Flotats (un cuento)
El Flotats de la copistería y de la ilusión previa a un estreno es diferente
Domingo de agosto, tres de la tarde. Entro en una copistería que nunca cierra. La intención es hacer tres fotocopias, pero ya se sabe que cuando entras en una copistería lo normal es que, además, acabes comprando sobres acolchados o un kilo de gomas de borrar que no necesitas. En el mostrador, un solo cliente: Josep Maria Flotats esperando a que le acaben de encuadernar un texto. Lleva una chaqueta de tweed y un jersey. Me fijo en ello porque no es un vestuario habitual en agosto y a una hora de alta insolación. Especulo que a) debe de ser friolero o b) se viste así por superstición. Digo por superstición porque siempre que acabo de escribir un libro, acudo religiosamente a esta misma copistería, también en domingo, siempre con la misma ropa, para encuadernarlo. Es un momento de angustia, ya que las dudas y las expectativas conforman una impaciencia tan intensa que incluso te llevan a creer en supersticiones.
Flotats espera a que le entreguen, bien encuadernadas, con la espiral del lomo y las cubiertas plastificadas, las copias encargadas. No pierde de vista a la empleada que manipula el original porque, aunque no quieras, temes que te lo roben o te lo pirateen. Son pensamientos delirantes que tienen que ver más con la impaciencia que con la vanidad. Cuando le entregan las copias, Flotats parece aliviado, se gira, sonríe, se presenta y me saluda. Hasta ahora me he mantenido a distancia para no interferir en lo que, quizá precipitadamente, he interpretado como momento de intimidad. Aunque habíamos coincidido alguna vez en el siglo pasado, como no habíamos sido formalmente presentados, he preferido no decir nada (lamentando que esta actitud suela interpretarse como altivez). Una vez saludados, correspondo a su amabilidad. Me gustaría preguntarle por la chaqueta de tweed en agosto y si la copistería forma parte de un ritual vinculado a la suerte de un proyecto. Unos meses más tarde, en el programa 8 al día ,en compañía de Jordi Basté, vuelvo a coincidir con Flotats. Como ya nos presentamos en agosto, todo es más espontáneo. Nos cuenta la ilusión que le hace estrenar la obra Ser-ho o no y lleva una chaqueta de tweed. Le deseamos suerte y nos invita a ir a verle. Ahora leo que ya no quedan entradas y que él actúa con el talento que todo el mundo le reconoce pero con más sabiduría, clase y contención. Me alegro. Quizás sean imaginaciones mías, pero el Flotats de la copistería y de la ilusión previa a un estreno parece distinto del Flotats del siglo XX, cuando levitaba y se pavoneaba y, por reacción, invitaba más a imitarlo satíricamente que a aplaudirlo. Admito que es una interpretación barata, pero el Flotats de hoy transmite sabiduría, cultura y el tipo de humildad de los que se han permitido el lujo de no ser siempre humildes. Parece diferente de aquella bestia escénica divinizada por el pujolisme-ferrusolisme, tan magnética y carismática que los consellers sentían la irrefrenable necesidad de abalanzarse sobre él.