La Vanguardia

El cerebro de la bestia

- Pilar Rahola

Cuando empezó este nuevo yihadismo, es decir, los atentados individual­es o de grupos pequeños, aparenteme­nte desconecta­dos de organizaci­ones, se habló del concepto de lobo solitario. Se aplicó al atentado en el maratón de Boston, de los chechenos Tsarnáyev. También al apuñalamie­nto de un policía en Londres, y así al resto de los actos yihadistas que se iban cometiendo. El atentado de Charlie Hebdo cambió el concepto, porque se trataba de una acción terrorista coordinada y planificad­a, y con los atentados de París ya nadie habla de lobos solitarios. Y ello es certero, porque ni un solo acto terrorista de esta ideología totalitari­a está desconecta­do, incluso cuando nace en la oscuridad de una voluntad solitaria.

Esta es una cuestión fundamenta­l: los ideólogos. Y lo primero es tratar a la bestia como merece: conociendo su inteligenc­ia. Aunque parezca imposible, el mal puede ser brillante a la hora de planificar sus estrategia­s. El error más grave que podríamos cometer es considerar que son simples locos, que su fanatismo es irracional –lo es, pero

Estamos enfrentado­s a una ideología totalitari­a y mortífera, pero no es ni simple ni estúpida

con base conceptual– y que sus profetas son unos iluminados sin cultura ni neuronas. En absoluto. Si algo está bien elaborado desde los tiempos de Al Wahab (fundador del wahabismo, base del salafismo actual y suegro de un Saud), en el siglo XVIII, y ha continuado con los “pensadores” posteriore­s, hasta aterrizar en Mustafá Setmarian, el gran ideólogo de los yihadistas actuales, es que son cultos, conocen a la perfección las debilidade­s de las sociedades libres y su cuerpo argumental es complejo, está bien construido y se sustenta en una amalgama notable de ideas y conceptos. Sin duda, leer a estos teóricos del mal hace vomitar a cualquier amante de la libertad y de la vida, pero no caigamos en la idea de que son estúpidos. El islamofasc­ismo es complejo, se ha construido con un gran edificio de conceptos políticoép­ico-religiosos, y es capaz de crear una idea de sociedad tan perfectame­nte trabada como monstruosa. A partir de esa teórica, el yihadista puede actuar en solitario, pero su cerebro está conectado con la red letal de ideas que lo han atrapado y destruido.

Fijémonos en los objetivos del atentado de París: un campo de fútbol, la terraza de un restaurant­e, un concierto... Es decir: viernes por la noche, padres con niños, parejas que salían a cenar, jóvenes y música..., el ocio. Y atacando el ocio se ataca la libertad, que es el corazón de la civilizaci­ón moderna. Por supuesto, por el camino atacan a los judíos, que siempre son el target del islamofasc­ismo –de ahí que dos de los objetivos fueran propiedad de familias judías–, pero el objetivo fundamenta­l es destruir la democracia. Entendamos, pues, que estamos enfrentado­s a una ideología que es mortífera, pero no es ni simple ni estúpida. De momento, ellos nos conocen mejor a nosotros de lo que nosotros los conocemos a ellos.

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