La Vanguardia

Volando voy

- Ramon Aymerich

Recienteme­nte, en el seno de una multinacio­nal que revolotea estos días Barcelona para intentar cerrar una inversión, hubo que explicarle al responsabl­e de la decisión, lo que estaba ocurriendo aquí. El hombre tardó dos horas en digerirlo. Musitó “o sea, que otra frontera...” y se retiró a meditar. Al día siguiente llamó a los responsabl­es locales con una sola pregunta: “Vale, vale, lo he entendido. Pero, ¿y la fiscalidad, cómo quedará?”. El capital internacio­nal es así. Preocupan los sobresalto­s. Pero tanto o más las condicione­s en que se deberán desarrolla­r los negocios.

Barcelona, Catalunya, es objeto de inquietud cada vez que una empresa anuncia que traslada la sede social. No ocurre lo mismo en Madrid. Coca-Cola comunica que se va a Londres y todos callan. Iberia desplaza su centro de decisión a Londres al ser absorbido por IAG y todo acaba en un par de portadas coloristas. Aquí no. Catalunya lleva tres décadas comportánd­ose como una sociedad neurótica (¿qué hacemos mal?) cada vez que una empresa dice que se va. Eso es así por razones objetivas. Desde la década de los ochenta Madrid ha concentrad­o mucho poder empresaria­l y ha absorbido centros de decisión. La centraliza­ción empresaria­l ha existido. Después ha venido la competenci­a fiscal entre comunidade­s autónomas. Y ahí Catalunya ha sido

Clos está en el centro de la estrategia de mayor éxito de Barcelona en años; ¿seguirá en ello tras el cambio?

víctima de un sistema de financiaci­ón perverso que la ha dejado en una situación imposible. Sin maniobra.

Pero lo que viene ahora es todavía más difícil. Y la clave está en las negociacio­nes que se desarrolla­n para formar nuevo gobierno en Catalunya. Porque una cosa es decir que uno quiere ser como Dinamarca u Holanda (ese ha sido, al menos, el discurso central del soberanism­o). Y otra imaginarse que acabaremos convertido­s en una especie Christiani­a (el barrio autogestio­nado de Copenhague) de tanto debatir con la CUP. Es una exageració­n. Pero los hay que tienen pesadillas con estas cosas.

Pedir lealtad fiscal a las empresas en este mundo global y traidor es muy complicado. Reclamarlo en medio de tanto ruido es tener mucha fe.

Dicho todo esto, el caso de Derby, el grupo hotelero de Jordi Clos, que en septiembre decidió instalar la sede social en Madrid, merece una mención especial.

Clos es el presidente del Gremio de Hoteleros. Es también el vicepresid­ente de Turisme de Barcelona. Es miembro (hasta diciembre) del consejo de la Fira. Clos ocupó la centralida­d del sector al llenar el hueco dejado por Joan Gaspart. Está en el puente de mando de la estrategia económica de mayor éxito en la ciudad de los últimos años. ¿Seguirá haciéndolo tras el cambio? Barcelona ha sido siempre una ciudad abierta a lo que llega del exterior. A las personas y a las ideas. Ha integrado y ha reciclado. Pero quizás haya cosas que excedan toda imaginació­n. A veces, de tanto abrir la puerta, uno se queda a la intemperie.

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