Apologeta del franquismo
RICARDO DE LA CIERVA (1926-2015) Historiador y político
Apegado con frenesí a los valores nacionalcatólicos del franquismo, Ricardo de la Cierva es un nombre que resuena en la memoria de los españoles como autor del relato oficial de las glorias de la dictadura. Ese fue uno de sus principales atributos como historiador –catedrático de Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Alcalá de Henares–, pero no el único: fue famosa su obsesión con las conspiraciones y en particular su fijación con la masonería, a la que atribuía poco menos que un gobierno mundial en la sombra.
Hijo de un abogado fusilado en Paracuellos del Jarama, nieto de un ministro de Alfonso XIII, sobrino del célebre inventor del autogiro (de cuya relevancia como inventor siempre se escatimaban los poco fructíferos y trágicamente accidentados intentos de Juan de la Cierva por hacer efectivo y seguro su ingenio) y hermano del primer español que ganó un Oscar (por idear un estabilizador óptico que reducía los efectos de vibración y desenfoque de las cámaras), Ricardo de la Cierva era doctor en ciencias Químicas y el Filosofía y Letras y es el principal creador del relato de la Guerra Civil en tanto causa de españolidad y guerra de liberación: Franquista y joseantoniano, según propia definición.
De la Cierva no se limitó a estudiar la II República y la Guerra Civil, sino que convirtió su relato en causa. El ministro de Información y Turismo Manuel Fraga lo colocó al frente de un departamento de propaganda denominado Gabinete de Estudios sobre Historia cuyo cometido era contraatacar a los trabajos históricos que en los años sesenta comenzaban a desmentir la ficción épica del llamado Alzamiento Nacional. El desencadenante de esta decisión gubernativa había sido un libro del historiador e hispanista estadounidense Herbert Rutledge Southworth, mentor de Paul Preston, titulado El mito de la cruzada de Franco (1963). Como respuesta, De la Cierva publicó Bibliografía general sobre la guerra de España (1936-1939) y sus antecedentes históricos (1968), calificado por el historiador estadounidense como “un escándalo intelectual”. En ese puesto comenzó su más que fecunda producción de libros de historia que se prolongó hasta su ancianidad y que siempre tuvo la declarada (y fallida) pretensión de fijar relato y zanjar debate, como prueban los elocuentes títulos de muchos de sus trabajos: Nueva y definitiva historia de la guerra civil (1986), Carrillo miente: 156 documentos contra 103 falsedades (1994), Las puertas del infierno. La historia de la Iglesia jamás contada (1996), Don Juan de Borbón: por fin toda la verdad
(1997), Brigadas internacionales 1936–1939. La verdadera historia. Mentira histórica y error de Estado (1997), Los años mentidos: falsificaciones de historia de España en el siglo XX (2008) o el reciente 113.178 Caídos por Dios y por España (2009).
Fruto de su compromiso político, fue diputado por Murcia durante la Transición (19791982) y ministro de Cultura durante siete meses, de enero a septiembre de 1980, sucediendo a Manuel Clavero y precediendo a Íñigo Cavero. Tras la disolución de UCD, Alianza Popular requirió sus servicios como coordinador cultural. Sus trabajos recibieron muchos premios hasta la llegada de la democracia, cuando desapareció el entusiasmo por su labor como historiador. Su estrella académica declinó y el canto del cisne fue su obra 1939. Agonía y victoria (1989), motivo de un notable escándalo. La obra recibió el premio Espejo de España que concedía la editorial Planeta, después de que las deliberaciones del jurado acabaran como el rosario de la aurora. Javier Tusell y Enrique Múgica abandonaron la sesión dando un portazo y denunciando que el libro era un acto de “afirmación neofascista”, y hasta el ministro de Cultura, Jorge Semprún, terció en la polémica. Tusell dijo además que el trabajo era un plagio de documentos ya conocidos, y el editor José Manuel Lara concluyó con su proverbial cachaza: “Yo no he montado ningún cacao. Me lo han montado. Me han hecho una propaganda fenomenal”.
Pero tan notoria como su adhesión franquista fue su obsesión por conspiraciones y sociedades secretas, muy común en la primera mitad del siglo XX entre los intelectuales fascistas de toda Europa. Además de denunciar reiteradamente la supuesta hegemonía masónica que rige los destinos de la Unión Europea, publicó títulos tan inequívocos como La hoz y la cruz. Auge y caída del marxismo y la teología de la liberación (1996), Templarios: la historia oculta (1998), Los signos del anticristo (1999), La palabra perdida: constituciones y rituales de la masonería (1999), La masonería invisible. Una investigación en Internet sobre la masonería moderna (2002) o el postrero ZP: Tres años de gobierno masónico (2007).
Ricardo de la Cierva falleció el pasado jueves en Madrid a los 89 años.