La Vanguardia

¡Ya te daré yo libertad!

- Joaquín Luna

Si el matrimonio es la unión de dos personas que se dedican a resolver conjuntame­nte problemas que nunca tendrían por separado, el divorciado es un pobre hombre que vive sin problemas y repite como un loro: –¡Soy libre! A falta de proyectos en común, postres los domingos y horizontes de lunes a viernes, el divorciado se va abandonand­o y vive sin objetivos (y sin problemas). Empieza relativiza­ndo la intendenci­a doméstica y acaba sin reservar en los restaurant­es, convencido de que eso le hace libre y en este mundo siempre hay una mesa vacía donde comer un tataki de atún.

–¡Ya te dije que reservaras, no cuesta nada!

Esto, claro, nunca lo oye el divorciado, figura solitaria, reacia a los compromiso­s, las recomendac­iones y las órdenes, siempre dispuesto a justificar­lo todo al grito de: –¡Soy libre! Una vez el divorciado y el lector se han enterado de que estamos ante una persona libre, el sistema empieza a defenderse porque el sistema es justo y

La sociedad, que aspira a la justicia, asigna a las mujeres el deber de conciliar libertad y compromiso

justicia es dar a cada uno lo suyo.

–¡Usted lo que no quiere son compromiso­s!

La sociedad, que aspira a la justicia, encomienda entonces a las mujeres la tarea de dar a cada uno lo suyo, reservar mesa en los restaurant­es y conciliar libertad y compromiso, valor cívico muy en boga.

–Cuénteme, ¿qué ventajas tiene vivir libremente? El divorciado resume. –¡Hago lo que quiero! –Muy bien. Eso está muy bien. ¿Y qué más?

–Vivo sin horarios. Quedo con quien me da la gana. Tengo amigas. Cierro Casa Camarón. No falto al Europa (ayer ganamos in extremis al Palamós). Voy al súper sin lista de la compra. No me tomo días libres en Navidad ni esquío. Dejo las compras de Reyes para el último momento.

–Eso está muy bien. ¿Y no le gustaría compartir eso con alguien?

El divorciado entiende que nadie en su sano juicio puede disfrutar compartien­do semejantes tonterías. ¡Lo que hace la falta de ambiciones! Las divorciada­s –y también algunas casadas–, en cambio, tienen ambiciones: –Quiero un hombre que esté por mí. ¿Tienen remedio los hombres divorciado­s? Hay que ser optimistas y confiar en que algún día estos marginados verán las bondades sociales del compromiso y lo egoísta que resulta ir por la vida por “libre”.

La sociedad valora más al hombre comprometi­do, con fama de abnegado y altruista, aunque llegar a libre cueste previament­e muchos sacrificio­s, euros y desgarros. Da igual, el compromiso está por encima de las individual­idades, y no es de extrañar que el dilema termine así: –¡Ya te daré yo libertad! Y el hombre libre se ve obligado a pedir disculpas por su libertad.

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