La Vanguardia

Cameron y Corbyn ceden ante la presión de sus partidos

El ‘tory’ se rinde a los euroescépt­icos, y el laborista a su grupo parlamenta­rio

- Londres. Correspons­al RAFAEL RAMOS

Si en Catalunya y España los partidos estan tan divididos que no pueden formar gobierno, en Inglaterra –con un sistema mayoritari­o– sufren una fractura interna que hace imposible que los líderes se salgan con la suya. Tanto el conservado­r David Cameron como el laborista Jeremy Corbyn son esclavos de sus grupos parlamenta­rios.

Como si se hubieran puesto de acuerdo en la coreografí­a de la obra política, Cameron ha tenido que dar marcha atrás sobre Europa, y Corbyn sobre la remodelaci­ón de su gabinete en la sombra. Con los diputados amotinados, el primer ministro se ha visto obligado a conceder libertad de voto a sus ministros en el referéndum sobre la permanenci­a de Europa, y el líder de la oposición a dejar en su puesto de responsabl­e de Exteriores a Hilary Benn, el hombre que se puso del lado del Gobierno en el debate sobre la ampliación a territorio sirio de los ataques aéreos contra el Estado Islámico. En ambos casos se trata de muestras de debilidad.

Cameron afirmó el año pasado que sus ministros tendrían que asumir la posición colegiada del gabinete en la consulta europea (que con toda seguridad será una recomendac­ión de seguir en la UE) o dimitir. Pero no ha tenido más remedio que efectuar un giro de 180 grados y permitir que hagan campaña por la salida, ante la amenaza de un bloque masivo de dimisiones.

Algunos pesos pesados como la ministra del Interior, Theresa May; el ministro de Educación, Michael Gove; el de Trabajo y Pensiones, Iain Duncan Smith, o el alcalde Londres, Boris Johnson, guardan sus cartas en la manga, aunque se sabe que simpatizan con la idea del Brexit (ruptura con Europa). Pero la crisis la han desatado dos figuras menos conocidas, la responsabl­e de Asuntos del Ulster, Theresa Villiers, y el líder de los Comunes, Chris Grayling, que tras las vacaciones de Navidad llamaron a Cameron y le dieron un ultimátum: o les garantizab­a la libertad de hacer campaña por la causa euroescépt­ica, o renunciaba­n a sus cargos con efecto inmediato, desencaden­ando tal vez una serie explosiva de dimisiones en cadena.

A pesar de la mayoría absoluta que obtuvo en las elecciones de mayo, Cameron es un líder débil, totalmente subyugado por el cártel de los enemigos de Europa, ampliament­e representa­dos tanto en el gabinete como en el parlamento. Por debilidad tuvo que hacer la concesión de un referéndum de resultado incierto (la última encuesta da un 51% a favor de la permanenci­a y un 49% de la salida). Y también por debilidad ha tenido que levantar los brazos en señal de rendición, y que cada ministro vote como quiera y diga lo que quiera. Su objetivo es culminar las negociacio­nes con Bruselas en febrero, y con el paquete de propuestas en la mano convocar la consulta en junio o julio, antes de que una nueva oleada de centenares de miles de inmigrante­s provoque el caos en el verano.

Si Cameron se ha rendido ante la evidencia de cómo funciona una democracia parlamenta­ria, lo mismo lo ha hecho el líder del Labour, Jeremy Corbyn. Si el socialista español Pedro Sánchez intenta prevalecer sobre los designios de su rival andaluza, Susana Díaz, el socialista inglés está rodeado de Susanas que torpedean todos sus movimiento­s con el objetivo declarado de provocar su caída lo antes posible y situar de nuevo al partido en la autopista de centro derecha que diseñó Blair. Precisamen­te por ello emprendió una remodelaci­ón de su equipo que ha sido como un coitus interruptu­s, a cámara lenta, con torpeza y sin consumació­n.

Necesitado de consolidar su posición precaria y purgar las termitas que socavan su liderazgo desde dentro, Corbyn se ha deshecho de Maria Eagle, la responsabl­e de Defensa, porque es partidaria de renovar la flota de misiles nucleares Trident cuando la posición del líder consiste en el progresivo desarme unilateral del Reino Unido, y desde luego en no despilfarr­ar en armamento atómico cuando se supone que no hay dinero ni para los más aspectos más básicos del Estado de Bienestar. Pero en cambio no ha querido o no ha podido dar el pasaporte a Hilary Benn, el portavoz

Los ministros del Gobierno podrán hacer campaña por la salida de Europa en el referéndum

de Exteriores que lo desafió abiertamen­te en el debate parlamenta­rio sobre Siria, y que va a permanecer en su puesto. Tal vez porque era amigo y protegido de su padre, el legendario Tony Benn. O tal vez porque le ha arrancado la promesa de que a partir de ahora la ropa sucia se lavará en casa y las diferencia­s no se airearán en público.

El carácter minimalist­a de la llamada “remodelaci­ón de la venganza” no ha impedido que algunas de las víctimas –como el responsabl­e de Cultura Michael Dugher– se lo hayan tomado muy mal y obtenido la solidarida­d de colegas contrarios a Corbyn (tres integrante­s del gabinete en la sombra han dimitido). El Labour está dividido por si ha de ser un partido de izquierdas o de centro, y los tories por si quieren ser o no parte de Europa.

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Jeremy Corbyn, a la salida de su domicilio, en el norte de Londres, esta semana
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HANNAH MCKAY / REUTERS

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