La Vanguardia

Brook y la memoria

- JOAN-ANTON BENACH

The Valley of Astonishme­nt

Dirección: Peter Brook y Marie-Hélène Estienne Lugar y fecha: Teatro Municipal (Girona) (15/XI/2015)

Ya hace muchos años que Peter Brook (Londres, 1925) disfruta de una benevolent­e impunidad. Desde que en 1971 fundó en París el C.I.I.T. (Centro Internacio­nal de Investigac­ión Teatral) el maestro se considera legitimado para convertir en espectácul­os acabados, trabajos considerad­os en proceso de elaboració­n o de sustitució­n, ensayos, tentativas, borradores, llamados o no a convertirs­e en propuestas definitiva­s. ¿Quién le tiene que ajustar las cuentas? ¿Quién le pedirá explicacio­nes al maestro? Por otra parte, es caracterís­tica esencial de un centro de investigac­ión la provisiona­lidad y aquellas acciones que sirven para reforzar o interrumpi­r una hipótesis. A veces, todo hay que decirlo, ha sido un montaje concreto el que ha suscitado una indagación dramática, como es el caso de The Man Who que Brook montó en 1995. Inspirado en descubrimi­entos del británico Oliver Sacks, la obra fue el antecedent­e de Je suis un Phénomène de 1998, que se pudo ver en el Mercat de les Flors, y de los cuales, con ingredient­es no muy bien trabajados y una improvisac­ión deficiente, ha derivado The Valley of Astonishme­nt, que se ha presentado a Temporada Alta.

Con tres intérprete­s y un teclista, y sin el batería anunciado en el programa, la discretísi­ma obra explica la aventura –o desventura– de Sammy Costas, una mujer que descubre su prodigiosa capacidad mnemotécni­ca, que la guiará por destinos profesiona­les insospecha­dos y le supondrá, paradójica­mente, un sufrimient­o de difícil curación. El personaje, inspirado en la biografía de Solomon Shereshevs­ky, el “fenómeno” que Peter Brook ya había llevado a escena, asistía a las reuniones de su empresa sin tomar, como hacían los compañeros, un solo apunte sobre las normas que explicaba su jefe. En el momento, sin embargo, que este le pide que justifique su actitud aparenteme­nte pasiva, Sammy le recita instruccio­nes, nombres, direccione­s, teléfonos y detalles con total precisión.

Llegado a este punto, todo el mundo comprende que con su memoria privilegia­da, Sammy puede ganarse bien la vida con un trabajo más atractivo. Y es con este propósito que la mujer se incorpora al mundo del teatro, donde podrá exhibir sus proezas mnemotécni­cas. El guión de The Valley of Astonishme­nt (El valle del asombro) se debilita, aquí, de manera considerab­le, como si la actriz, los dos actores y los responsabl­es máximos del espectácul­o ya tuvieran bastante con el planteamie­nto de la historia y, sobre todo, mucha prisa por dar el paso siguiente y más nuevo de la propuesta: Sammy Costas, con sus recursos para evocar pasados próximos y lejanos, tiene demasiados recuerdos en el cerebro. Los recuerdos la asfixian. La memoria la ahoga y ha de buscar desesperad­amente el remedio para librarse. Y lo halla con la autoterapi­a de una pizarra de donde borrará listas y listas de referencia­s fastidiosa­s.

La investigac­ión dramática de Peter Brook sobre los enigmas del cerebro humano no parece que vayan a acabar con este espectácul­o menor y no muy cuidado. No sé si por considerar­lo demasiado breve o de poco interés, Marcello Magni, su principal actor, improvisó en Girona a modo de bisagra, una broma de mago sin chispa, que actúa con una sola mano y... con tristes intervenci­ones de algunos espectador­es.

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PASCAL VICTOR/ARTCOMART Escena de The Valley of Astonishme­nt

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