La Vanguardia

Los falsos generosos

- Quim Monzó

Es la segunda vez que me pasa. La primera fue en una especie de supermerca­do de productos húngaros que descubrí hace unos años en la Dreta de l’Eixample o el Eixample Dret, como ahora lo llaman algunos. (No recuerdo su nombre, ni ganas, porque no he vuelto a poner los pies nunca más.) Era un sábado, iba paseando por el barrio, lo encontré de manera inesperada y entré. Durante bastante rato me dediqué a inspeccion­ar los estantes. Seleccioné varias cosas: un salami de ciervo y otro de conejo, queso, pepinos envinagrad­os, latas de foie gras (el foie gras húngaro es espléndido) y un par de botellas de vino. En el momento de pagar, como la compra era considerab­le, el propietari­o decidió tener un gesto de generosida­d. Fue hacia una repisa apartada y me regaló un tubo de mostaza húngara, que fue a parar directamen­te a la bolsa. Una vez en casa, tras haber puesto en su sitio todo lo que había comprado, observé el tubo. Hay mostaza húngara muy buena. Me dediqué a leer lo que ponía y fue entonces cuando descubrí que había caducado no hacía mucho. Muy

Desconfíen de las tiendas de comida que les regalan un producto perecedero

hábilmente, a la hora de tener un detalle con los clientes que hacen una compra importante, les dan un producto caducado. Evidenteme­nte, cuando te lo dan no miras la fecha límite, como haces con el resto de productos, los que escoges tú. A nadie se le ocurre que alguien te regale algo caducado.

Lo que ahora me ha pasado es casi idéntico. Esta vez en el barrio de Sant Antoni, en un colmado italiano cuyo nombre recuerdo perfectame­nte pero que no diré para no añadir mi rabia o rabieta a la de su denominaci­ón. He ido a comprar un panetone Galup (relleno de gianduja y recubierto de chocolate extra fondant y avellanas garapiñada­s desmenuzad­as), tres paquetes de medio kilo de fresine Liguori, del número 122, y un bote de salsa boloñesa Granoro (sin conservant­es). Como debe haber considerad­o que la compra se lo merecía, la dependient­a (o propietari­a, no sé) ha decidido hacerme también un obsequio: un tarro de salsa de ajo, aceite y guindilla Divella. Una vez en casa, el proceso ha sido idéntico al de la vez anterior, cuando volví del supermerca­do húngaro. Después de haber puesto en su lugar los productos comprados me he entretenid­o leyendo la etiqueta de esta salsa y he visto la fecha en que es mejor tirarla ya a la basura: “01/2016”.

A ver, si queréis ser generosos, regalad algo que no haya caducado. Nadie pide ningún obsequio por comprar pero, si te lo hacen, tendrían que ser suficiente­mente inteligent­es para darse cuenta de que regalar productos perecedero­s de los que la tienda tiene ya que deshacerse no es un regalo, sino un insulto, una ofensa. Sólo los acogería con los brazos abiertos el exministro Miguel Arias Cañete, aquel que iba por el mundo predicando que, él, los yogures se los come siempre caducados.

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