La Vanguardia

“¡Me ocultastei­s mi identidad!”

Las experienci­as de la adopción muestran que los vínculos familiares están por encima de los biológicos

- CARINA FARRERAS

Tengo 48 años y sólo hace tres que sé que mis padres me adoptaron. Aún siento rabia y dolor. ¿Cómo pudisteis ocultarme mi identidad?, les pregunto. Me planteo si eso es lo que pensarán los niños nacidos de reproducci­ón asistida dentro de veinte años. Si no conocen sus orígenes y los descubren entonces, ¿cómo se sentirán?”. Así habló una mujer del público en la jornada de bioética. Fue rápidament­e replicada por una madre: “Mi hija nació hace once años gracias a una donación. Los únicos datos que tengo del donante son el color de la piel, el cabello, los ojos, la altura, el peso y la edad. ¿Es esto suficiente? Ojalá se avance en este terreno y un día pueda saber algo más”.

La necesidad de conocer los orígenes es inherente al ser humano. “El hecho de que en la reproducci­ón asistida, a diferencia de la adopción, exista una gestación y un parto, puede hacer olvidar que el embarazo fue posible gracias a los gametos de otra persona. Y eso cambia respecto a un embarazo biológico de una pareja. También resulta más fácil ocultarlo a la familia y los amigos”, afirma Cristina Negre, psicóloga acompañant­e en procesos de adopción e hija adoptiva. “Sin embargo, la realidad es que el 80% de los niños americanos sondeados para un estudio, nacidos gracias a ese proceso, querían saber quiénes fueron los donantes gracias a los que ellos nacieron. Y son activos buscando posibles hermanos”.

“Damos sangre y órganos. ¿Por qué no óvulos?”, se pregunta Gaëlle Ros, estudiante de tercer curso de Pedagogía y donante en dos ocasiones. “Le conté a un amigo que me había sometido a tratamient­os –continúa– y él me reveló que era producto de una donación. Me sentí bien. Eso era real, él estaba allí en carne y hueso”. Por tanto, Ros cree que el proceso debería ser más transparen­te. “Sería bonito –afirma esta chica de 21 años– conocer a esas madres. Me he planteado muchas veces si llegaré a conocer a los niños. Aunque una parte de la genética sea mía, no creo que ese vínculo sea tan importante. El que cuenta es el que haya creado con los padres. Pero si vienen, responderé”.

Clara Gomis conoció a la familia biológica de su hija adoptada porque se presentó por sorpresa el día en que se la llevaban del orfanato de Etiopía. Superados los primeros recelos, supo que los padres y un bebé, vestidos con dignidad pero con la humildad del campo, habían venido a comprobar que dejaban en buenas manos a su hija. “Nos hicimos una foto y esa foto nos ha servido para contar a la niña su historia. Le gusta que le digamos ¡Cuánto te pareces a tu madre!”. Ahora tiene 11 años. “Lloraré mucho, mami, pero quiero ir a Etiopía a conocerlos”. “La experienci­a de más de veinte años de adopciones –explica Negre– aportan mucho a las de la reproducci­ón. Sabemos mucho más ahora. Y lo que sabemos es que la narrativa de la historia de los orígenes es básica para la construcci­ón de la identidad del niño. No importa cómo llegó, lo que importa es que forma parte de la historia de la familia y que su presencia la enriquece”, concluye.

La mujer adoptada con la que se abre este texto confiesa: “Ahora que lo sé soy más yo que antes”.

“Si donamos sangre y órganos, ¿por qué no podemos donar óvulos?”, pregunta una donante

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