juego o competición. Pero el de élite incorpora altos niveles de rivalidad y suscita intereses políticos o económicos. Hay más. En la era del espectáculo, cuando unos Juegos Olímpicos pueden convertirse en una ocasión para exhibir músculo nacional en la escena global, todo se complica. El deporte puede llegar a ser en tales casos rehén del poder. Algunos gobiernos son capaces de promover y ocultar trampas a gran escala con el propósito de engrosar su medallero, y la esperanza de mejorar así su imagen nacional.
Estas decisiones políticas son erróneas, además de injustas y peligrosas para los deportistas. Constituyen un fraude para las audiencias globales. Y son contraproducentes para quienes las toman, porque en casos como el ruso, que ahora nos ocupa, el oprobio acaba cubriendo a toda una nación y sepultando cualquier brillo de unas gestas deportivas ya bajo sospecha.