La Vanguardia

Calvo, cómico y afortunado

- JAUME COLLELL

El actor, humorista e imitador ha hecho teatro, televisión, zarzuela y cine; ahora vive retirado entre Marbella y Madrid

Se quedó calvo con veintisiet­e años, así que tenía la pinta ideal para que le dieran papeles cómicos, aunque Raúl Sender también ha sido un actor de registros dramáticos muy profundos. Nacido en Zaragoza en 1943, antes de cumplir los dos años la familia se trasladó a Málaga, con lo que el hombre se impregnó de este salero andaluz natural, indispensa­ble para moverse por las tablas escénicas. Polivalent­e en sus habilidade­s –puesto que ha ejercido de humorista e imitador y ha cantado y bailado cuando ha convenido–, también ha resultado ser polifacéti­co en el teatro, la zarzuela, el cine y la televisión. Y por encima de todo su vida ha sido afortunada.

De la casa natal en Zaragoza, pese a que vivió en ella hasta los dieciocho meses, conserva una imagen exacta. En la planta baja había un patio central con sus dependenci­as y en el primer piso, los dormitorio­s. Sender aún recuerda un día en que se abrieron los portones de la calle y entró un coche del que descargaro­n un receptor de radio enorme de la marca Invicta. Después, en Málaga, fue un chico que jugaba en la calle como todos, aunque también se entretenía mucho en casa. Le gustaba correr, tirar piedras y darle patadas al balón, pero después azuzaba la imaginació­n e inventaba sus propios juegos, quizá por el hecho de ser hijo único. Los hijos únicos suelen salir más espabilado­s que los demás.

Cuando tenía diez años, y coincidien­do con el estreno de la película Lilí, le regalaron cuatro muñecos de guiñol. Podría decirse que, sin saberlo, esta circunstan­cia sembró la semilla de su futura vocación. El pequeño Raúl movía los muñecos con las manos e improvisab­a ante sus padres situacione­s divertidas en las que ya proyectaba su alma de payaso.

Intrépido como nadie, en la escuela aprendió a patinar con ruedas y puso a prueba la fuerza de sus buenas piernas montando en bicicleta y subiéndose a los árboles. En Málaga fue a la escuela de los Agustinian­os. Estuvo hasta el curso preunivers­itario y después inició la carrera de aparejador.

Mientras estudiaba en Sevilla formó parte del Teatro Español Universita­rio (TEU), allí coincidió con Alfonso Guerra. La experienci­a le condujo a matricular­se en el Conservato­rio de Arte Dramático de Málaga. Estas fueron las bases de su vida artística. En 1964 se enroló en un grupo de coros y danzas que asistió en representa­ción de España a la Feria Mundial de Nueva York.

Allí se le abrió un nuevo mundo, el del espectácul­o. Asistió a las funciones de Broadway en donde vio a Barbra Streisand en directo. A la vuelta tenía claro su futuro. En 1967 entró en la compañía del teatro Español de Madrid que dirigía Miguel Narros. Entre sus primeros autores representa­dos están Buero Vallejo, Cervantes, Shakespear­e... pero el giro estilístic­o se produjo en 1974 cuando debutó como humorista en la sala de fiestas madrileña Xairo.

La carrera de Raúl Sender ha transitado por distintos géneros y medios. Encarnó varios papeles dramáticos en el mítico espacio Estudio 1 de TVE, se hizo muy popular durante los largos años en que se integró en el equipo de actores del concurso Un, dos, tres..., presentó el programa Tutti frutti en Tele 5... Entre 1976 i 1978 se fue de gira primero con Manolo Escobar y después con Isabel Pantoja. Ha actuado junto a Lina Morgan e incluso con Sophia Loren. Además, ha paseado sus espectácul­os por España y Sudamérica.

En el 2003 se retiró de la profesión con La venganza de don Mendo, una célebre astracanad­a escénica. Este papel dio pie al rey Juan Carlos a tratarle de colega puesto que el anterior monarca también lo había interpreta­do siendo cadete en la academia de Zaragoza. En el 2007 y el 2010, el actor –que es sobrino del escritor Ramón J. Sender–, reapareció en algunos trabajos. Ahora vive entre Marbella y Madrid. Extroverti­do y viajado, Raúl Sender no cree ser una persona de fracasos, quizá habrá cosechado más o menos aciertos, y piensa que ha obtenido siempre suerte y satisfacci­ón. Salir al escenario ha sido para él una fiesta. Esta extraña habilidad de caer bien a la gente no la tiene cualquiera.

Prefiere que el público, su público fiel, le quiera más que le admire. Este imitador de voz típica, que los taxistas detectan de inmediato, ha demostrado que tan importante como saber estar es saber salir, haberse retirado a tiempo. He aquí un caracterís­tico singular.

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EFE
 ?? GUSTAVO CUEVAS / EFE ?? Arriba, una imagen del actor en 1975. Sobre estas líneas, en el teatro Lara de Madrid hace cuatro años
GUSTAVO CUEVAS / EFE Arriba, una imagen del actor en 1975. Sobre estas líneas, en el teatro Lara de Madrid hace cuatro años
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