Segunda estación
El debate en el Parlament de Catalunya la pasada semana ha encendido todas las alarmas, en Catalunya, en España y, en especial, en el exterior. Y aunque parece que las aguas retornan parcialmente a su cauce, el daño está ya hecho. Las agencias de calificación de riesgo han situado la deuda del Institut Català de Finances en el nivel menos seguro, el bono basura, y el editorial del Financial Times del pasado jueves es, simplemente, devastador. La prensa catalana ha destacado aspectos relevantes de este importante artículo. Importante por el impacto internacional de ese diario, y porque nos tiene acostumbrados a un seguimiento escrupuloso de lo que aquí sucede. Sin embargo, se ha pasado de puntillas sobre un aspecto de la máxima relevancia. Al final del citado editorial, se señala que el Financial Times se opone a la secesión de Catalunya porque las consecuencias económicas serían devastadoras, tanto para España como para Catalunya, creando incertidumbre sobre la viabilidad de las finanzas públicas de ambos territorios. Esta advertencia, sumada a la de Fitch, no puede echarse en saco roto.
Y ello porque, como vengo señalando reiteradamente desde esta columna, la crisis del euro, aquella que nos barrió entre el verano del 2011 y el otoño del 2012, la originó el desplome de la confianza. Y sus consecuencias fueron casi tan severas como las provocada por el colapso de Lehman
El debate en el Parlament de Catalunya la pasada semana ha encendido todas las alarmas
Brothers. Así, si entre septiembre del 2007 y marzo del 2010 se perdieron 2,1 millones de puestos de trabajo en España y unos 360 mil en Catalunya, entre junio del 2011 y marzo del 2014 se destruyeron otros 1,6 millones de empleos en España y cerca de 300 mil en Catalunya.
La traducción española y catalana de la crisis del euro no fue una maldición divida. Hay que atribuirla, estrictamente, a la miopía de una clase política, mucho más preocupada por las contiendas electorales del 2011 y 2012 (municipales, autonómicas, generales y andaluzas) que por los potenciales impactos que la pérdida de confianza podía provocar sobre nuestro futuro. En lugar de reformar nuestra economía y dejar claro que somos un país solvente, decidido a hacer frente a sus compromisos de deuda, se pasaron aquellos meses tirándose los trastos a la cabeza. Porque fue el resultado de la desconfianza acerca de la capacidad de nuestros políticos para comprender la situación y las medidas que debían tomarse, esta segunda crisis la hubiéramos debido evitar.
De algo debería servirnos la experiencia. Y la más reciente nos enseña que, en lo tocante a la confianza de los mercados, esta puede perderse con mucha facilidad. España y Catalunya continúan teniendo niveles muy peligrosos de deuda, interna y exterior, privada y pública. Mientras continuemos necesitando financiación y, en especial, refinanciación de ese endeudamiento, mejor no jugar con la confianza de los acreedores. Su pérdida no es banal. Y, si creen que estamos fuera de peligro, recuerden lo que le ha sucedido a Grecia este verano.