El nuevo escenario
Es un extraño proceso electoral. En cualquier otro, a estas alturas del calendario, la precampaña echaría humo, habría mítines diarios, descalificaciones sin cuento y cálculos de posibles combinaciones de gobierno. Ahora, cuando ya falta menos de un mes, hay calma chicha y las noticias de elecciones apenas ocupan un cuarto de página diaria, en el mejor de los casos. Fíjense que hay ingredientes para el interés: salvo Rajoy, todos los candidatos son nuevos; los partidos emergentes, intrigantes; los resultados, inciertos; los programas, cambiantes; el bipartidismo en que se basó el sistema, tambaleante…
Pero se han cruzado dos factores nuevos: Catalunya y los atentados de París. El pez grande se come al chico, y ambos han irrumpido en la precampaña arrebatándole todo el protagonismo. Catalunya, su proceso, las incógnitas sobre el presidente, las reacciones de los poderes centrales monopolizaron la información durante más de un mes, y es natural: ¿hay algo más trascendente y más apasionante que el proyecto de construir una república independiente? ¿Hay algo más intrigante que conocer o anticipar las respuestas de los poderes públicos?
Por si esto fuera poco, la explosión de París, los 130 muertos, las solemnes definiciones de acto de guerra, los asesinos del ISIS metidos en nuestras casas, el miedo que se apoderó de toda Europa… Todo ello, suficiente para pasar a segundo plano incluso el proceso catalán. En un tiempo donde la información corre a velocidad de vértigo, todo es provisional. Cuando se redacta esta crónica, es inevitable la impresión de que debemos acostumbrarnos a vivir sobre barriles del pólvora. El esquema del poder supranacional también puede quedarse antiguo, con un Putin que le disputa a Obama su papel de policía mundial. Ya se habla del final de la “pax americana”.
Será muy interesante examinar el día 21 de diciembre cómo ha influido todo esto en el voto de los españoles. Estábamos preparados para castigar a Rajoy por los recortes, pero no sabemos si estamos preparados que premiar los acontecimientos que hacen emerger sus cualidades de hombre de Estado. Estábamos preparados para ensayar un buen voto de castigo a la casta a través de la figura de Pablo Iglesias, pero no sabemos si una sociedad que toca el peligro prefiere a los partidos de orden. Y estábamos preparados para demostrar que Albert Rivera puede ser una buena opción de corte liberal, pero no sabemos si al final habrá que tener en cuenta lo que dice Rajoy sobre la falta de experiencia. En otras palabras: no sabemos si por primera vez el ciudadano español votará por razones tan altas como la unidad nacional o nuestro papel en el mundo, en vez de votar por cabreo con quien ha gobernado los últimos cuatro años. Sólo hay una pista: Rajoy captó bien la sensibilidad del momento. Tanto ante Catalunya como ante el ISIS ensayó el método del arropamiento con otras fuerzas políticas, menos con los nacionalistas catalanes. Hay quien piensa que ha sido su resurrección. Hay quien cree que llegó demasiado tarde a esa política de gestos. Las encuestas todavía no lo han registrado.