TVE no es lluvia caída del cielo
La televisión pública se paga con dinero público. Quizás esta verdad de Perogrullo se olvida con demasiada frecuencia. Quizás los ciudadanos que aportan este dinero con sus impuestos no lo tienen presente. Quizá sintonizamos nuestros aparatos receptores y pensamos, instintivamente, que las imágenes y palabras que por ahí llegan es como la lluvia caída del cielo, que a nadie le cuesta un céntimo. Bien, la verdad es que la televisión pública cuesta dinero, mucho. Hablamos, concretamente, de los 342,87 millones de euros destinados a RTVE en los presupuestos generales del Estado del 2016, que es un pastón, aunque los gastos totales previstos por el llamado ente llegarán casi a 1.000 millones este año que viene, así que vayan echando cuentas.
Pues bien, estaremos de acuerdo en que este servicio público, imprescindible en una sociedad democrática, debe ser independiente y blindado ante partidismos. Pues no, no es así. Lo que ocurre es que algunos políticos procuran sin desmayo influir en la parrilla de programación, hasta el punto de que algunos detectan prácticas contrarias al código deontológico. Lo dicen los del Consejo de Informativos, que es el organismo encargado de velar por la independencia de los servicios informativos de TVE. “No hay independencia, estamos haciendo propaganda”, ha declarado Alejandro Caballero, que preside aquel consejo.
Una situación, por cierto, que no es de ahora, que no puede inscribirse en la famosa y nunca bien ponderada “campaña electoral”, que viene de lejos y que ha sido denunciada ante la Unión Europea con el apoyo de mil quinientas firmas de trabajadores de TVE. Y ya imaginarán ustedes que firmar una denuncia como esa no es ni fácil, ni cómodo ni tranquilizador para nadie que tenga un puesto de trabajo en aquella empresa.
¿Qué pasa en TVE? ¿Qué ocurre con un servicio público infaltable en una sociedad moderna y democrática? Ocurre algo que al espectador no se le ha escapado: consiste en la pérdida de credibilidad de la primera y más importante televisión pública del Estado.
No será por falta de medios, materiales y personales –la plantilla de RTVE supera las 6.000 personas–, ni por el despliegue de corresponsalías en países de medio mundo y parte del otro, ni por la presencia de profesionales de la información de incontestable solvencia. La causa debe buscarse en la zarpa. La zarpa política de la mayoría absoluta en el Congreso y en la sistemática caída en la tentación de un Gobierno que concibe TVE como una herramienta al servicio del poder, en lugar de un instrumento al servicio de la ciudadanía.
Merchandising. Pablo Iglesias es el factótum de Podemos, además de un hábil componedor de merchandising electoral. Le hemos visto anunciando la presencia en sus listas de candidatos al Congreso de “la primera mujer de etnia gitana” que representará este rol. Poca memoria tiene Iglesias, quizá por juventud. Juan de Dios Ramírez Heredia, gitano de Cádiz, fue elegido diputado en 1977. Quizás Iglesias se refería al género y no a la etnia en eso de la primacía.
“No hay independencia, estamos haciendo propaganda”, declara el presidente del Consejo de Informativos de la cadena pública