La ruta del pan en el Poblenou
Cuatro voluntarios reparten cada noche los excedentes de una panadería a las personas sin recursos que viven en naves, pisos ocupados y chabolas
Cuatro sacos con pan se amontonan pasadas las 21 horas en la puerta de una panadería de la avenida Icària, en la Vil·la Olímpica. Como tantas otras noches, Jesús Enfedaque, profesor de Ciencias de la Educación de la Universitat de Barcelona, coloca la generosa carga en su vehículo y empieza un itinerario con once paradas por campamentos de chabolas, naves industriales, pisos okupados y viviendas sociales del Poblenou. Es la ruta del pan que realizan cuatro voluntarios para repartir a personas con escasos recursos las barras, hogazas y bollos que no se han vendido.
Todo empezó cuando Enfedaque, vecino de la Vil·la Olímpica, se percató de que casi cada día sobraba pan en su panadería. “Con frecuencia nos regalaban a los clientes lo que no se vendía, y pensé que mejor sería dárselo a gente necesitada. Se lo planteé al dueño, y me dijo que sí”, cuenta Jesús Enfedaque, mientras dispone los sacos en su coche.
Para organizar la logística contactó con la Xarxa de Suport als Assentaments, una entidad creada en el 2010 por un grupo de vecinos de Poblenou para proporcionar alimentos a los inmigrantes que vivían en las naves de las calles Puigcerdà y Paraguay, posteriormente desalojadas. La Xarxa sigue activa y hoy distribuye comida a unas 350 personas.
Enfedaque se sube a su coche y enfila rumbo a las primeras paradas, en las calles Pujades y Pere IV. “¿Queréis pan?”, pregunta a dos familias mientras saca varias barras. Después se dirige a una nave de la calle Pamplona, donde viven alrededor de 40 inmigrantes de Marruecos, Argelia, Mali, Guinea Conakry... Algunos, como el veinteañero Redouan, llevan cinco años aquí, donde se han habilitado barracas individuales. Son más de las 10 de la noche, pero la actividad no cesa: unos salen a buscar chatarra y otros llegan con el carro lleno. Raúl, un vallisoletano de 33 años, duerme en su furgoneta. Tras una larga temporada como ayudante de cocina en Friburgo, Alemania, decidió regresar a Barcelona y ahora hace trabajos de electricista.
Redouan y sus compañeros toman una veintena de piezas de pan, y Jesús Enfedaque prosigue su ruta hasta un descampado junto a la Meridiana. Cinco chabolas
Seis personas que duermen en la calle, junto a la avenida del Litoral, reciben los últimos panes
albergan a siete personas, entre ellas, un menor de 14 años. Valeria Barca vive aquí con su marido y, como sus vecinos, subsiste gracias a la chatarra. “Tengo tres hijas, pero siguen en Rumanía con la abuela, no quiero que estén aquí”, cuenta mientras guarda los panes en su barraca.
Una tapia oculta estas infraviviendas en las que se cobijan cuatro rumanos, en un solar de la calle Joan d’Austria, siguiente parada. “Para seguir realizando esta ruta cada día sería necesario contar con nuevos voluntarios”, dice este profesor universitario transmutado en repartidor. También de Rumanía procede Veronika, madre de tres niños que desde hace dos años okupa un piso del pasaje Mas de Roda. “A pesar de todo estoy mejor aquí que en mi país, allí no tenía casa”. Seis personas que pasan la noche a la intemperie en la avenida del Litoral reciben las últimas baguettes. Unos ya duermen. Los que están en vela aceptan los panes y los guardan en sus sacos de dormir.