La Vanguardia

Quizás podrían llamarse cicatrices

- JORDI GRAUPERA

Subo por la calle Linden, en Queens. En la esquina con la avenida Saint Nicholas la calle cambia de nombre y se llama Nancy Muniz Way hasta la siguiente esquina, con la avenida Cypress, donde vuelve a llamarse Linden. Nancy Muniz era una señora de 45 años, que trabajaba de secretaria para Landmark LTD, una constructo­ra. Era soltera y tenía una hijo, Brian, con alguna dificultad de desarrollo que no he podido concretar. Nancy Muniz –muchos apellidos pierden la ñ cuando se anglicaniz­an– hizo un curso de fisioterap­ia para complement­arle el tratamient­o y, cuando murió, la familia declaró a The New York Times que el niño, entonces de ocho años, podía andar perfectame­nte y era muy listo.

Nancy Muniz vivía en la calle Linden, entre St. Nicholas y Cypress. Su tía Ada Muniz ayudaba con el niño cuando ella salía hacia la parada de la línea M, camino del trabajo, y pasaba por delante de la iglesia metodista alemana St. Johannes, un pequeño edificio neogótico de principios de siglo XX que ahora ocupa una comunidad pentecosta­l hispana. En la esquina está la peluquería Alanee, en el escaparate: “Tenemos la keratina”. Esteladas portorriqu­eñas en los balcones. Segurament­e iba en la M hasta Marcy y allí cambiaba a la J, que baja hacia el distrito financiero. En pie hasta la oficina, y con el ascensor hasta la planta 82. El 11 de septiembre del 2001 murió dentro del ascensor, se especula.

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