“La situación de los cristianos es catastrófica”
Damasco –me dice la escritora siria Myriam Antaki– es una ciudad mística y carnal”. En una elegante cafetería de la calle Sursok, reducto de un estilo de vida cosmopolita desvanecido, describe su novela, publicada en Paris,
La rue de l’ange, en la que narra veinte siglos de historia cristiana de la antigua ciudad de los Omeyas. A través de una criatura de ficción, Magdala, muchacha de placer, que sobrevuela intemporalmente las épocas desde san Pablo hasta nuestros días, relata los bruscos cambios de su existencia en Damasco. Magdala, que acoge púdicamente en su casa del barrio de Bab Tuma al apóstol recién convertido a la fe de Cristo, recuerda que a su paso dejó escrito un documento que anunciaba la extinción de los cristianos de Damasco. Este ha sido uno de sus elementos novelescos con los que Antaki mantiene el hilo de su relato.
Entiendo que con este recurso quiere explicar que desde el principio, en Damasco, los cristianos han padecido la angustia de su supervivencia, que nunca estuvieron completamente seguros en la ciudad. ¿Cuál es ahora su situación? La situación es mucho más catastrófica que en anteriores enfrentamientos del islam y la cristiandad. En las matanzas de 1860, por ejemplo, en las que murieron miles de cristianos, no sólo en Damasco sino también en Líbano, a manos de drusos y musulmanes, la masacre duró menos de un mes. Aquellos acontecimientos de 1860, que alarmaron a Europa y provocaron el interés de su opinión publica por lo que ocurría en Siria, fueron resultado de las rivalidades entre Francia, que apoyaba a los cristianos, y de Gran Bretaña, que manipulaba políticamente el conflicto. Hoy, su angustia, su temor, han alcanzado su apogeo. La persecución y la emigración de los cristianos en Siria y en Iraq han debilitado todavía mas a la comunidad cristiana de Siria, ya muy minoritaria. La fuerza de la información, de la comunicación, ha magnificado el conflicto. Cada vez que se rompe esta convivencia –porque también hay etapas de muy buenas relaciones confesionales, que yacen en el inconsciente colectivo de la población– surge en mi novela algún personaje que trata de encontrar el texto premonitorio de san Pablo que revela el final de los cristianos en Damasco. Su
búsqueda encarna su ansiedad de conocerlo, pero nunca lo logran.
Hay, en esta historia atormentada, una época dorada en Damasco, en Oriente Medio, en la que los cristianos se sienten plenamente integrados en la sociedad árabe.
Sí, en uno de mis últimos capítulos describo el tiempo llamado de la Nahda, o del renacimiento árabe, cuando en colegios y escuelas cristianas, por ejemplo de Bab Tuma, estudiaron los que luego serían gobernantes, intelectuales y escritores que abogaron por una cultura para Siria de carácter laico y nacionalista, arrasada ahora por la arrolladora fuerza de la umma o comunidad religiosa musulmana.
En su novela La rue de l’ange la protagonista es una prostituta cristiana, convertida en símbolo de la supervivencia de los cristianos de Damasco. He recibido por ello algunas criticas. Quiero dar a la mujer una identidad positiva por encima de prejuicios y mezquindades. Recuerdo siempre que Jesús fue el único profeta que perdono a una mujer adultera.
Damasco es el verdadero protagonista. Sí, he querido volver a mis raíces, a la ternura de la infancia, a la costumbre de contar cuentos, como
“Elegí una prostituta porque Jesús fue el único profeta que perdonó a una adúltera”
En el ‘renacimiento árabe’, muchos intelectuales abogaron por una Siria laica”
todavía existe en mi ciudad con los últimos jakauatis. Es una novela de cuentos enzarzados en el ir y venir de las gentes de Bab Tuma.
¿La guerra de Siria ha inspirado a muchos novelistas? No tantos como en la guerra del Líbano de 1975 a 1990, por lo menos entre los escritores francófonos, muchos menos numerosos en Siria. Lamentablemente, no han sido traducidas muchas obras escritas en árabe. Casi todos los escritores viven en el exilio.
Myriam Antaki pertenece a una noble y distinguida familia. Su esposo posee un hermoso palacio del siglo XIX en Alepo, que no ha sido destruido por los combates. El escritor y académico francés Dominique Fernandez, enamorado del Levante, compuso un breve texto en el libro de fotografías dedicado a la mansión. “Pero usted sabe” –me dice la novelista al despedirse– “que esta guerra no ha concluido”.