La familia de los abrazos perdidos
Los hermanos Ngegba tratan de reconstruir su vida tras sobrevivir a la infección, que mató a sus padres y alejó a sus familiares y vecinos
Lo estamos intentando”. Abi Ngegba hace tiempo que se dejó de formalismos. Cada vez que le preguntancómoestá,noesquivaasuinterlocutor con un “ça va” de compromiso; ella responde con sinceridad, como si su felicidad no acabara nunca de llegar. “Estamos intentando estar bien”, dice. “No es fácil vivir desde tan pronto una vida sin nuestros padres”, añade. Abi, como su hermano Lanphia y su hermana Haja, son un milagro amargo. Los tres sobrevivieron al ébola por los pelos. Su padre y sus dos hermanos mayores sucumbieron al virus. Su madre había muerto anteriormente por otra enfermedad, así que ahora están solos. Cuando hace un año este periodista fue a visitar a los hermanos Ngegba a su casa de Moyamba, en el oeste de Sierra Leona, los cuatro huérfanos—Josephine, la pequeña de 13 años, no se infectó— tenían grabado aquel infierno en sus cuerpos delgados y en la mirada. Aún ahora, cuando recuerdan aquellosdías,suvozsuenaagotadaalotro lado del teléfono. “Pasé de vomitar sangre y no poder mantenerme en pie —explica Lanphia— a sobrevivir sin que nadie lo esperara. Por un lado estoy feliz, pero por otro está la realidad: en sólo 21 días, un virus cambió para siempre el futuro de mi familia”.
La peor epidemia de la historia reciente se cebó con África. De los 28.637 infectados sólo 24 no eran africanos y de los 11.315 muertos, apenas cinco murieron fuera del continente negro, en España, Alemania y Estados Unidos. El virus no sólo ha destrozado las economías de los países más afectados —Sierra Leona, Liberia y Guinea, tres de los estados africanos más pobres—, también los ha dejado sin abrazos. En tres de los países más cálidos de África Occidental, donde tocarse, abrazarse y vivir en comunidad es habitual, el ébola prohibió los besos o las caricias. La muerte podía esconderse en el sudor de un padre, en las lágrimas de un hijo o en la fiebre
El virus deja en África economías destruidas y sobre todo el peso del estigma en miles de supervivientes