Cameron y Corbyn ceden ante la presión de sus partidos
El ‘tory’ se rinde a los euroescépticos, y el laborista a su grupo parlamentario
Si en Catalunya y España los partidos estan tan divididos que no pueden formar gobierno, en Inglaterra –con un sistema mayoritario– sufren una fractura interna que hace imposible que los líderes se salgan con la suya. Tanto el conservador David Cameron como el laborista Jeremy Corbyn son esclavos de sus grupos parlamentarios.
Como si se hubieran puesto de acuerdo en la coreografía de la obra política, Cameron ha tenido que dar marcha atrás sobre Europa, y Corbyn sobre la remodelación de su gabinete en la sombra. Con los diputados amotinados, el primer ministro se ha visto obligado a conceder libertad de voto a sus ministros en el referéndum sobre la permanencia de Europa, y el líder de la oposición a dejar en su puesto de responsable de Exteriores a Hilary Benn, el hombre que se puso del lado del Gobierno en el debate sobre la ampliación a territorio sirio de los ataques aéreos contra el Estado Islámico. En ambos casos se trata de muestras de debilidad.
Cameron afirmó el año pasado que sus ministros tendrían que asumir la posición colegiada del gabinete en la consulta europea (que con toda seguridad será una recomendación de seguir en la UE) o dimitir. Pero no ha tenido más remedio que efectuar un giro de 180 grados y permitir que hagan campaña por la salida, ante la amenaza de un bloque masivo de dimisiones.
Algunos pesos pesados como la ministra del Interior, Theresa May; el ministro de Educación, Michael Gove; el de Trabajo y Pensiones, Iain Duncan Smith, o el alcalde Londres, Boris Johnson, guardan sus cartas en la manga, aunque se sabe que simpatizan con la idea del Brexit (ruptura con Europa). Pero la crisis la han desatado dos figuras menos conocidas, la responsable de Asuntos del Ulster, Theresa Villiers, y el líder de los Comunes, Chris Grayling, que tras las vacaciones de Navidad llamaron a Cameron y le dieron un ultimátum: o les garantizaba la libertad de hacer campaña por la causa euroescéptica, o renunciaban a sus cargos con efecto inmediato, desencadenando tal vez una serie explosiva de dimisiones en cadena.
A pesar de la mayoría absoluta que obtuvo en las elecciones de mayo, Cameron es un líder débil, totalmente subyugado por el cártel de los enemigos de Europa, ampliamente representados tanto en el gabinete como en el parlamento. Por debilidad tuvo que hacer la concesión de un referéndum de resultado incierto (la última encuesta da un 51% a favor de la permanencia y un 49% de la salida). Y también por debilidad ha tenido que levantar los brazos en señal de rendición, y que cada ministro vote como quiera y diga lo que quiera. Su objetivo es culminar las negociaciones con Bruselas en febrero, y con el paquete de propuestas en la mano convocar la consulta en junio o julio, antes de que una nueva oleada de centenares de miles de inmigrantes provoque el caos en el verano.
Si Cameron se ha rendido ante la evidencia de cómo funciona una democracia parlamentaria, lo mismo lo ha hecho el líder del Labour, Jeremy Corbyn. Si el socialista español Pedro Sánchez intenta prevalecer sobre los designios de su rival andaluza, Susana Díaz, el socialista inglés está rodeado de Susanas que torpedean todos sus movimientos con el objetivo declarado de provocar su caída lo antes posible y situar de nuevo al partido en la autopista de centro derecha que diseñó Blair. Precisamente por ello emprendió una remodelación de su equipo que ha sido como un coitus interruptus, a cámara lenta, con torpeza y sin consumación.
Necesitado de consolidar su posición precaria y purgar las termitas que socavan su liderazgo desde dentro, Corbyn se ha deshecho de Maria Eagle, la responsable de Defensa, porque es partidaria de renovar la flota de misiles nucleares Trident cuando la posición del líder consiste en el progresivo desarme unilateral del Reino Unido, y desde luego en no despilfarrar en armamento atómico cuando se supone que no hay dinero ni para los más aspectos más básicos del Estado de Bienestar. Pero en cambio no ha querido o no ha podido dar el pasaporte a Hilary Benn, el portavoz
Los ministros del Gobierno podrán hacer campaña por la salida de Europa en el referéndum
de Exteriores que lo desafió abiertamente en el debate parlamentario sobre Siria, y que va a permanecer en su puesto. Tal vez porque era amigo y protegido de su padre, el legendario Tony Benn. O tal vez porque le ha arrancado la promesa de que a partir de ahora la ropa sucia se lavará en casa y las diferencias no se airearán en público.
El carácter minimalista de la llamada “remodelación de la venganza” no ha impedido que algunas de las víctimas –como el responsable de Cultura Michael Dugher– se lo hayan tomado muy mal y obtenido la solidaridad de colegas contrarios a Corbyn (tres integrantes del gabinete en la sombra han dimitido). El Labour está dividido por si ha de ser un partido de izquierdas o de centro, y los tories por si quieren ser o no parte de Europa.