Obama, año final
EL primer presidente negro de Estados Unidos afronta su último año en la Casa Blanca con buenas perspectivas y el imperioso deseo de gobernar hasta el último día ajeno al hecho –debilitante y habitual– de que la cercanía de las elecciones fragiliza el poder del inquilino del 1.600 de la avenida de Pensilvania. Un año es mucho tiempo en política y es prematuro hacer un balance de la era Obama , pero la tendencia de los últimos doce meses vislumbra un juicio histórico positivo.
La política exterior no suele ser el principal baremo para juzgar a los presidentes de Estados Unidos. Basta recordar que George H.W. Bush perdió la reelección ante el demócrata Bill Clinton en 1992 pese a su excelente gestión del final de la guerra fría y el prometedor liderazgo de la coalición internacional que liberó Kuwait de la ocupación iraquí. En este plano, Barack Obama parece llamado a cosechar réditos en este 2016, cuando podría ser el primer presidente que visita la isla de Cuba desde 1928. La reconciliación con la República Islámica de Irán puede mostrarse beneficiosa en el teatro sirio aunque tiene sus riesgos a la vista del conflicto entre iraníes y saudíes.
“Es la economía, estúpido” y otros asuntos domésticos los que determinan el juicio que los estadounidenses reservan a sus presidentes (habría que añadir que los años siempre han dulcificado el juicio inicial: nunca hay expresidente de Estados Unidos malo). Barack Obama se ha comprometido con tres causas en las que nada a contracorriente (los republicanos dominan el Capitolio): el cierre del penal de Guantánamo –promesa de primera hora, donde todavía hay 107 internos, posiblemente los presos más caros de la historia–, el fin de los excesos policiales contra la población negra y, por último pero no lo último, un mayor control sobre la venta y el uso de las armas de fuego. La imagen del martes de un Obama secándose las lágrimas en la sala este de la Casa Blanca durante su alegato contra las armas –“No podemos aceptar esta carnicería”– será una de las icónicas de su presidencia. Obama terminó el 2015 y ha empezado el 2016 con el inequívoco afán de que los límites a las armas marquen la agenda de su último año de mandato.
Por supuesto, y por encima de todo, la economía determinará el juicio que el 2016 reservará al presidente saliente. Obama lega un buen panorama económico al candidato o a la candidata demócrata la presidencia tras haber gestionado acertadamente la crisis que heredó de George W. Bush hace ocho años, pese a que la clase media no haya percibido en sus bolsillos los beneficios de la recuperación, algo que de seguir el ritmo de crecimiento actual sí podría notarse a lo largo de este 2016, al decir de los índices de confianza o el desempleo (que bajará al 4,7% a finales del 2016, un 5% hoy). Difícilmente el frente económico debilitará el juicio de los ocho años de Barack Obama, el 44.º presidente de la democracia más exitosa de la historia.
Obama fue elegido gracias a una corriente de “cambio” amplia y quizás por ello suscitó unas expectativas muy superiores a las habituales (el presidente que suceda a Barack Obama heredará un país más satisfecho de sí mismo). El tiempo y el realismo rebajaron aquellas expectativas y algunos críticos siempre podrán reprocharle que incumplió muchas de sus promesas, pero nadie podrá negarle una sana centralidad. Obama no ha sido un revolucionario, sino otra prueba del bipartidismo ejemplar de Estados Unidos.