Defender Occidente
Somos muy poco conscientes de los costes que la historia ha pagado y sigue pagando para hacer posible que puedas tomarte una cerveza alemana para acompañar un plato de hummus en una terraza en París. Algunos de los costes han sido tan brutales como el peor de los terrores, y en el proceso histórico de pagarlos, los europeos aceptamos perfectamente la idea de que, para llevar a cabo una utopía, la violencia indiscriminadamente precisa, calculadamente irracional, podía ser útil e inspiradora. París como el viejo soldado que muestra las cicatrices y las llama medallas. Se llama modernidad.
Pero de la misma manera que identificar a tu enemigo como un bárbaro no te convierte automáticamente en un ser civilizado, la conciencia de tu brutalidad o de tu cinismo no te convierte tampoco en culpable de ser una víctima, ni exculpa a ningún verdugo. Las victorias que hemos obtenido de nuestros horrores son victorias reales, tangibles. Los textos básicos que han configurado el pensamiento político y social sobre el que se erigen los sobrentendidos de nuestro día a día, los textos europeos de los siglos XVII y XVIII, se escribieron en medio de cruentas guerras y disputas intelectuales que tenían en el fanatismo su razón de ser. Se transformó nuestra noción de naturaleza humana.
La renuncia a matar al otro, el otro que nos parece inmoral, no es sólo una represión de los instintos, también es la asunción de nuestras limitaciones. No somos capaces de juzgar bien, de manera definitiva, ni nuestros horizontes morales ni los de los demás. Los siglos XIX y XX supusieron, precisamente, la lenta, violenta y despiadada comprensión del fracaso de
A esta Europa decadente sólo le falta pasar de la burocratización al estado de ánimo autoritario
nuestras capacidades de juzgar. Contra lo que mucha gente piensa, nuestro paradigma político no pretende ser racional –hemos renunciado a las utopías racionales–, sino simplemente razonable, es decir: que puedas explicar tus razones con la esperanza de ser comprendido.
Esta posición es al mismo tiempo débil y fuerte. Es débil porque rebaja las convicciones y nos deja vacíos. Es fuerte porque hace la paz robusta, y la vida larga y compleja. No es perfecta, y a menudo injusta. Es pesimista, y a menudo implica ciertas imposiciones arbitrarias, pero tiene ganancias indiscutibles. No puedes defender las ganancias sin ser consciente de las limitaciones, ni puedes criticar las limitaciones sin arriesgar las ganancias.
La vinculación del miedo a la inmigración y a los refugiados con el terrorismo, la caricaturización de la guerra entre civilizaciones, o entre civilización y barbarie, la militarización de la seguridad ciudadana: eso no es defender Occidente. Es la manera más segura de destruirlo. E impide tomar decisiones necesarias, violentas, contra las mentalidades totalitarias de todas las civilizaciones. Todos nos jugamos mucho en la reacción a París. A esta Europa decadente sólo le falta pasar de la burocratización al estado de ánimo autoritario. ¿Queréis frenar la ultraderecha y el Estado Islámico? Defended Occidente.