Restauración política
Juan-José López Burniol recoge las enseñanzas de la restauración borbónica para interpretar las próximas elecciones: “el actual sistema político tiene hoy una clara oportunidad real de regenerarse, gracias a la eclosión de dos nuevos partidos: Ciudadanos y Podemos. La regeneración sólo será posible en la medida en que estos dos partidos logren poner fin al bipartidismo turnante, que está agotado, y al neocaciquismo –incluido el capitalismo de amiguetes–, que es insoportable”.
Alas nueve de la mañana del 29 de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos se pronunció en un campo de olivos próximo a Sagunto, ante una brigada del Ejército, proclamando rey –como Alfonso XII– al hijo de Isabel II, destronada seis años antes. La Primera Restauración había comenzado, poniendo fin a un largo periodo de turbulencias e iniciando una prolongada etapa de relativa paz, si se dejan al margen –¡que ya es dejar!– la Tercera Guerra Carlista, el Desastre de 1898 y las recurrentes agitaciones sociales. Esta paz y cierto progreso hicieron posible que apuntase, unos años después, la que ha sido denominada Edad de Plata de la cultura española. Pero a partir de 1912, borboneado Maura y asesinado Canalejas, todo comenzó a torcerse. “Los partidos son incapaces de gobernar”, sentenció Antonio Maura con su contundencia y soberbia habituales. El regeneracionismo encarnado por el Partido Reformista de Melquíades Álvarez, que intentó romper el bipartidismo, no llegó a cuajar, pese a contar con buena parte de las mejores cabezas del país, desde Ortega hasta Azaña. Y entonces, agotado el turnismo garbancero del Partido Conservador y el Partido Liberal, se ensayaron unos gobiernos de concentración nacional –con participación catalana– que tampoco prosperaron, hasta que el sistema se negó a sí mismo disolviéndose en la dictadura del general Primo de Rivera. No es extraño que, al caer el dictador, arrastrara con él al Rey.
Justo un siglo después, el 22 de noviembre de 1975, a los dos días de la muerte del general Franco, Juan Carlos de Borbón fue proclamado por las Cortes rey de España. La Segunda Restauración había comenzado. Y, al igual que había sucedido en la Primera, siguieron también ahora más de treinta años de paz y progreso, que comenzaron a desvanecerse con el estallido de la crisis económica. Entonces, y a resultas de esta, la crisis política latente se hizo manifiesta, al poner de relieve que, si bien los dos partidos turnantes en el poder –el PP y el PSOE– no eran incapaces de gobernar como antaño, sí denotaban graves carencias: esclerosis, renovación sólo por cooptación, falta de democracia interna y prevalencia del interés partidista por encima del general. Súmense a estos problemas de los partidos una fuerte erosión del Estado como sistema jurídico (muchas leyes y muchas sentencias no se cumplen), una grave erosión del prestigio de las instituciones (sólo atajada hasta ahora por la monarquía, tras la abdicación de don Juan Carlos) y una corrupción rampante (que quizá pueda considerarse sistémica), y tendremos un cuadro muy poco halagüeño. Además, en este momento, el intento secesionista de Catalunya contribuye a dar la sensación de que se está llegando a una situación límite.
Así las cosas, la pregunta surge inevitable: ¿el vigente sistema político español tiene capacidad de regenerarse, de forma que la Segunda Restauración no termine por agotarse como la Primera? Es difícil hacer un vaticinio, dadas las enormes e insalvables diferencias existentes entre ambas épocas. Pero, pese a ello, también se dan dos similitudes entre ellas. La primera es el evidente agotamiento del turnismo bipartidista, encarnado hoy por el PP y el PSOE. La segunda es la hegemonía en ambas etapas de una estructura oligárquica y caciquil, con la diferencia de que el cacique como persona de carne y hueso de la Primera Restauración ha sido sustituido por un cacique institucional, que es en cada comunidad autónoma un distinto partido político: así –por ejemplo–, el PP en Madrid, Valencia y Galicia; el PSOE en Andalucía y Extremadura; Convergència en Catalunya; el PNV en el País Vasco… Tan cierto es que podría hablarse incluso de la existencia de distintos “caciques orgánicos”, a similitud de los “intelectuales orgánicos” de otra época.
Estas semejanzas ayudan a avizorar el futuro. Así, puede sostenerse que el actual sistema político tiene hoy una clara oportunidad real de regenerarse, gracias a la eclosión de dos nuevos partidos: Ciudadanos y Podemos. La regeneración sólo será posible en la medida en que estos dos partidos logren poner fin al bipartidismo turnante, que está agotado, y al neocaciquismo –incluido el capitalismo de amiguetes–, que es insoportable; y obliguen asimismo
La eclosión de Ciudadanos y Podemos puede ayudar a la regeneración del actual sistema político
al PP y al PSOE a acometer sin dilación las reformas –incluida la constitucional– que ya resultan inaplazables. Y también deberían impulsar de una vez la lucha contra la corrupción que anega la vida pública española, y con la que todos los viejos partidos han venido conviviendo por exigencias de su propia financiación.
De ahí la importancia grande de estos nuevos partidos, cuyo éxito redundaría en beneficio de todo el sistema, y cuyo fracaso determinaría su anquilosamiento definitivo, con riesgo de provocar un colapso. Alumbra, por tanto, una cierta esperanza de que las próximas elecciones generales sean el pórtico de un periodo de renovación y cambio. La sociedad española lo demanda y es lo suficientemente sólida y bien estructurada para hacerlo posible sin quebranto.