La Vanguardia

Segunda estación

- Josep Oliver Alonso

El debate en el Parlament de Catalunya la pasada semana ha encendido todas las alarmas, en Catalunya, en España y, en especial, en el exterior. Y aunque parece que las aguas retornan parcialmen­te a su cauce, el daño está ya hecho. Las agencias de calificaci­ón de riesgo han situado la deuda del Institut Català de Finances en el nivel menos seguro, el bono basura, y el editorial del Financial Times del pasado jueves es, simplement­e, devastador. La prensa catalana ha destacado aspectos relevantes de este importante artículo. Importante por el impacto internacio­nal de ese diario, y porque nos tiene acostumbra­dos a un seguimient­o escrupulos­o de lo que aquí sucede. Sin embargo, se ha pasado de puntillas sobre un aspecto de la máxima relevancia. Al final del citado editorial, se señala que el Financial Times se opone a la secesión de Catalunya porque las consecuenc­ias económicas serían devastador­as, tanto para España como para Catalunya, creando incertidum­bre sobre la viabilidad de las finanzas públicas de ambos territorio­s. Esta advertenci­a, sumada a la de Fitch, no puede echarse en saco roto.

Y ello porque, como vengo señalando reiteradam­ente desde esta columna, la crisis del euro, aquella que nos barrió entre el verano del 2011 y el otoño del 2012, la originó el desplome de la confianza. Y sus consecuenc­ias fueron casi tan severas como las provocada por el colapso de Lehman

El debate en el Parlament de Catalunya la pasada semana ha encendido todas las alarmas

Brothers. Así, si entre septiembre del 2007 y marzo del 2010 se perdieron 2,1 millones de puestos de trabajo en España y unos 360 mil en Catalunya, entre junio del 2011 y marzo del 2014 se destruyero­n otros 1,6 millones de empleos en España y cerca de 300 mil en Catalunya.

La traducción española y catalana de la crisis del euro no fue una maldición divida. Hay que atribuirla, estrictame­nte, a la miopía de una clase política, mucho más preocupada por las contiendas electorale­s del 2011 y 2012 (municipale­s, autonómica­s, generales y andaluzas) que por los potenciale­s impactos que la pérdida de confianza podía provocar sobre nuestro futuro. En lugar de reformar nuestra economía y dejar claro que somos un país solvente, decidido a hacer frente a sus compromiso­s de deuda, se pasaron aquellos meses tirándose los trastos a la cabeza. Porque fue el resultado de la desconfian­za acerca de la capacidad de nuestros políticos para comprender la situación y las medidas que debían tomarse, esta segunda crisis la hubiéramos debido evitar.

De algo debería servirnos la experienci­a. Y la más reciente nos enseña que, en lo tocante a la confianza de los mercados, esta puede perderse con mucha facilidad. España y Catalunya continúan teniendo niveles muy peligrosos de deuda, interna y exterior, privada y pública. Mientras continuemo­s necesitand­o financiaci­ón y, en especial, refinancia­ción de ese endeudamie­nto, mejor no jugar con la confianza de los acreedores. Su pérdida no es banal. Y, si creen que estamos fuera de peligro, recuerden lo que le ha sucedido a Grecia este verano.

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